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– Sois un estúpido, muchacho -dijo Frazer, severo.

– Lo sé. Maldita sea… Lo he estropeado todo. Ayer por la tarde fui a la bahía de Odden a buscar el tesoro. Lo desenterré y lo traje hasta aquí, yo hice todo el trabajo sucio… ¡para que al final Hagan se presentara tranquilamente aquí esta misma mañana a reclamarlo en tanto que legítimo heredero de Ware!

– Sigo sin comprender cómo ha llegado hasta aquí.

– Compró un pasaje al capitán Hallows en el Razón -le explicó Dev-. Ya sabéis que los perdimos muy pronto con la tormenta, a la altura de las Shetland: llegaron apenas esta misma mañana -señaló el gran ventanal de la sala, que daba al mar-. El hielo desapareció en una noche. Cambió el viento, el hielo se deshizo y quedó abierto el paso para los barcos. El señor Davy nos ha traído a la Bruja del mar desde Isfjorden.

Joanna se acercó al ventanal. Toda la bahía de Bellsund, con las montañas de fondo, brillaba blanca y clara bajo el sol de la tarde. En aquel momento se veían dos barcos anclados en la boca. La diminuta Bruja del mar aparecía empequeñecida por la fragata de la Marina Real Británica.

– Purchase ha salido para encargarse de los aprovisionamientos -le informó Dev-. Estaremos listos para zarpar mañana mismo.

Parecía un tanto turbado, y Joanna adivinó enseguida que ya sabía que Alex no viajaría con ellos. Frazer, por su parte, fingió ocuparse con las toallas y el agua caliente, evitando su mirada.

– Lo siento -le dijo Dev-. Había esperado que Alex… -se interrumpió, y empezó de nuevo-. No entiendo cómo puede abandonar esta misión a estas alturas… y, sobre todo, abandonaros a vos.

Se calló, incómodo. Frazer estaba sacudiendo la cabeza y murmurando entre dientes unas palabras que a Joanna le sonaron a «maldito estúpido», por mucho que el severo mayordomo deplorara maldecir.

– Alex no me está abandonando -replicó Joanna, forzando un tono ligero. Lo menos que podía hacer, reflexionó, era proteger a su marido de la censura de sus amigos, cuando nada de todo aquello había sido culpa suya-. Fue algo que habíamos acordado desde el principio.

Apoyada en el alféizar de piedra de la ventana, se quedó mirando fijamente la vista… y parpadeando para contener las lágrimas. Sabía que su voz sonaba débil y poco convincente. Sabía que ninguno de los dos hombres creía en sus palabras.

Se volvió hacia ellos. Tanto Dev como Frazer la miraban con idéntica expresión de compasión.

– No me has dicho todavía… -se apresuró a dirigirse a Devlin- de qué clase de tesoro se trata.

– Oh… -el rostro de Dev se aclaró un tanto-. No es en absoluto lo que habíamos imaginado.

– ¿Por qué no me sorprende? Supongo que se tratará de otra de las desagradables bromas de David.

– Lo es, en cierta forma -repuso Dev, perplejo-. El tesoro es una pieza de mármol. Sospecho que Ware debió de encontrar una veta en el roquedo de la costa y se le ocurrió explotarla. Hagan parece deleitado ante la perspectiva. Dice que es de una calidad tan alta que sólo puede encontrarse en Italia, y que en Londres hará una fortuna -apretó la mandíbula-. Purchase y yo intentamos convencerlo de lo equivocado de sus planes, pero el abad nos advirtió de que sería inútil.

– El abad es un hombre sensato y de buen criterio -intervino Frazer-. ¿Vais o no a tomar ese baño, señor Devlin?

– Os dejo tranquilo -dijo Joanna con una sonrisa, y miró el baño de asiento-. Al menos el baño que trajo Lottie os proporcionará alguna comodidad, mal que os pese su traición.

– Lo siento. Ella es vuestra amiga.

– Me temo que Lottie siempre ha sido monstruosamente indiscreta.

– Y monstruosamente desleal -añadió el joven con tono amargo.

Joanna se encogió de hombros: nada de todo aquello le importaba demasiado. Encontrar a Nina para luego renunciar a ella, y luego terminar perdiendo a Alex representaba una pérdida tan inmensa que no tenía tiempo para ocuparse de la perfidia de Lottie Cummings.

Sacó a Max de su cesta y lo cargó bajo el brazo.

– Me bajo al puerto -anunció-. Necesito localizar al capitán Purchase y hacer algunos preparativos -salió al gran patio del monasterio. Se sentía enormemente aliviada de que el hielo hubiera despejado la boca de la bahía y pudieran regresar a Inglaterra antes de lo previsto. No se sentía capaz de quedarse allí, en Bellsund, con la hija de David tan cerca y a la vez tan lejos.

En cuanto a Alex, le pondría las cosas fáciles. Ella había contratado el viaje de vuelta en la Bruja del mar, pero no pensaba abordarla. En lugar de ello, le compraría un pasaje al capitán Hallows en el Razón. Sería un viaje ciertamente incómodo con Lottie y John Hagan a bordo, pero no le importaba. En aquel momento no sentía más que una inmensa tristeza por haber perdido a Alex para siempre. Con el poco dinero que le quedaba, pagaría a Owen Purchase para que llevara a Alex a donde se le antojara ir. Pequeña recompensa para una traición tan grande, pero era lo único que podía hacer por él.

Traspasó las enormes puertas del monasterio y se detuvo en lo alto de la ladera. Hacía otro luminoso día de verano, como aquél que había saludado su llegada a Spitsbergen. La brisa del sur jugueteaba con su melena y hacía ondear sus faldas. Podía sentir la caricia caliente del sol en la espalda. El cielo era de un azul vívido, con la silueta de las montañas nítidamente recortadas. La nieve era tan blanca que hería los ojos.

Volvía a casa. Había llegado el momento de las despedidas.

Miró los barcos anclados en el fiordo. Regresaba a Londres, regresaba a la misma vida que había conocido antes. Resultaba extraño que, al final, nada hubiera cambiado realmente. Viviría con su hermana en la capital y diseñaría bellos interiores para sus clientes y asistiría a eventos de moda, y sonreiría y bailaría, y patinaría por la superficie de su vida como había hecho antes. Sería lady Grant en vez de lady Joanna Ware, pero eso apenas tendría importancia porque Alex estaría en la India, o en la cuenca del Amazonas, o en Samarcanda, donde fuera. Ella tendría que pedirle a Merryn un atlas o comprarse un globo terráqueo para saber dónde quedaban todos aquellos lugares.

O quizá no, porque seguir con el dedo los viajes de Alex por el globo solamente serviría para recordarle lo muy lejos que estaba de ella.

Escuchó de repente unos pasos a su espalda y se volvió con rapidez: el corazón le aleteó de esperanza por un instante, hasta que descubrió que no era Alex, sino Owen Purchase quien había ido a buscarla. Permaneció a su lado, mirando el horizonte, y por unos segundos ninguno de los dos dijo nada.

– Pensáis huir, ¿verdad? Pretendéis iros con Hallows en el Razón.

Joanna negó con la cabeza.

– No huyo. Vuelvo a casa.

– Venid conmigo -le pidió de pronto él. Y añadió, para sorpresa de Joanna-: Tomaremos la Bruja del mar. Iremos a donde nos plazca. A cualquier lugar del mundo.

Joanna lo miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco de estupor.

– Owen… -empezó, pero él negó con la cabeza.

– No digáis nada. Aún no -volvió de nuevo la mirada al horizonte-. Nunca pensé que haría algo así. Nunca imaginé que terminaría traicionando a un amigo para fugarme con su esposa -aspiró hondo y la miró de nuevo-. Pero la verdad es que vos sois demasiado buena para él, Joanna. No os merece, y eso casi me vuelve loco -soltó una amarga carcajada-. Suena algo tan trillado… pero es verdad.

– No -protestó Joanna-. No es verdad. Owen, si vos supierais…

– Yo lo único que veo -dijo Purchase con un tono casi feroz- es que vos estáis aquí y que os encontráis triste, y que Grant no aparece por ninguna parte y que, además, es el mismo canalla que os ha puesto en este estado de ánimo. Y eso no puedo soportarlo…

Joanna hizo un esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas.

– Owen… fuisteis vos quien me dijo que Alex era un hombre bueno, un gran tipo, y teníais razón -suspiró-. Yo no soy mejor que Alex. Lo que pasa es que él y yo no estamos hechos el uno para el otro. Algo sucedió entre ambos, algo que no puede arreglarse, y es por eso por lo que me marcho.