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– Joanna, necesito preguntarte algo… -vaciló-. Después de que él te pegara… cuando te atendieron los médicos, ¿te dijeron ellos que nunca más podrías tener hijos?

Joanna apoyó la mejilla en su pecho. Sentía verdadero pavor a volver a abrir su mente a aquellos recuerdos, pero sabía que tenía que hacerlo. Tenía que dejar entrar la luz en su alma y confiar en que, esa vez, Alex estaría allí para ayudarla.

– No-no… Ya sabes cómo son los médicos. No podían estar seguros. Es sólo lo que sentía yo -se apartó de él-. Me sentía diferente. Vacía. Es difícil de explicar. Perdí toda esperanza, supongo.

– Pero ahora… -murmuró Alex con una ternura que la dejó maravillada-, ¿podrías permitirte a ti misma concebir alguna esperanza y esperar a ver lo que sucede?

Joanna desvió la mirada hacia el mar azul.

– No lo sé -contestó, honesta-. Alex, tengo miedo de tener esperanza, de recuperar aquellos sueños y anhelos que tenía. No quiero concederles el poder de herirme de nuevo…

– Sí, lo entiendo -la besó en el pelo-. Pero si tú me amas, Joanna, como yo te amo a ti, entonces no importa que no podamos tener un hijo: lo importante es que nos tengamos el uno al otro. Con eso me basta. ¿Será suficiente también para ti?

Joanna se sonrió.

– Hace apenas un rato yo estaba convencida de que te había perdido. Había abandonado toda esperanza. Pero sigo teniendo miedo, Alex. Tú eres un aventurero, un explorador. Tu primer amor será siempre viajar.

– Eso te lo dije yo mismo, ¿verdad? Fui terriblemente egoísta al no entregarme a ti, al no ofrecerte nada de mí mismo. Ni a ti, ni a Devlin, ni a Chessie, ni a nadie que me quisiera o se preocupara por mí -suspiró-. Es cierto que siempre desearé viajar. Es una pasión, pero no creo que vuelva a ser nunca mi primer amor. Tú misma cambiaste eso el día que fuiste a buscarme a Villa Raven. Yo ya estaba medio enamorado de ti en aquel entonces -le confesó-. Ya lo había estado en Londres, creo, aunque fingía que era sólo deseo, y no amor -le acarició la mejilla-. Sería deshonesto por mi parte prometerte que me quedaré en un mismo lugar durante el resto de mi vida. Pero he pensado que podríamos empezar poco a poco: volver a Londres, donde necesitaría hacer las paces con el almirantazgo, y luego ir a Balvenie y a Edimburgo. Podría enseñarte mi casa…

La soltó, sin hacer intento alguno por volver a tocarla. Joanna sabía que estaba esperando a que tomara una decisión. Miró su rostro de rasgos duros, el del mismo hombre al que antaño había tenido por un enemigo… y se sintió abrumada por la fuerza del amor que sentía por él.

– Tengo entendido que Edimburgo es una ciudad muy bella -dijo al fin-. Creo que sus tiendas son casi tan buenas como las de Londres -pero el miedo volvió a asaltarla; no podía evitarlo-. Oh, Alex… mucho me temo que no estamos hechos el uno para el otro…

– No. Somos diferentes, eso es todo. Que eso no te dé miedo -añadió-. Merece la pena que luchemos por este matrimonio, ¿no te parece?

Joanna se apoyó en la barandilla, sintiendo la caricia de la brisa y su sabor salado en los labios. Tal vez no funcionara, por supuesto. Ella era todo un personaje de la alta sociedad londinense y necesitaría del bullicio y la diversión de la capital. Alex amaba viajar por el mundo. Y, sin embargo, las cosas no eran blancas o negras: había matices. Alex había ensanchado sus horizontes y le había enseñado a sentirse verdaderamente viva. Le había enseñado también que había muchas más cosas que ver, mucho más que experimentar, de lo que había imaginado. Y, por ella, Alex estaba dispuesto a volver a Inglaterra y fundar un hogar. Eso le daba una buena medida del alcance de su amor.

– Bueno, no sé si estoy preparada para seguirte hasta los confines de la Tierra, pero sí que iré contigo a Escocia -le acarició tiernamente una mejilla, sintiendo el áspero y sensual tacto de su barba bajo sus dedos-. Gracias a ti, me he aficionado a viajar. Quizá me atreva a conocer otras tierras, si tú me acompañas. O podríamos volver al Ártico en invierno, para admirar la aurora boreal, Alex querido -sonrió, enfatizando la palabra-. Y esta vez te aseguro que lo de «querido» va en serio.

La estrechó de nuevo en sus brazos. Y con tanta fuerza que Joanna pudo escuchar el fuerte latido de su corazón en su pecho.

– La camisa que te regalaron en nuestro desayuno nupcial… la destinada a nuestro primer hijo para que le traiga buena suerte… ¿la conservas todavía?

Joanna se arrebujó contra él.

– Sí -respondió-. No pude romperla, ni dejarla allí. Porque representaba… -vaciló-. Representaba un pequeño rayo de esperanza para el futuro.

Alex la obligó delicadamente a alzar la mirada.

– Pues entonces vayamos al encuentro de ese futuro.

Le dio un beso cargado de dulzura y promesas. Un beso que hizo que Joanna sintiera la llama de la esperanza renacer en su corazón, para no volver a extinguirse nunca.

– Ah, y dado que te has dejado toda la ropa en el otro barco… -susurró él contra sus labios-. Me temo que solamente hay una manera de pasar el viaje de vuelta…

Nicola Cornick

Nicola Cornick nació en Yorkshire, Inglaterra.

Creció en los lugares que inspiraron a las hermanas Brönte para escribir libros como Jane Eyre. Uno de sus abuelos fue un poeta. Con tal herencia fue imposible para Nicola no convertirse en escritora. Estudió historia en la Universidad londinense.

Ha escrito más de quince novelas para la editorial Harlequin, y ha sido nominada para varios premios, inclusive el Premio de Romance de RNA, RWA RITA, y Romantic Times.

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