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Porque error no podía haber ninguno. Lottie le había asegurado que él le había enviado recado confirmando su asistencia, y como resultado el salón había sido decorado con enormes esculturas de hielo, una de las cuales consistía en un hombre a tamaño natural blandiendo un espada en una mano y una bandera británica en la otra: una clara representación del propio Alex en su conquista de territorios vírgenes. También había largas telas de blanco satén que cubrían la escalera imitando una cascada helada, así como fanales rojos y verdes colgando del techo en un esfuerzo por simular la aurora boreal. El plato fuerte era un oso disecado, bastante apolillado por otra parte, que de pie en una esquina de la entrada asustaba a todo aquél que pasaba por allí. Todo en su conjunto era algo espantosamente vulgar, pero de alguna manera conseguía funcionar gracias a la frescura y al descaro de Lottie.

– ¿No es maravilloso? -Lottie estaba exultante-. Me he superado a mí misma.

– Desde luego -murmuró Joanna.

– Y tú has venido convenientemente vestida para la ocasión -lanzó una aprobadora mirada a su vestido de satén blanco, con diamantes-. ¡Qué acierto el tuyo! ¡Te queda precioso ese color, cariño! ¡Las otras damas parecerán simples debutantes a tu lado!

– Yo más bien dudo -dijo Merryn de manera inesperada- que todo este despliegue sea del gusto de lord Grant, Lottie. Ya sabes que tiene reputación de hombre discreto y reservado.

– Tonterías. Le encantará.

– Bueno, y si no es así, estoy segura de que se mostrará lo suficientemente cortés como para no expresarlo -repuso Merryn-. Tengo entendido que es el epítome de la caballerosidad.

– Pareces saber mucho de él… -se burló delicadamente Joanna, haciéndola ruborizarse-. ¿Acaso te ha cantado alguien sus alabanzas?

– No -respondió, enrojeciendo aún más-. He leído sobre sus expediciones, eso es todo. El señor Gable estuvo escribiendo sobre él en el Courier. Es un verdadero héroe. Al parecer, rechazó una invitación a cenar del propio Príncipe Regente, lo que no ha hecho sino aumentar su fama. Su presencia es celebrada en todos los clubes.

Joanna se había estremecido al escuchar la palabra «héroe».

– No entiendo que haya nada que celebrar por su fracasado intento de llegar al Polo Norte. Según yo tengo entendido, David y lord Grant partieron para descubrir el paso del noroeste y fracasaron. Cuando se vieron atrapados en el hielo, David murió y lord Grant logró regresar a casa -alzó las manos en un gesto exasperado-. No veo ocasión alguna para celebrar nada. ¿O acaso me estoy perdiendo algún dato fundamental?

Lottie le dio un golpecito con su abanico en el brazo, desaprobadora.

– No seas tan dura, Joanna querida. ¡Esas exploraciones son tan fantásticas y excitantes! Lord Grant es la esencia depurada del héroe noble y discreto, solitario y endemoniadamente atractivo, igual que David.

– David -repuso secamente Joanna- no era ni discreto ni solitario.

Lottie se puso a juguetear con su vestido, desviando la mirada.

– Bueno, supongo que era bastante sociable…

– ¿Sociable? Sólo hay una palabra para eso.

Lottie alzó su copa de champán y la apuró de un trago.

– Jo, querida, ya sabes lo mucho que me arrepiento de haberme dejado seducir por él, pero era un héroe y… ¡me pareció una descortesía resistirme! -clavó en Joanna sus oscuros ojos grandes-. ¡Y además a ti no pareció importarte demasiado!

– No -reconoció, volviendo la cabeza-. No me importaba a quién pudiera seducir David.

Había habido tantas mujeres… Durante los meses que siguieron a la muerte de David, había recibido visitas de un buen número de ellas afirmando haber sido amantes de su marido, incluidas dos antiguas criadas, tres hijas de propietarios de pubes y una chica que trabajaba en la tienda donde Joanna compraba sus sombreros. Siempre le había extrañado que David se hubiera mostrado tan dispuesto a acompañarla en sus compras la última vez que regresó a Londres: al final lo había entendido. David se había atrevido incluso a tener un affaire con Lottie. Eso y el hecho de que ambas continuaran siendo amigas, reflexionó amargamente Joanna, era una muestra tanto de la vaciedad de su matrimonio como de la poca consistencia de sus amistades.

Descubrió que Merryn la estaba observando y le lanzó una tranquilizadora sonrisa. Su hermana pequeña había llevado una vida tan protegida en la campiña de Oxfordshire… Joanna no tenía ningún deseo de impresionar o preocupar a su hermana.

– De todas maneras, estábamos hablando de lord Grant, y no de tu difunto y disoluto marido -le recordó Lottie con su habitual insensibilidad. Parecía impasible a la tensión del ambiente-. ¿Sabe besar bien, Jo querida? Si no es así, te aconsejo que lo dejes plantado. Es terrible soportar las babas de un torpe. Créeme, te lo digo por experiencia.

Merryn se echó a reír y Joanna se relajó un tanto. Al menos siempre se podía contar con Lottie para aligerar las tensiones con alguno de sus escandalosos comentarios. Ella, sin embargo, dedicó un compasivo pensamiento al desafortunado señor Cummings, un rico banquero cuyo único propósito en la vida consistía aparentemente en financiar el estilo de vida de Lottie y arrostrar luego sus consecuencias.

– No pienso hablar de eso -declaró. Por un instante, el frenético rumor del salón desapareció de golpe y volvió a encontrarse en la biblioteca de su casa, con Alex Grant besándola con explícita demanda. Un violento calor empezó a correr por sus venas y…

Lottie lanzó un gritito de placer.

– ¡Mira la cara que está poniendo tu hermana! -le dijo a Merryn-. ¡Debe de besar de maravilla!

– Resulta más que gratificante saber que, si van a dejarme plantado, no será por mi falta de habilidad -murmuró una voz masculina al lado de Joanna, con tono divertido-. Vuestro fiel servidor, en eso y en todo… lady Joanna -recorrió con la mirada su vestido blanco-. Qué encantadora y virginal estáis esta noche…

Joanna dio un respingo y se volvió en su silla. Alex Grant estaba de pie junto a ella y la miraba con un brillo de diversión en sus ojos oscuros. No entendía cómo había podido pasarle desapercibida su llegada, dado que una multitud de admiradores ya se estaban empujando y dándose codazos en sus esfuerzos por demandar su atención. El ruido del salón iba en aumento y un rumor de excitación recorría a los presentes como una brisa agitando un maizal. Ya antes había sido testigo Joanna de aquel mismo efecto con las entradas de David, tal que un héroe conquistador. Una vez más el recuerdo le provocó escalofríos.

Acompañaba a Alex un joven muy guapo y muy rubio, que la observaba con una abierta e inquisitiva admiración. Joanna le sonrió y el joven reaccionó con contento y con un punto de turbación que resultó conmovedor. Miró luego a Alex, que lejos de ruborizarse la contemplaba con expresión sardónica.

– Entonces… ¿seguimos siendo amantes? -le preguntó él en voz baja, al tiempo que se inclinaba para tomarle la mano. Con su aliento le acarició los tirabuzones que le caían sobre una oreja, provocándole un estremecimiento.

Alzó la mirada hasta sus ojos. Tenía unas pestañas largas y espesas que habrían sido la envidia de cualquier mujer, tan injusta podía llegar a ser la naturaleza. Y unos ojos fantásticos que, ahora que podía verlos de cerca, eran de un gris oscuro más que castaños, velados por una expresión inescrutable.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que se lo había quedado mirando fijamente… y de que él estaba sonriendo, con una ceja enarcada a modo de burlón desafío.

– Tan amantes como lo éramos antes -respondió ella, cortante-. Es decir: nada.

– Lástima. Pocas veces he sacado tan poco placer físico de una aventura.