– Puedo y lo he hecho -le aseguró Alex. Sonrió de pronto, y Joanna sintió encenderse una leve llama de esperanza en su corazón-. He venido a preguntarte si todavía me amas.
Todo el mundo a su alrededor contuvo la respiración, ella incluida.
– No esperarás que te declare mi amor delante de toda esta gente -objetó con voz débil-. Eso sería de muy mal gusto.
– Pues es lo que espero de ti.
Todo el mundo la estaba mirando. Por un momento temió que fuera a desmayarse.
– Joanna… te amo. Siempre te he amado. Por ti iría hasta el último confín del mundo -sonrió-. Que quede eso claro entre nosotros.
Se alzó un pequeño aplauso.
– Bien hecho, Alex -aprobó Dev.
– Gracias.
Y volvió a sonreír, con aquella sonrisa de pirata que ella recordaba tan bien. El corazón de Joanna dio otro vuelco.
– Y ahora, vendrás conmigo -añadió él-. Antes de que Hallows nos fusile a todos.
La alzó en brazos. Joanna sintió el calor de su cuerpo, oyó el latido de su corazón. Se aferró a él, sin atreverse a creer todavía que era real, que estaba allí, que había ido a buscarla.
– ¡Espera! -le dijo, poniéndole una mano en el pecho-. ¡Mi equipaje! ¡Mi ropa! Alex…
– No los necesitamos.
– ¡No puedo marcharme sin mi equipaje!
– Joanna -pronunció con un tono tan firme que acalló toda protesta-. No voy a esperar dos horas a que termines de empaquetar tus cosas. Hallows me habrá cargado de grilletes para entonces.
– Oh, muy bien -repuso, resignándose a lo inevitable-. ¡Max! -gritó de pronto cuando Alex estaba a punto de entregarla a Purchase, que esperaba en su barco-. ¡Oh, Alex, no puedo abandonar a Max!
Alex juró entre dientes.
– Agarra el maldito perro, Devlin -gritó, pero Max ya había subido a cubierta y, de un salto, se plantó en la Bruja del mar.
– Ya lo ves -dijo Joanna, riendo-. Te dije que tenía mucha energía. Lo que pasa es que prefiere no cansarse demasiado.
De repente, a su espalda, se oyó un extraño y fantasmal gemido, que hizo detenerse a Alex por segunda vez. Una figura apareció en cubierta, aparentemente ajena a la conmoción reinante, toda ella cubierta de polvo y sosteniendo un pequeño pedazo de piedra en las manos.
– ¡Primo John! -exclamó Joanna-. ¿Qué…?
Ante sus ojos, la piedra se resquebrajó hasta convertirse en arena que se escurrió entre sus dedos. Alex bajó la mirada al montón de polvo blanco y meneó la cabeza.
– Creo que el señor Hagan acaba de descubrir que su presunto tesoro no vale nada.
– ¡Tú sabías que esto sucedería! -lo acusó Joanna, mirándolo a los ojos-. ¿Sabías que el tesoro de David no tenía ningún valor…?
– Lo supe tan pronto como me enteré de que era mármol. Se congela en el suelo, pero cuando se calienta, se parte y resquebraja hasta convertirse en polvo.
Una ráfaga de viento barrió la cubierta, dispersando el polvo blanco.
– Típico de David -comentó Joanna, suspirando-: dejarle a su hija una herencia falsa y vacía.
– Una herencia de la que se apropió su primo -añadió Alex-, y todo para nada -le sonrió-. Mientras tanto, tú y yo, amor mío, tenemos mucho que hablar.
Se acercó a la borda y la entregó por fin a Owen Purchase. El capitán la bajó delicadamente al suelo.
– Mucho lamento tener que soltaros, lady Grant. Pero me temo que he renunciado a mis pretensiones sobre vos.
– Antes de que me abandonéis del todo -repuso Joanna-, debo expresaros mi más sincero agradecimiento -estirándose, lo besó en una mejilla-. Fuisteis vos quien envió a Jem Brooke para protegerme contra la violencia de David, ¿verdad? -susurró-. No lo entendí hasta que recordé que habíais estado en la misma expedición que David aquel invierno y regresado a Londres con él. Debisteis de enteraros entonces de lo sucedido, pese a que él intentó mantenerlo en secreto.
Owen se la quedó mirando fijamente a los ojos durante un largo instante, hasta que al fin sonrió.
– No sé de qué estáis hablando -dijo, y se marchó para ponerse nuevamente al timón de su barco.
Alex saltó en ese momento a cubierta, a su lado. Devlin acababa de soltar las sogas y la Bruja del mar se impulsó de pronto hacia delante, dejando atrás al navío en cuestión de segundos.
– Si yo fuera Hallows… -dijo Alex mientras se volvía para mirar al Razón, cada vez más pequeño-, odiaría también a Purchase.
Se miraron en silencio. Fue como si el mundo se detuviera de golpe; hasta las montañas parecían contener el aliento.
– Tú me regalaste la Bruja del mar y la libertad para ir a donde se me antojara -sonrió Alex-. Fuiste muy generosa, Joanna, pero no quiero tu regalo. Te quiero a ti.
Joanna tragó saliva, emocionada.
– Te amo -susurró-. Pero no podía imaginar que fueras a perdonarme…
– Joanna, yo también te amo -tomó sus manos entre las suyas-. Entiendo lo que hiciste y por qué lo hiciste. Sí, claro que te he perdonado. Te juro que todo lo que te dije hace un momento no eran meras palabras y falsas promesas.
– Pero yo te mentí, Alex -estaba temblando-. Te engañé, te tendí una trampa.
– Y luego me confesaste la verdad -le sostuvo la mirada-. Hay muchas cosas que deseo decirte, Joanna -añadió con la voz ronca de emoción-, pero primero quiero que sepas que sé lo de Ware. Sé lo que te hizo.
El corazón de Joanna dio un vuelco de terror. Había un brillo feroz en los ojos de Alex, que la asustaba aun sabiendo que aquella furia no iba dirigida contra ella. Si David no hubiera estado muerto, sabía que Alex se habría encargado de que se reuniera prontamente con su Hacedor.
– ¿Quién te lo dijo? -inquirió antes de exhalar un leve suspiro-. Owen, supongo. Era un secreto. No eran muchos los que lo sabían.
– ¿Por qué? -le apretó las manos. Su contacto era cálido, fuerte-. ¿Por qué nunca me dijiste nada, Joanna? ¿Acaso no confiabas lo suficiente en mí?
– No -respondió, sincera-. Al principio no -alzó la mirada hacia él, como suplicándole que la comprendiese-. Sabía que no me creerías. ¿Por qué habrías de haberlo hecho, cuando David te había envenenado en mi contra? -suspiró-. Más tarde quise decírtelo, pero yo sabía que lo considerabas un héroe -bajó la vista a sus manos entrelazadas-. Y creer eso de él habría supuesto una horrible traición por tu parte.
– Maldito canalla… -masculló Alex. Joanna alzó una mano y le puso los dedos sobre los labios.
– No, Alex. Sólo era un hombre. Podía llegar a ser muy duro… tenía fallos y defectos, pero también virtudes -se interrumpió cuando Alex soltó una carcajada de incredulidad, y sonrió débilmente-. Y una de esas virtudes fue el coraje que demostró al salvarte la vida.
– Me asombra que seas tan generosa como para decir eso -gruñó él mientras la abrazaba.
Joanna ansiaba sumergirse en el calor y la intimidad de aquel abrazo, pero no se atrevió. Alex conocía ahora toda la verdad, pero eso no cambiaba nada. Aunque la había perdonado por su engaño, aquello no cambiaba la necesidad que tenía de un heredero.
– Fue por eso por lo que creíste que no podías tener hijos -pronunció de pronto Alex. Su tono seguía siendo áspero: la furia resultaba palpable en sus palabras-. Discutiste con Ware porque él te acusó de ser estéril, y luego el muy miserable te pegó y acabó por convertir tus temores en realidad -sus caricias no podían ser más tiernas, pese a la violencia de su voz-. Sólo por eso habría podido matarlo…
Joanna se puso a temblar.
– Conforme se fueron sucediendo los meses de matrimonio y yo seguía sin concebir, se puso más y más furioso -susurró-. No había razón ni explicación alguna, pero yo empecé a creer que la culpa era mía. Luego, cuando discutimos y me pegó, yo… -se interrumpió. Gruesas lágrimas rodaron silenciosamente por sus mejillas.