Pero en lo más profundo de su ser, latía la convicción de que nunca podría reclamar a Nina como suya si no tenía un hogar que ofrecerle. Ésa era la verdad que la penetraba hasta la médula: ésa sería la pérdida inconsolable.
Hagan respiraba tan fuerte que Joanna casi esperó que fuera a ahogarse, o a caer enfermo. Sus húmedos labios estaban recorriendo el camino que iba desde el cuello hasta uno de sus senos. Aquél era un precio muy alto que pagar por todas las cosas que apreciaba y quería mantener. Sólo se había acostado con un hombre en su vida y no había querido que el segundo fuera John Hagan. Había querido…
Había querido a Alex.
El pensamiento estalló en su cabeza con la fuerza de una explosión. Se imaginaba perfectamente lo que habría dicho Alex si hubiera podido verla en aquel momento: casi podía escuchar sus palabras de denuncia, su tremendo desprecio por su falta de fibra moral. Alex era fuerte. Él no habría cedido con tanta facilidad.
Aquel pensamiento fue seguido por otro aún más radicaclass="underline" pediría a Alex protección para ella y para Nina. Él la había persuadido de que aceptara su escolta hasta Spitsbergen: pues bien, ella respondería con una oferta aún más escandalosa. Le pediría que se desposara con ella. Eso la protegería de la ira de Hagan, y le permitiría al mismo tiempo ofrecer un hogar seguro y estable a Nina. Era su única esperanza, porque una vez que rechazara nuevamente a su primo, éste no cejaría hasta verla arruinada.
Se liberó bruscamente del abrazo de Hagan y empezó a componerse la ropa.
– Lo siento, primo John. No puedo hacer esto.
Hagan soltó un rugido de rabia y deseo frustrado.
– ¡Oh, claro que puedes, pequeña zorra! ¡No vas a librarte de mí ahora!
Joanna no lo dudó: recogió un jarrón del alféizar y se lo estrelló en la cabeza. El jarrón se rompió y Hagan se tambaleó como una bestia herida, jurando en unos términos que ella jamás había oído antes. Ni siquiera después de sus nueve años de matrimonio con un marinero.
La puerta del dormitorio se abrió de golpe. Merryn apareció en el umbral con otro jarrón de porcelana en la mano. En sus rasgos se dibujaba tal expresión de furia que Joanna casi soltó un grito al verla.
– ¡No rompas ése también! -gritó Joanna, envolviéndose en su bata mientras Hagan pasaba de largo frente a Merryn y bajabas las escaleras, tambaleándose-. Ya he roto una pieza de Worcester y es tremendamente cara -miró los pedazos dispersos por el suelo y sacudió la cabeza-. ¡Qué desastre!
– Drury me dijo que el señor Hagan irrumpió en el dormitorio y que estaba a punto de violarte o de asesinarte -dijo Merryn, bajando el jarrón. Miró el cabello despeinado de Joanna y su ropa desarreglada-. Espero no haber llegado demasiado tarde…
– En absoluto -le aseguró Joanna-. Sigo viva, como puedes ver, y no iba realmente a violarme -vaciló-. Bueno, quizás lo habría hecho. Me sugirió un… arreglo, pero en el último momento me arrepentí y creo que mi negativa lo enfureció.
– ¿Un arreglo? ¿Así es como lo llamas? -Merryn dejó cuidadosamente el jarrón sobre la cómoda-. Seguro que tu virtud es más valiosa que una pieza de porcelana.
Joanna se echó a reír.
– No estoy muy segura de ello… Nunca se me había ocurrido semejante comparación. Todo depende de lo que uno quiera, y yo adoro mi colección de porcelanas -vio la consternada expresión de su hermana y esbozó una mueca-. Lo sé. Piensas que soy una frívola.
– No. Pienso que estás bromeando a propósito sobre todo esto porque no quieres alarmarme. Todo apunta a que el señor Hagan intentó chantajearte para que te acostaras con él… ¡sapo odioso y detestable…!
– Tienes razón. Y como al final lo rechacé y herí además su orgullo, voy a tener que actuar rápidamente antes de que nos eche a las dos a la calle.
Merryn se dejó caer pesadamente en la cama, arrugando la exquisita colcha de seda china. Joanna, conmovida por el gesto que había tenido al acudir en su rescate, se abstuvo de protestar.
– ¿Fue con eso con lo que te amenazó? -inquirió Merryn.
– En efecto -reconoció, sombría.
– Sapo odioso y detestable… -repitió-. ¿Qué vamos a hacer ahora?
– Voy a intentar persuadir a lord Grant de que se case conmigo -dijo Joanna. El corazón le latía a toda velocidad, pero sabía que sonaba confiada. No podía ser menos: había dispuesto de años para perfeccionar su aspecto exterior, siempre escondiendo el tumulto de sentimientos que le bullían por dentro. En aquel momento, su sentimiento principal era el horror. Desde que la idea de casarse con Alex asaltó su mente, había estado oscilando entre el miedo y… bueno, un miedo todavía mayor.
Merryn se había estremecido al escuchar sus palabras.
– ¿Casarte? ¡Pero si ni siquiera te gusta!
– Eso no tiene nada que ver -replicó Joanna, esforzándose tanto por acallar sus propias dudas como por convencer a su hermana-. Fíjate en la cantidad de matrimonios que se han arreglado por pura conveniencia. Si tengo que casarme con lord Grant para proteger mi nombre y mis propiedades, hermana mía… ¡da igual que me guste o que no!
Merryn se la quedó mirando fijamente.
– ¡Pero tú juraste que jamás volverías a casarte! Dijiste que era lo último que querías en el mundo.
– Mentía. Lo último que quiero es perder todo esto -señaló la opulenta habitación, con la suntuosa alfombra roja y su exquisita decoración-. Yo soy muy frívola… -explicó, viendo la desconcertada expresión de su hermana- y esto me hace feliz.
– Tener un hijo es lo que te hará feliz. Te haces la frívola, Jo, pero en realidad no lo eres.
– Sí que lo soy -sonrió-. Oh, admito que hacerme cargo de Nina y procurarle un buen hogar me haría muy feliz, pero no estoy preparada para hacerlo en medio de la pobreza. Tengo un estilo de vida que mantener.
Merryn adelantó el labio inferior en un gesto de terquedad que Joanna recordaba de su más tierna infancia.
– Sé que te las das de egoísta, Jo. Pero lo cierto es que si estás haciendo todo esto es por Nina y también por mí. Para que tengamos un techo sobre nuestras cabezas y podamos estar seguras y protegidas.
– Te equivocas -repuso secamente Joanna-. Lo estoy haciendo por mí misma.
De todas formas, se acercó para abrazarla. La estrechó contra su pecho por unos segundos, enternecida.
– Preveo un gran obstáculo -dijo Merryn apartándose el cabello de la cara y frotándose los ojos, sospechosamente enrojecidos por las lágrimas.
– ¿Oh? ¿De qué me he olvidado?
– Tú no tienes nada que ofrecerle a lord Grant. Es quizás esperar demasiado de él pedirle que consienta en todo eso por una pura cuestión de honor, así como por su responsabilidad hacia Nina.
Se hizo un silencio. Merryn seguía sentada en la cama con las manos entrelazadas sobre su regazo, mirando ansiosa a su hermana. No por primera vez, Joanna se preguntó cómo había podido tornarse tan cínica mientras que Merryn había permanecido siempre tan ingenua. Suponía que la culpa la tenía la perversa influencia que la alta sociedad londinense había ejercido sobre ella, además de la desilusión de su matrimonio con David.
En todo caso, lo que no podía decirle a Merryn era: «Te equivocas. Siempre puedo entregarle mi cuerpo a lord Grant».
No, eso no podía decírselo: Merryn se quedaría consternada. Y, si era sincera consigo misma, ella también: quizá como último efecto de su educación de vicaría. Pero Alex podía darle algo que necesitaba: los medios que requería para mantener a Nina y para seguir disfrutando de las comodidades a las que se había acostumbrado, y esa vez sí que estaba dispuesta a sacrificarse para ello. Su tío probablemente la habría denunciado como una mujer pública, pero Joanna no veía que eso fuera muy diferente de cualquier matrimonio de conveniencia donde se negociara fríamente con tierras y riquezas.