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Hagan jugueteaba con su copa vacía de brandy.

– Estoy seguro de que conseguiréis vuestro deseo, madame.

– Bueno, eso es estupendo, querido -murmuró, levantándose y recogiendo sus dibujos-. Permitiré entonces al señor Devlin que siga fornicando conmigo con su vigor acostumbrado hasta que me revele todos sus secretos -vio la mirada de mal disimulado deseo de Hagan y esbozó una deslumbrante sonrisa. Cómo le encantaba escandalizar a la gente…-. Los criados os acompañarán a la salida -añadió-. Que paséis una buena noche.

Nueve

La noche había sido larga y calurosa. Alex estaba cansado y bastante borracho. Lo cierto era que el alcohol era lo único que le había ayudado a soportar aquella interminable velada. Charles Yorke había organizado una cena en el almirantazgo con el Príncipe Regente como invitado de honor, y dado que lady Joanna Ware se había negado a que lo acompañara al baile de lady Bryanstone, a Alex se le habían acabado los pretextos para negarse. Al menos si quería que la junta continuara apoyando su viaje de Spitsbergen, financiando el abastecimiento de la expedición y un navío de guerra para acompañar a la Bruja del mar, en caso de que surgieran dificultades.

Mientras entraba en Grillon's y se dirigía a su dormitorio, Frazer acudió a su encuentro, con su cara larga y adusta aún más larga y adusta a la luz de las velas.

– Hay una dama esperándolo, milord.

Alex maldijo entre dientes. Esquivar invitaciones de damas sobreexcitadas se había convertido en una costumbre durante la última semana, pero hasta el momento ninguna había tenido la temeridad de invadir su dormitorio, y menos aún con la connivencia de su mayordomo.

– Frazer, son las tres de la madrugada.

– Lo sé, milord.

– Y me gustaría dormir.

– Sí, milord.

– Y estoy algo bebido.

Frazer olisqueó un par de veces.

– Indudablemente oléis a taberna, milord -se interrumpió-. Se trata de lady Joanna Ware, milord.

– Como si es el mismo Papa de Roma -replicó Alex, irritado. ¿Joanna estaba allí, en su cámara, a las tres de la mañana? Debía de estar alucinando-. Deberías haberla echado.

– Lo intenté. Pero se negó a marcharse.

Alex se giró en redondo. La puerta de su cámara estaba abierta y Joanna se encontraba en el umbral. Detrás de ella, una vela ardía sobre la mesilla, proyectando un halo de luz en torno a su cabeza, bruñendo su cabello de bronce y oro. Avanzó hacia él, con las faldas de su vestido haciendo el ruido más leve y sensual del mundo. Alex aspiró la fragancia de su perfume, a miel y rosas mezclado con su calor, tan dulce y seductor que le subió directamente a la cabeza… y le bajó a la entrepierna. Lucía un vestido de encaje plateado que se tensaba en los lugares apropiados… ¿o eran los inapropiados? Se la quedó mirando de hito en hito.

Al fondo, la cama sin deshacer. Hacía un minuto se moría de ganas de dormir. En aquel momento, sin embargo, la tentación era de una naturaleza completamente diferente.

– ¿Qué diablos estáis haciendo aquí? -sabía que sonaba grosero, pero la alternativa era estrecharla en sus brazos y besarla. Y no tenía ninguna gana de hacer algo parecido delante de Frazer.

– Brooke os localizó de mi parte -explicó Joanna-. Necesito hablar con vos.

– ¿No podéis esperar?

– Evidentemente no, ya que en ese caso no estaría aquí -arrugó la nariz al detectar su hedor a alcohol-. ¡Oh, estáis embriagado!

– Sólo un poco.

– Lo siento, madame -intervino Frazer.

– No te disculpes por mí, Frazer -dijo Alex-. Soy perfectamente capaz de disculparme solo si la situación lo requiere -se volvió hacia ella-. Lady Joanna, idos a casa. Ya iré a buscaros yo por la mañana.

– Por la mañana puede que ya no esté allí.

Lo dijo con un levísimo temblor en la voz que no le pasó desapercibido, pese al estado de embotamiento de su cerebro. Mirándola a los ojos, leyó en ellos una férrea determinación a la vez que una gran ansiedad, evidente en la manera en que apretaba las manos. Sintió entonces que algo se removía en su interior, una corriente de compasión que se mezclaba con otra cosa, un sentimiento que hacía tiempo que había creído perdido. Soltó una maldición.

– ¡Milord! -se permitió recriminarle Frazer, como un tío ofendido-. ¡No se jura delante de una dama!

– Frazer, tráeme por favor un poco de agua fría -le pidió, ignorando su reproche-. Lady Joanna, ¿qué puedo ofreceros? Aparte de mi carruaje para llevaros de vuelta a casa, claro está.

– He venido a seduciros -se apresuró a contestar.

– Disculpadme, milord -dijo Frazer en medio del silencio que siguió a sus palabras-. No creo que deba estar presente en un momento como éste.

– Desde luego que no -repuso Alex-. Excúsanos, por favor -tomó a Joanna del brazo y entró con ella en la habitación. Cerró la puerta a su espalda-. ¿Habéis venido aquí a seducirme? -repitió.

– Sí -parecía contrariada.

– ¿Entonces por qué no lo habéis hecho?

– ¿Perdón?

– Esas cosas no se anuncian. ¡Se hacen!

Vio que Joanna se mordía el labio inferior.

– ¡No podía! Frazer estaba presente y no quería escandalizarlo. Me simpatiza: me sirvió una copa de vino mientras os esperaba y estuvimos hablando de su hogar… -se interrumpió, como si se hubiera olvidado por un momento de la realidad de su situación. Por un instante, su expresión fue trágica. Parecía también como si tuviera diecisiete años en lugar de veintisiete; pese a la sofisticación de su vestido tenía un aspecto perdido, desconsolado, tan triste como una virgen que acabara de escuchar a su madre historias sobre el deseo descontrolado de los hombres.

Un sentimiento de ternura lo asaltó. Lo reconoció con incredulidad, mientras se preguntaba si no sería la bebida que se le había subido a la cabeza. ¿Podría Joanna Ware suscitarle una emoción semejante cuando ni la quería ni la apreciaba? Parecía una locura. Sólo por un segundo, temió haberse vuelto loco de verdad.

– Habéis organizado un enredo espectacular, ¿sois consciente de ello? -le dijo con mayor brusquedad de lo que había esperado.

Un brillo de indignación asomó a sus ojos azul lavanda.

– ¡Vaya, gracias! ¡Disculpadme si no tengo detrás una experiencia en la que apoyarme!

– Soy incapaz de imaginarme lo que estáis pensando.

– ¡Yo también! -se ruborizó aún más.

Llamaron tentativamente a la puerta. Frazer asomó la cabeza y pareció enormemente aliviado al ver que ambos seguían respetablemente vestidos. Tendió a su señor una palangana de agua fresca. Sin pensárselo dos veces, Alex se la vació sobre la cabeza. Joanna se mostró escandalizada.

– ¡Pero qué desastre! Tenéis bajo los pies una alfombra Aubusson, os lo recuerdo. Aunque… que una alfombra así esté en un hotel frecuentado por gente como vos es algo que escapa a mi entendimiento.

– Bueno, al menos ahora puedo pensar con un mínimo de coherencia -murmuró Alex secándose la nuca con una toalla, mientras Frazer se retiraba con la palangana-. ¿Queréis explicarme de una vez qué diablos significa todo esto?

Vio que Joanna fruncía los labios… y volvió a sentir el impulso de besarla.

– Necesito que os caséis conmigo.

Alex basculó sobre sus talones, sorprendido.

– ¿Por qué?

– Porque estoy desesperada.

– Gracias -repuso secamente-. Sigo esperando comprender qué papel juega la seducción en todo esto.

Joanna suspiró profundamente y se alejó unos pasos. Esa vez, el rumor de sus faldas le recordó el siseo de un gato furioso.

– Hasta ahora, en las únicas ocasiones que no hemos discutido, hemos terminado besándonos -explicó, enojada-. Me pareció, por tanto, la manera lógica de acercarme a vos.

– Podría acostarme con vos -dijo Alex-. ¿Pero por qué imagináis que consentiría en casarme?