– ¿Por qué México?
– Oro.
– Paparruchas.
Dev se echó a reír.
– ¿No crees en las historias de tesoros perdidos?
– No. Tú tampoco deberías creer en ellas, y Purchase aún menos -Alex se pasó una mano por el pelo. ¿Maduraría alguna vez su primo? No podía creer que Dev hubiera renunciado a su comisión de servicio en la marina por una empresa tan disparatada-. Por el amor de Dios, ¿por qué tienes que estar siempre ideando juegos tan alocados y peligrosos?
– Eso es mejor que congelarme el trasero en alguna remota región helada en busca de una ruta que no existe. El almirantazgo te está utilizando, Alex. Te pagan una magra pitanza por arriesgar tu vida por la noble causa del imperio… y, sólo porque te sientes culpable por la muerte de Amelia, dejas que te envíen a un lugar dejado de la mano de Dios tras otro… -interrumpiéndose cuando Alex hizo un involuntario gesto de enfado, alzó las manos en un gesto de rendición-. Te pido disculpas. He ido demasiado lejos.
– Desde luego que sí -gruñó Alex, dominando su furia.
No pensaba hablar de la muerte de Amelia con nadie. Sin excepciones. Pero el comentario de Dev le había dolido. Amelia había muerto cinco años antes, y desde entonces, Alex había aceptado misiones y destinos extremos, los más arriesgados y peligrosos posibles. No había deseado otra cosa. Incluso en aquel preciso momento, sentado allí con Dev, sentía la urgencia de escapar, el deseo de dar la espalda a todas aquellas tediosas responsabilidades y cargas familiares. Pero por el momento estaba atrapado en Londres, a la espera de que el almirantazgo decidiera qué hacer con él.
– Uno de estos días -masculló, desahogando parte de sus frustraciones con su primo-, alguien te atravesará con una bala, y ese alguien bien podría ser yo.
Dev se relajó.
– No lo dudo -replicó con tono alegre-. Y ahora, respecto al favor que quiero pedirte…
– Eres un descarado.
– Eso siempre, pero… -arqueó una ceja-. Es fácil y no te costará ni un penique de tu patrimonio. Además de que me lo debes en tu calidad de hermano mayor que nunca tuve.
Alex suspiró. Una vez más se preguntó cómo conseguía su primo salirse siempre con la suya.
– Tu lógica es errónea -le espetó-. Pero continúa.
– Necesito que asistas a la velada que ha convocado para hoy mismo la señora Cummings en Grosvenor Square.
– Estás de broma.
– No.
– Pues entonces no me conoces lo suficiente después de veintitrés años. Detesto los bailes, las veladas, los almuerzos y las fiestas de cualquier tipo.
– Éste te encantará -repuso Dev, sonriendo-. Porque será en tu honor.
– ¿Qué? Ahora sí que has perdido el juicio.
– Y tú te estás convirtiendo en un viejo huraño y cascarrabias. Necesitas salir más y disfrutar un poco. ¿Qué tenías planeado para esta noche? ¿Pasar la tarde leyendo un libro en tu hotel?
Eso, reflexionó Alex, se había acercado peligrosamente a la verdad.
– No hay nada de malo en eso.
– Pero una velada será mucho más divertida -se rió Dev-. Y la señora Cummings es terriblemente rica y yo necesito convencerla de que financie mi viaje a México. Así que pensé…
– Entiendo -dijo Alex. Ahora veía exactamente adónde quería llegar su primo.
– Tanto el señor como la señora Cummings son grandes admiradores de los exploradores, y a ti te tienen por el más avezado de todos. Así que cuando se enteraron de que yo era primo tuyo, pues, bueno… Prometieron ayudarme a cambio de que yo consiguiera persuadirte de que asistieras a la velada.
Alex puso los ojos en blanco.
– Devlin… -masculló en tono de advertencia.
– Ya lo sé. Pero es que pensé que asistirías de todas formas, dado que lady Joanna Ware estará allí y como ella es tu amante…
– ¿Qué? -Alex dejó su taza en el plato con tanta fuerza que hizo temblar la mesa.
– Es lo que se dice por ahí. Yo me enteré por lady O'Hara justo antes de que nos encontrásemos. Estás en boca de todo el mundo.
– Ah -según sus cálculos, había transcurrido una hora entera desde que John Hagan abandonó Half Moon Street. Evidentemente, el tipo no había perdido el tiempo en difundir el rumor sobre la supuesta relación de lady Joanna Ware.
– Admito tu buen gusto -le estaba diciendo Dev-. Siempre había oído que lady Joanna era fría como una tumba… yo habría intentado probar suerte de haber sabido lo contrario.
– Puedes irte quitando la idea de la cabeza, muchacho -replicó Alex secamente. La sensación de masculina posesión que se apoderaba de él cada vez que pensaba en Joanna Ware resultaba tan intensa como desconcertante. Se dio cuenta de que había reaccionado puramente por instinto. Era una sensación completamente ajena a su carácter-. Y tampoco hables con descortesía de lady Joanna -añadió, preguntándose por qué sentía aquella necesidad de defenderla.
Dev arqueó las cejas.
– Muy vehemente te veo, Alex.
– Y ella no es mi amante -terminó, rotundo.
– ¿A qué viene ese mal genio? -sonrió Dev-. ¿O es que te sientes frustrado precisamente de que no sea tu amante?
– Basta.
Dev se encogió de hombros.
– ¿Pero estarás allí esta noche? -no consiguió borrar del todo la nota de súplica de su voz.
– Deberías habérselo pedido a Purchase -pronunció Alex, sombrío-. A él le gustan esas cosas.
– Purchase está cenando con el Príncipe Regente. Una invitación que tengo entendido que tú declinaste, Alex.
– Detesto toda esa estupidez de la fama y la popularidad.
Dev se echó a reír.
– Pero esto es diferente. Esto es por mí.
Alex reflexionó sobre ello. No aprobaba la decisión de Dev de renunciar a su comisión de servicio en la marina, pero el daño ya estaba hecho, Podía intentar disuadir a su primo de su desquiciado plan mexicano, pero dudaba que llegara a tener éxito; por algo había heredado Dev la legendaria obstinación que caracterizaba a la familia. Y Alex sabía que corría el riesgo de pasar por un completo hipócrita si jugaba el papel de responsable y aburrido hermano mayor. Ciertamente, había organizado sus propias expediciones con la aprobación y el apoyo de la Marina Real, pero… ¿qué diferencia había entre buscar aventuras bajo la bandera de su país o embarcarse para probarse a sí mismo de una manera diferente? Lo que movía a Dev era el coraje y el deseo de aventura e independencia. Y él no estaba huyendo de ningún fantasma del pasado, un cargo del que Alex sí era culpable, al menos en parte.
Alex tamborileó impaciente con los dedos en la mesa. Tal y como le había dicho a Dev, detestaba los eventos sociales. Y, sin embargo, si asistía a aquella velada y ayudaba a Devlin, podría atenuar un tanto la culpabilidad que lo acosaba por haber descuidado a su familia.
Además de que volvería a ver a lady Joanna Ware.
Por un instante volvió a sentirse como si fuera un adolescente en Eton, esperando entusiasmado a ver a la hija del director. El deseo de ver a Joanna no podía ser más fuerte, pese a que él mismo sabía que era la cosa más estúpida que podía hacer. Si lo que quería era una mujer, bien podía contratar una cortesana para una noche, o dos noches o las que fueran con tal de desahogar su deseo. Ésa sería una solución sencilla, sin complicaciones. Desear a la tentadora viuda de David Ware no era ni una cosa ni la otra.
El problema estribaba en que se trataba de Joanna Ware, y no de alguna dama de cascos ligeros de Covent Garden. Dudaba que acostarse con alguna cortesana aliviara su ansia. Podía decirse que su deseo no era más que la consecuencia natural de una prolongada abstinencia de compañía femenina, pero eso habría significado mentirse a sí mismo.
Joanna Ware era la tentación hecha persona. Resultaba irritante. Aquella mujer le estaba prohibida. Incluso le disgustaba profundamente.