– Salí yo sola. Una estupidez, cuando me habían dicho que tuviera cuidado. Me olvidé… -se estremeció convulsivamente-. Un oso, Lottie. Era tan hermoso… Alex dijo que no podía matarlo, y de verdad que yo no quería que lo hiciera, pero tenía tanto miedo… -se le quebró la voz.
Dev, que se había agachado para recoger el fusil que había dejado caer Alex, se la quedó mirando boquiabierto.
– ¿Alex no le disparó?
– Disparó por encima de la cabeza del oso -dijo Joanna. Volvió a estremecerse y Lottie le pasó un brazo por los hombros mientras la acompañaba de regreso a la cabaña.
– ¿Dónde está Grant? -quiso saber Purchase. Apretaba los labios con fuerza y tenía una expresión fiera en los ojos.
– Se ha ido -los dientes le castañeteaban tanto que apenas podía formar las palabras-. No sé adónde…
– No hables más -la reprendió Lottie-. No hasta que hayas vuelto a entrar en calor.
La arroparon con mantas y le dieron a beber brandy. Lottie se arrodilló frente a ella, frotándole las manos. Owen Purchase estaba furioso con Alex: quería matarlo por haber faltado de aquella manera a su deber.
– Nadie murió -señaló Joanna mientras bebía a sorbos el fuerte licor.
– No lo entiendo -dijo Lottie, que seguía sin salir de su asombro. Joanna nunca la había visto así: toda su pose de frivolidad se había desvanecido-. ¿Se puede saber por qué Alex no disparó antes? ¿Por qué no acabó con el oso?
– No lo sé -repuso Joanna, estremecida bajo las toscas mantas-. No lo sé… Dijo que me había fallado, no sé de qué manera, y luego… -hizo un débil gesto- se marchó sin más.
Por el rabillo del ojo, vio que Dev y Purchase intercambiaban una mirada. Alzó la cabeza, deseosa de defender a Alex de su censura. Pese a la furia que había sentido contra él, no podía soportar que lo culparan.
– Yo no quería que lo matara -pronunció, desafiante-. Era demasiado hermoso.
– Habría sido un espectáculo repugnante -dijo Lottie, recuperando su frialdad habitual.
– Pero un gran banquete -terció Dev, triste.
Joanna acercó las manos al fuego.
– Escucha, Dev. Alex dijo que había fallado antes… ¿qué querría decir con eso?
Vio que los dos hombres volvían a intercambiar otra mirada.
– No lo sé.
– Sí que lo sabes -dijo Owen Purchase, sombrío-. Los dos lo sabemos, Devlin. Quería decir que Amelia murió por su culpa, y ahora… -esbozó un gesto de rabia contenida- ha vuelto a fracasar a la hora de proteger adecuadamente a Joanna.
– La muerte de Amelia no fue en absoluto culpa de Alex -protestó Dev-. Resultó gravemente herido en su intento por salvarla. Su pérdida casi lo destrozó y…
– Bueno, pues ahora ha estado a punto de perder a su segunda mujer -repuso Owen, desdeñoso-. Corrió un riesgo innecesario. Debería haberlo disparado cuando lo tenía a cien metros por lo menos.
– Caballeros -Joanna se levantó para interponerse entre ellos-. Éste no es ni el momento ni el lugar para pelearse. Necesitamos encontrar a Alex -miró suplicante a Dev-. ¿Sabes tú dónde está, Devlin?
– Probablemente habrá ido a la bahía Wijde -murmuró el joven-. Hay un lugar allí del que me habló una vez. Se llama Villa Raven. No está lejos.
– ¡Una villa! -la expresión de Lottie se había iluminado de manera extraordinaria, como si de repente hubiera salido el sol-. ¿Por qué no me dijo nadie que había una villa aquí? ¡Qué maravilla! ¡Salgamos enseguida!
– Señora Cummings -dijo secamente Purchase-, no se trata de una villa como las del Támesis de Londres. Villa Raven no es mejor que esta cabaña: probablemente será mucho peor. El paraje es hermosísimo, pero se dice que trae mala suerte a los que se aventuran a visitarlo.
– Uno de los miembros de la tripulación de Sprague perdió allí un dedo por congelación -asintió Dev-. Y luego está Fletcher, que murió también allí de escorbuto…
– Suena encantador -repuso Joanna, irónica, y recogió su capa-. Yo iré. Necesito hablar con Alex.
– ¡No! -Lottie la sujetó de un brazo-. Jo querida… ¡pero si has estado a punto de perecer devorada por un oso polar! ¿Cómo puedes pensar en aventurarte sola por las heladas extensiones de Spitsbergen?
– Llevaré un fusil. Papá me enseñó a utilizarlo cuando era jovencita. Odiaba el ruido y el olor a pólvora, pero sabré usarlo.
– Yo os acompañaré, madame -Owen Purchase dio un paso adelante-. Hay unas cuantas cosas que quiero decirle a Grant.
– No -se opuso Joanna firmemente. Lo único que sabía era que resultaba imperativo que encontrara a Alex. La expresión que había visto en sus ojos cuando se marchó la había conmovido hasta el alma-. Gracias, pero reconvenir a Alex no solucionará este problema en particular, capitán Purchase.
Dev le tendió entonces su fusil.
– No intentaré deteneros -le dijo-, pero sí os daré un consejo. Llevaos a Karl de guía y enviadlo de vuelta cuando localicéis a Alex. Esperaremos aquí a que volváis. Oh, y si necesitáis disparar contra un animal, procurad hacerlo tumbada. Así soportaréis mejor el retroceso del arma.
– Lo tendré en cuenta cuando vuelva a atacarme otro oso polar -replicó, irónica.
Lottie, a su vez, le entregó la cartera de la que no se separaba nunca.
– Encontrarás algo de agua y de comida aquí. Asegúrate de volver sana y salva, Jo querida.
– Gracias -abrazó a Lottie y salió de la cabaña. Karl estaba descansando al sol, fumando un tabaco extremadamente fuerte y hediondo. Se levantó nada más verla y le hizo una torpe reverencia.
– Por favor, llevadme a Villa Raven -dijo Joanna, y enseguida vio desvanecerse su sonrisa. Masculló algo, malhumorado, y escupió en el suelo.
– Dice que el lugar está habitado por malos espíritus -tradujo Purchase.
– Haced el favor de decirle que no necesita acompañarme todo el camino, sino tan sólo mostrarme dónde está.
Entre los dos hombres se estableció un breve diálogo, al final del cual el guía asintió claramente reacio. Purchase se volvió hacia ella.
– Todo arreglado. Karl os llevará al lugar en cuestión y esperará a que lleguéis a la cabaña. Luego os acompañará de vuelta -meneó la cabeza-. Ojalá me permitierais acompañaros, lady Grant. Todo esto no me gusta nada.
– Necesito ver a Alex a solas -dijo Joanna-. Capitán Purchase… estoy segura de que lo entenderéis.
Vio asomar un extraño brillo a los ojos del capitán.
– Oh, claro que lo entiendo. Y Devlin tenía razón -añadió, reacio-. Grant es un buen tipo. Sólo dije lo que dije porque estaba furioso con él.
– Gracias -repuso ella, emocionada.
Recordó la insistencia con que Alex se había opuesto en Londres a que viajara a Spitsbergen. Y también la reflexión de Lottie cuando le comentó que la muerte de Amelia Grant explicaba su feroz determinación de disuadirla de que emprendiera el viaje.
«Fallé», le había dicho Alex. «No pude protegerte…».
Calzó un pie en el estribo y montó.
– Vamos.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
Alex había esperado que alguien saliera en su busca. Había supuesto que se trataría de Dev o de Owen Purchase, y no habría tenido entonces el mejor escrúpulo en mandarlos al diablo.
Ni por un momento había imaginado que sería Joanna.
La vio desmontar, atar su montura a un poste y subir los podridos escalones de Villa Raven. Lanzó una mirada de disgusto a su alrededor, como desagradada por el aspecto de la destartalada choza, una pared de la cual estaba casi cubierta por la arena de la playa.
Alex sintió una punzada de furia. Sabía que no era justo desahogar aquella furia con Joanna, pero a esas alturas no le importaba. Todos los recuerdos que durante tanto tiempo había reprimido, toda la culpabilidad, todo el horror, habían regresado a su alma como una marea ponzoñosa. Había amado a Amelia y le había fallado. Había empezado a amar a Joanna contra todo sentido y razón… y había vuelto a fallar. La amargura le atravesaba y envenenaba las entrañas como un cuchillo oxidado.