En ese momento parecía más furiosa todavía. Alex supuso que habría podido decírselo de una manera más galante, pero la cabeza aún le daba vueltas.
– Porque se supone que sois un caballero -le espetó ella-. ¡Y eso es lo que hacen los caballeros!
– Vuestra lógica os falla.
– Y a vos vuestras maneras -sonaba exasperada. Finalmente sacudió la cabeza con gesto derrotado-. Lo siento. Estoy cansada, y evidentemente no estaba pensando con coherencia. Ahora me doy cuenta de que he hecho el ridículo…
– Joanna… -de repente se dio cuenta de que había tomado sus manos entre las suyas. La sintió temblar, y sintió también el impulso de reconfortarla, tan inquietante como poco familiar. El contraste entre la cruda emoción de sus rasgos y su sofisticado aspecto resultaba en extremo desconcertante-. Explicádmelo todo.
Se liberó de sus manos y fue a sentarse en el borde de la cama. El cuerpo de Alex reaccionó instintivamente a la imagen que ofrecía: con varios mechones escapando de su moño, extendida la gran falda plateada… Maldijo para sus adentros. ¿Acaso no era consciente de lo que le estaba haciendo, presentándose en su cámara a mitad de la noche? Había proclamado atrevidamente su decisión de seducirlo y en aquel momento parecía pensar que, sólo porque él la había rechazado, reunía aún menos atractivos que Frazer.
Indudablemente no iba a sentarse a su lado: con ello sólo conseguiría incrementar la tentación. Hundiendo las manos en los bolsillos, se alejó hacia el otro extremo de la habitación.
– Se trata de John Hagan -empezó, apresurada-. Me dijo… me dijo que si viajaba al Ártico, no tendría ya casa a la que volver, y que se aseguraría de que nadie más me proporcionara alojamiento -hizo un gesto de desesperación-. Me dijo también que no quería a Nina en la familia, que era la bastarda de David y que debía abandonarla a su suerte… -le tembló la voz-. Luego quiso… -volvió a interrumpirse-. Bueno, me sugirió un arreglo…
– Entiendo -repuso Alex, indignado-. Y vos lo rechazasteis.
– No exactamente.
De pronto, su mirada se tornó desafiante. Aquellas dos palabras le sentaron a Alex como una patada en el estómago.
– Necesito ofrecerle un hogar a Nina. Y no se me ocurría otra salida. No puedo trabajar como sirvienta ni vivir con escaseces. ¡Necesito mis comodidades! Así que pensé…
– ¡Por todos los demonios, Joanna! -exclamó, tuteándola. Sintiéndose a punto de explotar, la agarró de los hombros-. Te negaste a tener un affaire conmigo invocando tus presuntos principios morales… ¡y luego te acuestas con John Hagan a cambio de que te garantice tu estilo de vida! -la soltó bruscamente. Estaba hirviendo de furia, presa de un instinto de posesión desquiciado, primitivo-. Debí haber adivinado… -añadió con amargura- que si en aquella ocasión te hubiera ofrecido aquel carruaje de cuatro caballos y aquel collar de diamantes, habrías cambiado de idea sobre mí.
– No fue así -protestó Joanna. Tenía las manos en las caderas y echaba chispas por los ojos-. ¡Hagan me estaba chantajeando y yo me veía sin salida alguna! -se le quebró la voz-. Quiero realmente ayudar a Nina y protegerla, Alex. En cualquier caso, no pude soportarlo -pareció recuperarse-. Era demasiado repulsivo y temí también que pudiera engañarme.
Alex soltó una carcajada.
– Vuestros temores eran probablemente ciertos -se la quedó mirando. Él mismo estaba asombrado de la furia que lo invadía. Si le enfurecía que ella se hubiera planteado siquiera sucumbir al chantaje de Hagan, todavía le encolerizaba más aquel despreciable sujeto por su intolerable comportamiento.
Ahora entendía por qué Joanna se había acercado a él. Necesitaba no solamente un hogar para ella misma y para Nina sino, lo que era más importante, la protección de su apellido contra la perversa venganza de Hagan. El hombre era un personaje influyente y pondría a la alta sociedad en su contra. Joanna, viuda sin una fortuna propia, había sobrevivido y disfrutado de los favores de la sociedad gracias a que había complacido a aquéllos que tenían poder e influencia. Pero ahora toda esa gente podía abandonarla simplemente para demostrar que había sido un juguete, una creación suya.
Se dio cuenta en ese momento de que Joanna estaba recogiendo su chal, dispuesta a marcharse.
– Fue un error por mi parte venir aquí -le espetó con tono brusco-. Ahora me doy cuenta de ello. Si Hagan se atreve a expulsarme realmente de mi casa, supongo que podré encontrar a algún otro caballero que desee desposarse conmigo…
A Alex todavía le dolía la cabeza por la borrachera: el proceso de recuperación estaba tardando más de lo habitual. Pero de una cosa estaba seguro: nadie más iba a casarse con Joanna Ware. Eso le parecía tan claro como el agua.
– ¿Lewisham quizá, o Belfort, o Preston? -sugirió-. No son hombres, querida. Apenas se mantienen en pie.
– Lo sé -volvió a lanzarle una mirada de desafío-. Pero son seguros. Y Merryn, Nina y yo también estaríamos seguras con ellos.
– Ninguno se dignaría acoger a la hija ilegítima de otro hombre -le recordó Alex.
– Supongo que no -jugueteó con los flecos de su chal de gasa-. Sé que tú no tienes más ganas de casarte que yo, Alex, pero al menos podrías consentir por el bien de la niña. David te nombró su tutor por alguna razón, y creo que la razón fue porque sabía que no la abandonarías. Por mucho que detestes la responsabilidad que cargó sobre tus hombros, sé que cumplirás con tu deber… -se interrumpió-. Porque detestas sentirte responsable, ¿verdad? Percibo en ti todo el tiempo esa furia y ese resquemor…
La amargura y la furia volvieron a hacer presa en él. ¿Cómo podía confesarle lo muy culpable que se sentía por la muerte de Amelia y lo mucho que lo irritaban las responsabilidades y obligaciones que, sin embargo, era incapaz de rehuir? Era como un castigo, una penitencia. Oh, sí, David Ware había elegido bien a los tutores de su hija, porque ninguno de ellos abandonaría jamás a la niña. Joanna, con su tenaz deseo de ayudarla, y él con aquel sentimiento de culpabilidad del que nunca podía liberarse…
– Sí -gruñó-. Lo detesto.
– ¿Por qué?
Nunca antes le había mentido. Con no poca sorpresa se dio cuenta de que hasta el momento habían sido completamente sinceros el uno con la otra. Pero aquello era distinto. Aquella úlcera suya, aquellos remordimientos, la culpabilidad que sentía por la muerte de Amelia, era algo de lo que nunca hablaba y no iba a empezar a hacerlo ahora. No, con una verdad a medias sería suficiente.
– Porque detesto atarme a las cosas. No deseo responsabilidades. Soy un explorador -se encogió de hombros-. Es una compulsión difícil de explicar…
Joanna asintió con la cabeza, ensombrecida su expresión.
– Entiendo.
Dado que Ware había tenido esa misma compulsión, Alex imaginaba que Joanna la habría entendido muy bien, más que cualquier otra mujer que hubiera conocido. Y sin embargo…
– Tú no deseas eso en un hombre -adivinó.
– Por supuesto que no -su tono se había teñido de amargura-. Pero quiero a la niña, Alex. Siento una obligación moral hacia ella, pero sobre todo tengo que ayudarla. No puedo dejarla abandonada, tan lejos, indefensa, sin nadie que la quiera… Al mismo tiempo, soy lo suficientemente frívola como para desear mantener mi estilo de vida. Lo admito sinceramente -aspiró hondo y se levantó-. Así que te propongo un trato. Sé que tengo poco que ofrecerte a cambio, pero sólo te pido que nos des la protección de tu apellido y un lugar donde vivir… -sonrió levemente- para Merryn, para Nina y para mí misma. Quizá tu prima Francesca pueda quedarse con nosotras también. Yo podría hacer de madrina suya en su presentación en la alta sociedad, eso si no me veo repudiada -se interrumpió-. No te pido nada más. Yo educaré a Nina y cuidaré de ella, mientras que tú serás libre de viajar a donde te plazca, sin obligaciones ni compromisos. ¿Qué dices?