Выбрать главу

– Nada.

Alex no se movió. Estaba entre ella y la puerta.

– Cobarde. Estás dispuesta a arriesgar un oscuro y azaroso futuro para Nina y para Merryn, así como para ti misma… ¿sólo porque no te atreves a acostarte conmigo?

La temperatura de la habitación pareció aumentar de golpe.

– Chantajista… No eres mejor que Hagan -alzó una mano para abofetearlo. Sentía una estremecedora mezcla de emociones: ira, deseo, vergüenza y una furiosa excitación.

Le sujetó la muñeca casi con negligencia, para soltarla de inmediato.

– La idea fue tuya -le recordó-. Y por una vez era buena. Pero… -se encogió de hombros- será como tú quieras -sentenció y se hizo a un lado con la intención de dejarle marchar.

– No -pronunció Joanna sin darse cuenta, como si un resorte se hubiera activado repentinamente en su interior-. No puedo. Quiero a Nina -quería a la niña, con desesperación. Y también tenía otros objetivos no tan altruistas. Bajó la mirada a su vestido plateado-. Y quiero vivir en Londres y llevar ropa bonita y…

Alex se echó a reír.

– ¿Así que al final te acostarás conmigo por tu guardarropa? Muy bien.

La levantó en vilo y la arrojó sobre la cama. Fue un movimiento tan brusco y sorprendente que por un momento fue incapaz de reaccionar, aturdida. Alex se cernió entonces sobre ella, avasalladora y arrebatadoramente masculino, y Joanna sintió que se le aceleraba el corazón con una mezcla de temor, fascinación y el más perverso placer. La sensación parecía enroscarse en su vientre, anudándose con una tensión insoportable.

Se sentía atormentada por la más atroz necesidad, furiosa consigo misma y a la vez frenéticamente necesitada de sentirlo dentro de ella. Nunca había experimentado un deseo tan abrumador: el solo hecho de pensar en ello le hacía retorcerse de desesperación.

Alex se inclinó lentamente hasta cubrirle la boca con la suya, atrapándola entre su cuerpo y la cama. Joanna estiró los dedos de las manos sobre la colcha y pudo sentir el tosco brocado bajo sus palmas. El beso era una clara declaración de intenciones, y su propio cuerpo la reconoció como tal.

Los labios de Alex se mostraban insistentes, exigentes, con su lengua enredándose con la suya y provocándole una acalorada respuesta que apenas podía controlar. Podía sentir su miembro excitado contra su vientre; y también la manera en que se excitaban sus pezones contra su camisola de seda y alzaba las caderas para apretarse contra él. Hasta que un pensamiento atravesó como un rayo aquella neblina sensual.

– Por favor, no me estropees el vestido -murmuró, recordando el altísimo precio que había pagado por él en la tienda de madame Ermine.

Alex soltó un exasperado suspiro.

– Quítatelo entonces -le dijo-. Antes de que yo lo haga con mucha menor delicadeza.

– No podré quitármelo sin la ayuda de una doncella.

Alex suspiró de nuevo: Antes de que ella se diera cuenta de nada, la había tumbado bocabajo. Soltó un pequeño grito de protesta cuando sintió sus impacientes dedos en el cuello de su vestido, ocupados en desabrochar la hilera de botones de perla que corrían todo a lo largo de la espalda.

– Por favor, no me arranques los botones -le pidió cuando lo oyó maldecir.

– Necesitas pensar en otra cosa -pasó a acariciarle la nuca con los labios, haciéndole estremecerse. Luego se dedicó a mordisquearle la piel desnuda de un hombro mientras sus dedos proseguían su camino descendente. Trabajó finalmente con los broches del vestido con una concentrada eficacia que la ofendió y excitó a la vez. Para entonces estaba temblando de pies a cabeza.

Terminó de sacarle el vestido. Joanna oyó el sonido de la tela al rasgarse y se dispuso a protestar, pero él volvió a girarla y se apoderó nuevamente de su boca: sabía tan deliciosamente bien que se olvidó de sus objeciones. No tardó en retorcerse de placer bajo sus caricias. La asaltó una punzada de aprensión, que murió enseguida. No, Alex no era David, siempre egoísta en su necesidad. Desde el principio, además, había sabido que tampoco era un hombre que se sirviera de su fuerza para aterrorizar a los demás. Con las manos y la boca le estaba regalando un exquisito placer, al tiempo que le deslizaba la camisola por los hombros para exponer sus senos a su mirada. Su contacto era leve, sus caricias infinitamente dulces mientras continuaba provocando su respuesta.

Se retorcía inquieta, deseosa, buscando su boca. Alex se detuvo, abanicando con su aliento un rosado pezón, y ella se arqueó entonces para acercarlo a sus labios.

– Tienes la más deliciosa…

Joanna esperó, tenso su cuerpo como un arco.

– … ropa interior -deslizó una mano por su vientre, encima de la seda de sus enaguas-. ¿La compras en Bond Street?

– Como si eso te importara… -le agarró la cabeza para acercarlo una vez más a su seno, y lo escuchó reír mientras le lamía y mordisqueaba el pezón. Casi chilló cuando la sensación la desgarró por dentro, hasta que recordó que estaban en una habitación de hotel y que Frazer andaba cerca: la cascada de placer no hizo sino multiplicarse por la perversidad de la situación.

Lo atrajo hacia sí, hundiendo las uñas en los duros músculos de sus hombros, y le desgarró la camisa sin que le importara lo más mínimo. Al fin y al cabo, él no se preocupaba tanto de su apariencia como ella.

Ése fue su último pensamiento lógico antes de que él la besara de nuevo para transportarla a aquel oscuro y erótico lugar del cual no querría nunca más escapar. Su lengua volvió a enredarse con la suya, y Joanna lo abrazó desesperada. Para entonces ya la había desnudado del todo y fueron sus propias manos, no las de él, las que buscaron la cintura de su pantalón, febriles en su deseo de eliminar la última barrera que se interponía entre ellos. Lo oyó contener el aliento, vio a la luz de las velas la sombría intensidad de su expresión y no pudo evitar sentir una punzada de temor, a manera de último y oscuro recuerdo de la crueldad de David.

Esa vez, sin embargo, Alex percibió su reacción, y se apartó. Sus ojos brillaban con la misma necesidad que Joanna podía sentir dentro de sí, un deseo que batallaba con los últimos jirones de su miedo.

– No temas.

¿Cómo se había dado cuenta? La tensión de sus músculos se aflojó cuando él le besó con exquisita ternura la mejilla, la sensible piel de detrás de la oreja, la fina línea del cuello.

– Confía en mí.

Así lo hizo. Y sintió alivio. Él jamás le haría daño. Estaba segura.

Alex empezó a deslizarse hacia atrás y le separó los muslos. Joanna se quedó helada cuando lo vio bajar la cabeza hacia ella. Soltó un pequeño gemido de rechazo e intentó moverse, pero para entonces la estaba sujetando con firmeza, ferozmente posesivo, mientras la maestría de su lengua le hacía gritar. Se vio atrapada en una creciente espiral de placer, y luego por un remolino de sensaciones que la tomó enteramente por sorpresa, para arrojarla a un profundo abismo. Jadeó y abrió los ojos, la habitación empezó a girar y su cuerpo rodó una y otra vez por un torrente de delicias sin fin…

– Nunca… no sabía -yacía aturdida y sin aliento en la cama.

Miró a Alex. Estaba a su lado, apoyado sobre un codo. Parecía inmensamente complacido consigo mismo.

– No sabías… -murmuró él- lo extraordinario que es.

Joanna busco la sábana, repentinamente deseosa de cubrirse y esconder su vulnerabilidad.

– Yo no quería decir… -empezó, pero Alex le bajó la sábana para dejarla nuevamente expuesta a su mirada.

– Sé lo que querías decir -sonrió-. Todavía no hemos terminado.

Joanna soltó un leve gemido mientras él procedía a poseerla, hundiéndose en su calor de un solo y profundo embate. Había transcurrido demasiado tiempo desde la última vez, pero, aparte de ello, nunca había experimentado nada parecido. Antes se había limitado a soportarlo, esperando a que acabara de una vez. Con Alex, en cambio, se había visto inmediatamente asaltada por la tormenta de sensaciones de hacía unos momentos, con el placer ardiente reverberando por su cuerpo. Lo sentía enorme, llenándola por completo, y sin embargo se desesperaba por atraerlo aún más hacia sí, por sentirlo todavía más dentro. Empezó a retorcerse bajo su cuerpo, jadeando, cerrando los puños sobre las sábanas.