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– ¿Lady Grant se ha marchado con Hallows en el Razón? ¿Cuánto hace?

Hubo un silencio.

– ¿Cuánto? -bramó Alex.

– Cuatro horas, milord -respondió el mayordomo, reacio-. Quizá cinco.

– ¿Por qué diablos no me despertaste?

Frazer lo fulminó con la mirada.

– Lady Grant me pidió que no lo hiciera.

Alex se frotó las sienes. La ausencia de Joanna, las habitaciones, el silencio… todo aquello parecía una burla. Había sido él quien le había dicho a Joanna que volviera a Londres, se recordó. Él le había dicho que se embarcara en Spitsbergen. Y le había dicho también que no deseaba volver a verla. Enfermo de amargura por su traición, se había creído él mismo aquellas palabras. Y sólo ahora, cuando ya se había marchado, se daba cuenta de lo mucho que le habían cegado la decepción y la furia… para no ver lo que realmente deseaba.

Recogió su abrigo.

– Prepara mi equipaje, por favor, Frazer. Y haz que lo bajen al puerto junto con los demás. ¿Dónde está el capitán Purchase?

– El capitán Purchase está terminando de aprovisionar la Bruja del mar, milord.

Alex se apresuró a abandonar el edificio. Podía ver la Bruja del mar sola en la bahía una vez más, un diminuto barco en el mar azul, empequeñecido por los negros picos de las montañas. El mar estaba perfectamente tranquilo, con el sol arrancando cegadores reflejos a su superficie.

Encontró a Purchase en medio de sus hombres, ayudándolos a rodar los barriles de provisiones por la pasarela del barco.

– ¿Es cierto? -le preguntó con tono urgente-. ¿Se ha ido?

– Entiendo que te refieres a lady Grant -dijo Purchase, mirándolo con endurecida expresión-. Efectivamente. Zarparon esta mañana con la marea -una leve y fría sonrisa asomó a sus labios-. Me dejó pagados en tu nombre los servicios de otros seis meses: para ti, para que te lleve a donde se te antoje -le lanzó una mirada cargada de disgusto-. Te lo puso muy fácil, Grant. Te entregó la Bruja del mar. Así que dime, ¿adónde deseas ir?

Alex se volvió para mirar el pequeño y estilizado bajel. Joanna y él lo habían contratado juntos, como símbolo del acuerdo al que habían llegado en un principio. Un acuerdo por el cual él le había ofrecido su apellido y protección, mientras que ella le había prometido la libertad de perseguir sus sueños.

Pero ahora sus sueños habían cambiado.

Pensó en aquel acuerdo. Le había pedido y exigido a Joanna libertad para continuar con su vida de explorador, sin compromisos ni concesiones. Libertad para viajar a donde se le antojara, sin responsabilidades que lo constriñeran.

Había sido imperdonablemente egoísta.

¿Qué podía ofrecer un aventurero como él a la mujer que lo amaba tanto?, se preguntó. Podría ofrecerle su corazón, quizá. Podría entregarle su amor, a cambio del suyo.

Pensó en Dev, diciéndole en Londres que no era dinero lo que Chessie necesitaba, sino cariño y amor. Pensó en Joanna echándole en cara que hubiera atendido a su familia en un sentido material, descuidándola al mismo tiempo en el emocional. Pensó en el acuerdo que le había propuesto y en el engaño del cual le había hecho víctima, empujada por su desesperado deseo de tener un hijo al que amar, hasta el punto de que se había mostrado dispuesta a todo para conseguirlo. Pensó en los peligros que había arrostrado para acudir a buscarlo a Villa Raven, y en la manera en que había derribado las defensas que había erigido en torno a su corazón, después de la muerte de Amelia. Y, por encima de todo, pensó en el sacrificio que había hecho al renunciar a Nina Ware por el bien de la niña y de aquéllos que la querían. ¿Y qué le había ofrecido él a cambio? Le había proporcionado protección material, quizá. Y nada más.

Pero eso todavía podía cambiar. El corazón empezó a latirle acelerado.

– ¿Podrías alcanzar al Razón? -preguntó bruscamente a Purchase.

Una luz radiante asomó a los ojos del capitán.

– ¿Vas a salir tras ella?

– Sería un imbécil si no lo hiciera -repuso Alex.

– Llevas mucho tiempo comportándote como tal. ¿Por qué romper ahora esa costumbre?

– Porque la amo -miró a su amigo fijamente a los ojos-. Lo sabes perfectamente. Porque tú también la amas.

Purchase no se molestó en negarlo.

– Sé que ella es demasiado buena para ti… -replicó con amargura-, pero es a ti a quien ama -meneó la cabeza-. Ella te quiere y a cambio tú la has tratado tan mal como Ware. Le has hecho daño -apartándose, le dio la espalda. Tenía la espalda rígida, con todos sus músculos en tensión-. Me dan ganas de matarte, Grant. Puede que no la maltrataras físicamente, tal como hizo Ware, pero a tu manera has sido tan cruel como él…

– ¿Qué?

Purchase se volvió rápidamente. Su expresión no podía ser más dura.

– He dicho que has sido tan cruel como Ware…

– No me refería a eso, sino a lo de que Ware la maltrató físicamente.

Esperó. Purchase se quedó callado y Alex pudo sentir como el terror le corría por la espalda, hasta que ya no pudo soportarlo más.

– Por el amor de Dios, Purchase -estalló-. Dímelo.

– Intenté decírtelo antes -el capitán se pasó una mano por su pelo rubio-, pero tú no estabas dispuesto a escuchar una sola crítica contra él, ¿recuerdas, Grant? -le lanzó una mirada asesina-. Ware me lo contó él mismo, una noche que estaba bebido. Alardeaba de ello, el muy canalla: de la discusión que habían tenido porque ella no había sido capaz de darle un heredero, y de la manera en que le había pegado. Dijo que aquella noche la había dejado tumbada inconsciente en el suelo… -cerró los puños-. Estuve a punto de matarlo con mis propias manos.

– Debió habérmelo dicho -de repente, Alex se sintió enfermo, consternado… y absolutamente encolerizado. Pensó en Churchward y en la devoción que profesaba a Joanna, en Daniel Brooke y en los socios del club de boxeo que habían jurado protegerla, en Purchase y en su secreto. Y pensó también en David Ware, el héroe… Se había quedado estupefacto, desgarrado por la incredulidad y el desengaño.

– Ah, Grant… -dijo Purchase-. Debería habértelo contado ella, no yo. Si lo he hecho es porque estaba demasiado indignado para guardar silencio -suspiró-. En interés de nuestra amistad, debería confesarte también que le propuse a Joanna que se fugara conmigo.

– ¿Qué? ¿Cuándo?

– Anoche. Puedes decirme todo lo que quieras -esbozó un desdeñoso gesto-. Ahora mismo no puede importarme menos.

– De modo que ella te rechazó -murmuró Alex. La esperanza había empezado a arder en su pecho-. No se fue contigo.

– No hay necesidad de que me lo restriegues por la cara -su sonrisa sardónica se profundizó-. Es una gran mujer -le lanzó una mirada feroz-. Será mejor que no vuelvas a estropearlo todo.

– No lo haré. Te lo juro.

– Entonces, ¿a qué estás esperando? -Purchase señaló el barco-. ¡Vamos!

– No yo: tú. Por mucho que me duela admitirlo, tú eres mejor marinero que yo. Yo no podría dar caza al Razón. Tú sí -vaciló-. ¿O acaso estoy exigiendo demasiado de nuestra amistad?

Purchase se sonrió.

– Estás exigiendo demasiado, cierto. Pero… -de repente se echó a reír-. No andas equivocado: yo soy mejor marinero -le dio una palmadita en el hombro-. Venga. Por esta vez formarás parte de mi tripulación.

– Manda a un hombre a decirle a Frazer que traiga los equipajes -dijo Alex-. Y… ¿dónde está Devlin?

Dev llegó justo en aquel momento, a la carrera.

– ¡Lady Grant se ha ido!

– Lo sé -dijo Alex, sin aminorar el paso mientras se dirigía hacia el barco.

– Maldito imbécil… -masculló su primo, indignado.

– Todo lo que me digas es cierto. Pero no tenemos tiempo para eso ahora. Tenemos que aprovechar la marea.