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Iría a aquella velada y la pondría a prueba: a ver si tenía el coraje de despedirlo públicamente como amante suyo, delante de todo el mundo.

Recordó que, cuando en su lecho de muerte David Ware le entregó la carta dirigida a su abogado, una singular y triunfante sonrisa asomó a sus labios mientras susurraba:

– A Joanna le gustan las sorpresas. Que disfrute de ésta.

Alex dudaba que lady Joanna fuera a mostrarse especialmente encantada con aquella sorpresa en particular. Con toda seguridad no esperaba volver a verlo. Su presencia le desagradaba tanto como la suya a él.

Devlin seguía esperando su respuesta.

– Muy bien. Allí estaré.

Dos

– ¿Cómo es lord Grant? -la señora Lottie Cummings, gran anfitriona de la alta sociedad y una de las más estimadas amigas de lady Joanna Ware, ignoraba a los invitados que se amontonaban en las salas de recepción para acribillarla a preguntas sobre la escandalosa noticia de su affaire-. Ya sabes que yo solamente he oído hablar de él, Jo querida, y ni siquiera he visto un retrato suyo.

– Bueno -dijo Joanna-. Es alto.

– También lo es mi tía Dorotea -Lottie soltó una risita impaciente-. Querida, tendrás que mejorar esa descripción.

«En realidad no es mi amante». ¿Por qué había dejado deteriorarse la situación hasta tal punto? ¿Por qué no contestar simplemente que no eran amantes? ¿Que todo había sido un rumor infundado? Joanna no estaba muy segura de ello. La furia contra el altivo comportamiento de Alex, y lo que ella misma reconocía como una mezquindad infantil en respuesta al desagrado que él parecía profesarle, la impulsaban a castigarlo. El problema era que, si a esas alturas negaba la relación, provocaría un escándalo casi tan grande como el anuncio original.

Pero una verdad todavía más profunda y turbadora era que de hecho le gustaba la idea de que Alex Grant fuera su amante. Le gustaba demasiado mientras se imaginaba lo que sería llevarlo a su lecho, sentir sus manos en su cuerpo, entregarse a él con todo aquel deseo que nunca había sentido por ningún hombre antes. Había amado apasionadamente a David cuando se casó con él, pero la intensidad de aquel sentimiento nunca había tenido su correlato en el deseo físico. Siempre que David la había tocado, había sentido una vaga expectación, como si algo excitante hubiera estado a punto de suceder. Sólo que, desafortunadamente, nunca había sucedido nada. Y después la relación se había tornado tan horriblemente agria que nunca más había querido que David volviera a tocarla.

Durante los últimos años, su lecho matrimonial se había asemejado a las nevadas llanuras del Ártico, vacías e inexploradas. Se había sentido terriblemente sola a lo largo de todo su matrimonio, pero incluso una vez muerto David, Joanna no se había permitido acercarse a ningún otro hombre: no había confiado lo suficiente en ninguno para hacerlo. Y Alex Grant no podía ser ese hombre. David lo había envenenado con historias en contra de ella, estaba segura. Pero lo más importante era que estaba cortado según el mismo patrón que David: era un aventurero, un explorador, un hombre capaz de abandonar su hogar y su familia para partir hacia lo desconocido.

– ¿Y bien? -Lottie seguía esperando, impaciente.

– Es moreno -dijo Jo.

– Querida… -Lottie suspiró profundamente, alzando las manos-. ¡Sabes que llevo una vida tan aburrida! Sólo te pido un poquito de excitación, por favor.

– Es lo más que puedo hacer, Lottie. Lord Grant y yo no somos realmente amantes. El rumor no es cierto.

Para entonces, Lottie la estaba mirando con expresión compasiva.

– Jo, querida, no tienes que explicarte ni disculparte conmigo. ¡Nadie te está culpando por haber tomado un amante! Ha transcurrido una eternidad desde la muerte de David. Y tengo entendido que el encantador lord Grant es muy, muy seductor. ¿Es cierto… -sus oscuros ojos relampaguearon de repente- que unas horribles cicatrices surcan su pecho como consecuencia de una pelea con un oso polar?

– No tengo ni idea -repuso Joanna-. ¿Quién querría pelearse con un oso polar? Eso suena altamente peligroso.

Recordó la leve cojera de Alex. Recordaba también vagamente que David le había mencionado que Alex había resultado gravemente herido en una expedición anterior. Al contrario que su difunto marido, sin embargo, Alex no se había mostrado nada inclinado a hablar de ello.

– Lottie, no me estás escuchando. Lord Grant y yo ni siquiera nos conocemos apropiadamente, y por favor, no sigas hablando así: estás impresionando a Merryn -miró a su hermana pequeña, que permanecía sentada en silencio mientras Lottie parloteaba. Merryn era tan contenida como locuaz era Lottie, y su serenidad era un antídoto contra la legendaria indiscreción de la señora Cummings.

Tenía el hábito del silencio, que había adquirido durante la larga y difícil enfermedad del tío de ambas. Para su mala suerte, la costumbre y la convención dictaban que la hermana menor y soltera asumiera siempre el cuidado del familiar enfermo. A veces Joanna sentía remordimientos por haber dejado que su hermana se hiciera cargo sola de su tío. Ella había escapado a la sofocante atmósfera de la vicaría y ya no había vuelto nunca. Por lo que sabía, tampoco lo había hecho su otra hermana, Tess. Merryn era la única que había tenido que soportar la colérica naturaleza del reverendo Dixon.

– A mí no me importa -dijo Merryn, con un brillo de diversión en sus ojos azules-. Oh, y creo que la historia del oso polar no es más que una invención, Lottie.

Lottie hizo un puchero con los labios.

– Oh, pero si Jo no ha visto realmente el pecho de lord Grant, nunca podremos estar seguras de ello, ¿verdad? ¿Habéis hecho el amor en la oscuridad, Jo querida? ¡Eres más puritana de lo que había imaginado!

– Moralmente soy intachable -le dijo, sincera-. Lottie, sé que tengo fama de casquivana, pero no es cierto. Es todo una pura fachada.

Lottie abrió mucho sus ojos oscuros.

– ¡Oh, eso ya lo sé, cariño! ¡Todos los caballeros dicen que tienes un corazón de hielo! ¡Y al mostrarte de esa manera con ellos, precisamente lo que consigues es tenerlos a todos detrás de ti, jadeando!

– Yo no lo hago para estimularlos -protestó Joanna algo incómoda, porque tras las palabras de Lottie latía la envidia, a la vez que contenían una nota de verdad-. Es simplemente que no confío demasiado en los hombres.

– Oh, bueno, cariño… -Lottie le puso una mano en el brazo con gesto consolador- yo tampoco, pero… ¿para qué preocuparse por eso? Yo los seduzco y los despacho luego, y eso es lo que me mantiene contenta.

Joanna se preguntó si eso sería verdad. Los discretos affaires de Lottie eran bien conocidos por la alta sociedad, pero que esas infidelidades le hicieran feliz, eso nunca lo había sabido a ciencia cierta. Ambas vivían en un mundo de espejos donde el artificio y la superficialidad eran altamente cotizados, mientras que la sinceridad era considerada motivo de burla. Lottie jamás había hablado en serio con ella, y después de diez años en la alta sociedad londinense, Joanna tampoco había confiado en nadie nunca: muy pronto había tenido ocasión de descubrir que ningún secreto era respetado. Lo que significaba que cualquier conversación privada se convertía rápidamente en un on dit: un rumor.

– Bueno, si tú quieres tener algo con lord Grant, por mí no tienes que preocuparte. Yo no tengo ningún affaire con él -insistió una vez más, suspirando-. Y no puedo creer que lo hayas invitado esta tarde, Lottie, como tampoco doy crédito a todo este extravagante despliegue en su honor.

Cuando llegó a la velada de Lottie y descubrió que se esperaba la llegada de Alex Grant, se había mostrado tan consternada como incrédula. Que Alex, con su aparente desprecio hacia la adulación social, hubiera sido tan hipócrita como para aceptar aquel baile en su honor, la había decepcionado en el fondo: lo cual había reforzado su suposición de que no era más que un vanidoso aventurero.