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Alex la acorraló entonces entre su cuerpo y la borda del barco.

– Reconócelo -le dijo-. Sabes perfectamente que tú también me deseas -en un impulso, la besó-. Eres mi esposa y quiero un heredero -susurró contra sus labios-. Hicimos un trato.

Aquellas palabras fueron como un cubo de agua fría que hubiera arrojado de repente sobre su piel ardiente. Recordó de pronto que la necesidad de Alex de tener un heredero constituía su única preocupación. Era por eso por lo que había consentido en casarse con ella, y la razón de que su matrimonio tuviera unos cimientos tan débiles, como si se hubiera edificado sobre arena. Alex y ella habían firmado un trato. Había llegado la hora de empezar a pagar.

Aspiró hondo. De una manera tan aterradora como traicionera, de repente descubrió que deseaba contarle la verdad a Alex. Aquella tarde había surgido entre ellos una frágil tregua que nunca podría repetirse ni durar si las mentiras y el engaño se empeñaban en atrofiarla. No podría volver a hacer el amor con él sabiendo que le estaba mintiendo deliberadamente sobre sus posibilidades de concebir un heredero.

– Alex, hay algo que debo decirte, yo…

– ¡Queridos!

Lottie se abalanzó sobre ellos, surgiendo de entre las sombras como una enorme polilla, y Joanna oyó a Alex jurar entre dientes. Un sentimiento de inmenso alivio la invadió. Ya le había estado fallando el coraje, y el momento de la verdad había pasado.

– Desde luego que no hay intimidad alguna en un barco -masculló Alex con tono triste, soltándola-. Señora Cummings… -improvisó una tensa reverencia- ¿qué podemos hacer por vos?

– Nadie puede dormir debido a tanta luz como hay -dijo Lottie-, así que he decidido organizar una pequeña fiesta -señaló al abigarrado grupo de tripulantes que la seguía, portando varios instrumentos musicales-. El señor Davy me ha asegurado que en la tripulación hay músicos prodigiosos.

– Curioso -dijo Joanna, mirando a Alex-. No tenía idea de que los marineros tuvieran tantas y tan diversas habilidades.

Alex se echó a reír.

– La tripulación de Purchase está formada en su integridad por antiguos marineros de la armada, y todos saben de todo: costura, carpintería, reparación de velas y redes, calzado, barbería… Y han demostrado además su competencia al menos en tres instrumentos musicales. Por no hablar de que saben conducir trineos y orientarse por las estrellas.

– Dios mío -murmuró Joanna, esbozando una mueca cuando la improvisada orquesta empezó a tocar-. No me lo esperaba. Supongo entonces que su habilidad para la costura superará con mucho a la mía.

Alex la llevó a un lado de cubierta mientras la banda acometía una giga, una danza popular. Para entonces, Lottie ya estaba bailando con el contramaestre. La tripulación reía y batía palmas mientras la música flotaba en el aire de la noche. Se encendieron faroles y linternas, y se distribuyeron raciones de ron que empezaron a pasar de mano en mano.

El licor abrasó la garganta de Joanna y la noche pareció de pronto más colorida y luminosa. En un determinado momento alguien la apartó de Alex y empezó a dar vueltas por cubierta, girando sin cesar de brazo en brazo, bajo la bóveda azul del cielo, con la brisa fresca en la cara y las risas alegres resonando en sus oídos.

Alex la alcanzó entonces y se puso a bailar con ella. Rechazó la petición de Dev de cedérsela: la abrazaba con tanta fuerza que Joanna podía sentir el firme latido de su corazón contra el suyo. El ron seguía circulando, ella volvió a beber y vio que Alex meneaba la cabeza con un gesto de censura, aunque sonriendo. Finalmente se quedó exhausta y Alex extendió una estera sobre cubierta, en un tranquilo rincón alejado de la fiesta, y la invitó a sentarse con él.

Se resentía de la dureza de la madera en la espalda, pero Alex le pasó un brazo por los hombros, envolviéndola en su calor. Relajada, apoyó la cabeza en su pecho.

– Imagino que no siempre será así -dijo con voz soñadora-. En invierno será de lo más deprimente, ¿no?

– Sí. Un invierno lo pasé en Spitsbergen como joven oficial en una de las expediciones de Phipps. Nos quedamos atrapados en los hielos: llegamos a temer que acabaran rompiendo el casco. Al final conseguimos cortar el hielo alrededor del barco, para que el casco no sufriera, pero de allí ya no pudimos escapar -soltó una corta carcajada-. Aquel año todo el mundo se puso muy nervioso.

– ¿Qué sucedió? -inquirió Joanna. Sentada al aire libre, disfrutando de aquella noche tan agradable y protegida por los brazos de Alex, le costaba creer que aquella tierra fuera al mismo tiempo capaz de matar… pese a que sabía que el propio David había muerto allí.

– Nuestros oficiales de mayor graduación nos mantuvieron a todos muy, pero que muy ocupados -le estaba diciendo Alex-. Con el primer toque de corneta, nos obligaban a correr por el hielo durante dos horas, alrededor del barco. Abrimos un paso a través del hielo, y lo señalamos con postes y antorchas. Lo bautizamos como el «Paso Podrido».

Joanna se echó a reír.

– ¿Sobrevivieron todos?

– Más que el hielo, fue la falta de comida lo que casi nos mató. Tuvimos suerte de escapar con vida.

Joanna se estremeció: la sombra de David se había cernido entre ellos. Alex no dijo nada, pero ella sabía que él también estaba pensando en su amigo. Se arrebujó aún más contra su pecho, en un intento por ahuyentar aquellos fantasmas. Por un instante, Alex no respondió: Joanna detectó cierta tensión en su cuerpo, como si se estuviera resistiendo a aquella intimidad, pero finalmente suspiró y la estrechó contra su pecho, con la mejilla contra su pelo.

La noche se estaba volviendo más fría. Joanna se estremeció levemente.

– ¿Tienes frío? -le preguntó él.

– No. Tengo miedo.

– ¿Del viaje?

– De lo que nos espera al final del viaje -le confesó ella-. Hay tantas cosas que me resultan desconocidas… -alzó la cabeza para poder mirarlo. No sabía por qué se estaba confiando a éclass="underline" quizá fuera el efecto del ron, que le había soltado la lengua. Alex no era un hombre que invitara a las confidencias. Era demasiado reservado, demasiado celoso de su intimidad. El sol ya se había ocultado detrás de las montañas y la noche ártica se había llenado de sombras alargadas. Le resultaba imposible leer su expresión.

– Te queda encontrar a Nina y procurarle un buen hogar -dijo Alex-. Sería extraño que no estuvieras preocupada, ahora que estás tan cerca de hacerlo.

– ¡Preocupada! -exclamó, sin poder evitarlo-. ¡Estoy aterrada!

Tuvo la impresión de que sonreía.

– No hay vergüenza alguna en tener miedo. Te estás aventurando hacia lo desconocido. Eres muy valiente, Joanna.

Se quedó tan sorprendida que por un momento fue incapaz de pronunciar palabra.

– ¿De veras? Yo creía que aventurarse hacia lo desconocido era navegar los siete mares y explorar tierras desiertas, y que lo valiente era pelear con fieras salvajes…

– Te equivocas -se echó a reír-. El coraje lo demostramos al enfrentarnos con lo que nos asusta, con lo que no deseamos hacer. El coraje consiste en domesticar el miedo, en evitar que nos domine. Tú no querías venir aquí, pero lo has hecho. No has permitido que el miedo gobierne tus actos. Ésa es la verdadera valentía.

Joanna se estremeció al escuchar sus palabras: ella se sentía de todo menos valiente. Alex se quitó entonces su abrigo y se lo echó sobre los hombros. Inmediatamente se sintió enormemente reconfortada, protegida no sólo por su calor, sino por su presencia. El abrigo conservaba su olor, un aroma a colonia de cedro y a aire polar, y le entraron ganas de envolverse en él pese a que hizo un débil intento por rechazarlo.

– ¡Oh, no! -exclamó al ver que se quedaba en mangas de camisa-. ¡Te vas a congelar!