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Dev lo agarró entonces de un brazo.

– ¿Piensas salir tras el Razón?

– Yo no. Nosotros.

Dev pareció vacilar por un instante.

– ¿Quién capitaneará la Bruja del mar?

– Purchase.

– Ah, menos mal. Esto… quería decir…

– Querías decir que sólo así tendremos posibilidades de conseguirlo. ¿Es que nadie aquí aprecia mis cualidades como marinero?

– No es eso -dijo Dev, ruborizándose-. Tú eres el mejor. Pero es que Purchase es atrevido hasta la temeridad. Y eso es lo que necesitas ahora.

– Gracias -pronunció Purchase, apareciendo de pronto a su lado y haciéndole una irónica reverencia-. Lo preguntaré de nuevo: ¿se puede saber a qué estamos esperando?

Diecisiete

– ¡Jo querida! -exclamó Lottie mientras se deslizaba en el camarote de Joanna, a bordo del Razón, y cerraba sigilosamente la puerta a su espalda-. ¡Lo siento tantísimo! ¡Por favor, dime que me perdonas!

– ¿Por qué, Lottie? -Joanna no estaba de humor para perdonar nada-. ¿Te estás disculpando por haber conspirado con John Hagan para robar el presunto tesoro de David… o por alguna otra cosa que no sé? -enarcó una ceja-. ¿Intentaste acaso seducir a Alex durante el viaje, mientras estuve mareada y enferma? Todo Londres sabía que te acostaste con David la última vez que estuvo en la capital, así que supongo que desearías mejorar tu marca acostándote con mi segundo marido -suspiró-. Eres muy rara, Lottie. Tienes ya muchas cosas, y sin embargo siempre estás deseando apoderarte de lo de los demás.

– No es eso -Lottie ensayó su mejor expresión compungida-. Con David me mostré increíblemente discreta -soportó la mirada de desprecio que le lanzó Joanna y abrió los brazos en un gesto de impotencia-. Lo siento. Pero ya sabes que David era un rijoso inveterado, querida… ¡Yo sólo fui una de tantas, así que en justicia no puedes culparme por ello! Y en cuanto a John Hagan, si hubiera sabido lo horriblemente ordinario que era, te juro que nunca habría consentido en ayudarlo, pero sentía curiosidad por aquel tesoro, querida… Me parecía algo tan romántico, si sabes lo que quiero decir… -se interrumpió, descorazonada, viendo que Joanna arqueaba las cejas con escepticismo-. Me sentía desgraciada -murmuró-. Sabía que Devlin sólo estaba jugando conmigo y que pretendía poner fin a nuestro affaire ayer mismo. Me dijo que se aburría conmigo -de repente se mostró ofendidísima-. ¿Te imaginas? Y el encantador Owen Purchase estaba enamorado de ti, Jo querida, así que no me quedaba nadie con quien jugar…

Joanna volvió a suspirar.

– Esto parece una comedia de Shakespeare, donde todo el mundo está enamorado de la persona equivocada. Sólo que de graciosa no tiene nada.

– ¡Absurdo, querida! Tú estás enamorada de Alex y él ciertamente está enamorado de ti, lleva mucho tiempo estándolo… porque de lo contrario nunca me habría rechazado. Me insinué a él ya en Londres… -añadió, animada-, pero me temo que no estaba interesado en mí.

Joanna se quedó mirando fijamente a su amiga: ataviada con un riquísimo vestido de rayas color crema y rosa, las arrugas empezaban a dibujarse alrededor de sus ojos y en sus mofletudas mejillas. Ese día se había maquillado más de lo habituaclass="underline" sólo la mirada apagada de sus ojos castaños traicionaba su infelicidad. Una infelicidad genuina: sólo en ese momento se daba cuenta Joanna de ello. Quizá había amado realmente a James Devlin, y cuando él dio por terminado su affaire, le había dolido algo más que el orgullo. O tal vez fuera cada vez más consciente de que el tiempo no perdonaba, y de que no siempre tendría a decenas de jóvenes suspirando por sus atenciones.

Quizá simplemente no fuera feliz con la vida de lujos que llevaba al lado del señor Cummings y estuviera buscando otra cosa: Joanna no estaba segura. «Un día», pensó, «arreglaremos nuestra amistad y le haré todas estas preguntas en persona: tal vez entonces pueda ayudarla…». Pero ese día, no. Ese día sus sentimientos estaban en carne viva. La traición de Lottie no era nada, un simple arañazo, al lado del dolor provocado por la pérdida de Alex, y se sentía tan vacía y tan cansada que no le quedaban fuerzas para nada.

Lottie, con aquella percepción suya que tan bien le había servido en el pasado, se dio cuenta de que era la ocasión de dejar las cosas tal como estaban… por el momento. Se levantó con un rumor de sedas.

– Bueno, no quiero atosigarte más. Pero me alegro de que volvamos a ser amigas, Jo querida… y te juro que a partir de ahora no tendré secretos para ti, y que nunca más intentaré seducir a ningún marido tuyo.

– Te lo agradezco, Lottie -repuso Joanna, cansada, mientras la veía abandonar su camarote-. Te veré en la cena.

Dado que estaban atrapados en el mismo barco y que lo seguirían estando durante semanas, reflexionó, lo más razonable era volver a tender puentes. No estaba, sin embargo, dispuesta a mostrarse igual de generosa con John Hagan. Eso sí que era pedir demasiado. Había ordenado a sus criados que cargaran a bordo las lajas de mármol, cuidadosamente envueltas en mantas, y las almacenaran en la sentina. No cesaba de hacer planes para explotar a fondo aquella veta, planes de los que Joanna no quería saber nada.

El mar estaba en calma. Con Max a su lado, Joanna continuó sentada en su camarote, mucho más lujoso que el de la Bruja del mar, mientras se preguntaba cómo se las arreglaría para soportar el viaje. Se sentía sola y vacía. Sin recursos para disfrutar siquiera de su propia soledad. «Me quedaré aquí encerrada, compadeciéndome a mí misma», pensó. «Y será sencillamente horrible».

Faltaba muy poco para la hora de la cena cuando escuchó unos pasos en la escalera, acompañados de la excitada voz de Lottie:

– ¡Jo, querida, sal rápido! ¡Tienes que venir a ver esto!

La puerta del camarote se abrió de golpe y apareció su amiga, toda entusiasmada. Entró y le tomó las manos entre las suyas.

– ¡Es la Bruja del mar! ¡Ha venido a buscarte, Jo querida! ¡Sabía que lo haría!

Joanna se sintió como si hubiera recibido un golpe en el plexo solar. No quería concebir esperanzas, no se atrevía.

– ¿Quién?

– ¡Alex, por supuesto! -Lottie le apretaba las manos, excitada-. ¡Nos han alcanzado a toda velocidad y creo que quieren abordarnos! Ni siquiera han lanzado la chalupa… Se han colocado a nuestro lado para saltar con sogas, ¡como los piratas! El capitán Hallows está furioso. ¡Ven a verlo!

En cubierta reinaba la misma agitación que Joanna habría imaginado en una batalla naval. La Bruja del mar se había acercado tanto al Razón que las bordas casi se rozaban. Desde el pequeño bajel habían lanzado sogas a la fragata. Alex había saltado ya a bordo y tiraba de ellas para acercar las dos embarcaciones. Dev lo ayudaba en la tarea.

El capitán Hallows gritaba colérico, todo colorado:

– ¡Eres un maldito pirata, Purchase! ¡Eres condenadamente peligroso! ¡Te colgarán por esto! -sentenció, y se volvió hacia Alex-. En cuanto a ti, Grant… ¡no puedes abordar mi barco! Esto llegará a oídos del almirantazgo… ¡no volverán a darte otro destino! ¡Te harán un consejo de guerra! -fulminó con la mirada a Dev, que se reía tanto que a punto estaba de caerse de la soga-. Y tú, Devlin… ¡Falta de disciplina, ése es tu problema! ¡No sois más que un puñado de piratas y os colgarán a todos!

– Entonces será mejor que me lleve lo que he venido a buscar y no te cause mayores problemas, Hallows -dijo Alex. Al volverse, su mirada se encontró con la de Joanna, cuyo corazón latía a toda velocidad. Decidido, dio un paso hacia ella.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le temblaba la voz-. Se suponía que estaba huyendo de ti. ¡No puedes haber venido a buscarme!