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Una ráfaga de viento se alzó entonces, balanceando el barco hacia estribor y separándolos. Alex la sujetó a tiempo de evitar que cayera: vio que estaba sin aliento, las mejillas sonrosadas por el frío viento del norte, la melena rizada cayendo desordenada sobre sus hombros.

Permanecieron mirándose fijamente, y Alex leyó en su rostro sorpresa y algo más, algo primario y apasionado que le aceleró el corazón. Experimentó un impulso de posesión que lo dejó estremecido, asombrado de su intensidad. Alzó una mano para acariciarle tiernamente una mejilla. Justo en aquel momento se dio cuenta de que no estaban solos, así que al final la dejó caer, resignado.

– No hay intimidad ninguna en un barco -murmuró con tono triste, sonriendo.

Dev acababa de subir al puente: llevaba en una mano el sombrero rojo de Joanna, que había rodado por cubierta y a punto había estado de caer al mar. Se lo ofreció con una aparatosa reverencia.

– Lady Grant…

Joanna aceptó el sombrero con unas palabras de agradecimiento y una sonrisa. Había recuperado su elegancia y estilo habituales, pero cuando se despidió de Alex con una mirada, se mostró por un instante tímida a la vez que levemente sorprendida. O al menos eso le pareció a él. Después de recoger a Max, bajó apresurada los escalones para reunirse con Lottie.

– Venía a decirte que viajaré contigo hasta Bellsund -le dijo Dev-. A partir de allí, organizaremos una partida de hombres rumbo a la bahía de Odden, en busca del presunto tesoro de Ware. Se encuentra a corta distancia de allí.

Alex asintió con la cabeza y se quedó mirando fijamente a su primo.

– Espero que no le hayas contado a nadie lo del mapa.

Dev se apresuró a desviar la mirada, como si ocultara algo.

– ¡Por supuesto que no! -suspiró. En aquel preciso instante llegaron hasta ellos unas risas procedentes de la cubierta inferior-. Será mejor que le recuerde a la tripulación que entretener a lady Grant no forma parte de sus obligaciones. Están tan seducidos por ella que seguro que se habrán olvidado de que, supuestamente, trae mala suerte llevar una mujer a bordo -se echó a reír-. Eres un tipo con suerte, Alex. No hay un solo hombre en este barco que no te envidie.

– Excepto tú, imagino -repuso secamente.

Dev esbozó una mueca.

– Oh, la señora Cummings es muy… complaciente… pero lady Grant es… -se interrumpió, y Alex se quedó sorprendido al ver que su primo se había ruborizado.

– Lady Grant es… ¿qué?

– No me obligues a ponerlo en palabras -le pidió Dev, ruborizándose aún más-. Sabes que no soy bueno expresándome -frunció el ceño-. Hay algo como… inocente en lady Grant, pese a que ya era viuda cuando se casó contigo -sacudió la cabeza-. Parece como la princesa de un cuento de hadas. Y no se te ocurra tacharme de imaginativo, o de extravagante -añadió al ver que abría la boca para hablar-, porque sé que tú también lo sientes. Vi la manera en que la mirabas.

– Ves demasiadas cosas -no le apetecía compartir aquel momento con nadie más. Seguía intentando aclararse él mismo, ya que jamás en toda su vida había experimentado nada parecido.

– Eres consciente de que a Purchase le gusta, ¿verdad? -continuó Dev-. Con lo cual quiero realmente decir que está genuinamente enamorado de ella.

Alex entrecerró los ojos mientras evocaba la conversación que había mantenido con Owen Purchase en Londres. Ahora estaba seguro de que su amigo nunca había sido amante de Joanna, pero eso no quería decir que no quisiera serlo. Descubrió que no le gustaba la idea. No le gustaba en absoluto: un sentimiento que no tenía nada que ver con la necesidad que tenía de asegurarse un heredero.

– Purchase jamás me engañaría -dijo, intentando ignorar el instinto primario que lo impulsaba a ir a buscarlo para arrojarlo por la borda de su propio barco-. Hace años que es mi amigo. Y Joanna… -pensó en su esposa, tan dulce y apasionada en sus brazos, y en la expresión de sorpresa que había visto en su rostro cuando se separaron después de besarse, como si no pudiera creer que lo que estaba sintiendo fuera real. Había reconocido aquel sentimiento porque él también lo había experimentado-. Joanna tampoco me engañaría.

Dev lo miraba con una sonrisa burlona.

– ¿Por qué te casaste con lady Joanna, Alex?

– De labios de cualquier otra persona -gruñó-, habría considerado impertinente esa pregunta.

– Siento curiosidad -repuso Dev, impertérrito-. No me pareces el tipo de hombre que codicie bien la fama de Ware o de su esposa, bien… -dejó la frase sin terminar.

– ¿Es eso lo que piensa la gente? -Alex se había quedado estupefacto-. ¿Que aspiro a ocupar el lugar de Ware? -nunca prestaba atención a los rumores, pero ahora se daba cuenta de que las habladurías debían de tener por tema su supuesto deseo de sustituir a Ware como explorador heroico, tanto en la sociedad londinense como en su lecho-. No se trata de Joanna. Ni de Ware, por cierto. Se trata de acoger a la hija de Ware y de dar a Balvenie un heredero.

No le pasó desapercibida la extraña expresión que asomó a sus ojos.

– ¿Un heredero? -inquirió.

– Recuerdo que eso fue lo que tú mismo me aconsejaste en cuanto regresé a Londres -pronunció, frunciendo el ceño.

– Desde luego -Dev evitó su mirada-. Discúlpame -dijo bruscamente-. Seguro que Purchase me está buscando -y se marchó sin más, dejando a Alex aún más sorprendido. Y preguntándose por lo que habría dicho para suscitar aquella reacción en su primo.

Doce

– No sé muy bien -dijo Joanna después de cenar, mientras bebía su té en un tazón de metal- qué es lo que puede hacer una en un barco para pasar el tiempo.

Alex y ella estaban solos en el comedor, ya que Dev y Owen Purchase se hallaban en cubierta y Lottie había desaparecido para seleccionar alguna ropa que llevar a la lavandería. Joanna se había quedado sorprendida de descubrir que había vuelto a recuperar el apetito después de tantos días subsistiendo a fuerza de gachas y galletas secas. Pero eso fue hasta que vio la comida que había preparado el cocinero del barco, una especie de guiso de carne con guisantes que no se parecía a nada que hubiera visto antes. Consciente de la mirada de Alex, se había obligado a probar varios bocados sin quejarse, pasándolos con un poco de cerveza. La bebida le había sabido horrible, pero había conseguido distraerla del sabor de la comida.

– Podrías leer -sugirió Alex-. ¿Qué me dices de esos libros que te regaló tu hermana?

– Encuentro muy áridas las memorias de viaje del doctor Von Buch -explicó Joanna. Ya había empezado a usar las páginas para rizarse el pelo, enrollándolas convenientemente.

– ¿Y el relato de la expedición del capitán Phipps?

– Lleno de tediosos detalles sobre los víveres del barco y sobre el refuerzo del casco con vigas y cuadernas, sea lo que sea que signifique esa palabra -dijo Joanna-. Supongo que tú lo encontrarás fascinante, ¿verdad? -se burló.

– En absoluto. El pobre Phipps debería haberse limitado a navegar para dejarle la escritura a otro -jugueteó con su copa de brandy, observándola con un interés que le hacía estremecerse-. Podríamos jugar al ajedrez, si quieres -murmuró-. O hablar.

Hablar. El interés que de repente parecía demostrar Alex por su compañía al margen del lecho matrimonial le parecía algo extraordinario. Apenas ese mismo día no había tenido empacho en decirle que el único interés que tenía por ella era engendrarle un heredero. Joanna había supuesto entonces que se mostraría extremadamente atento con ella en el lecho, para ignorarla prácticamente fuera del mismo. E indudablemente conocía a muchos matrimonios que sobrevivían a base de hablar lo menos posible. Y sin embargo, ahora parecía que Alex deseaba hablar con ella, aparte de hacerle el amor.