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– Bueno, si preferís frecuentar Haymarket a Curzon Street, no seré yo quien os lo impida -le espetó Joanna.

Lottie soltó un gritito de protesta ante la perspectiva de que su invitado de honor pudiera dar media vuelta y marcharse.

– ¡Oh, por supuesto que lord Grant encontrará mi velada muchísimo más entretenida que un burdel, por muy lujoso que sea! ¡Os lo garantizo!

Joanna cruzó una mirada de complicidad con Merryn, que lanzó una risita.

– Me permito presentaros a mi primo, el señor James Devlin -dijo Alex, volviéndose hacia el atractivo joven-. Es un gran admirador vuestro, lady Joanna.

Se sucedieron las presentaciones. James Devlin saludó con una reverencia primero a Joanna y después a Merryn. Parecía cortésmente deslumbrado, aunque Joanna supuso que habría practicado más que de sobra con impresionables debutantes. Merryn, para su agrado, mantuvo perfectamente la compostura y se mostró impasible, aunque el ligerísimo rubor de sus mejillas sugería que no era del todo indiferente a la admiración del señor Devlin.

Ante eso, Joanna experimentó un enorme alivio y placer, seguidos de una fuerte punzada de preocupación. Era consciente de que se mostraba demasiado protectora con Merryn: como mayor de las tres hermanas, había hecho de madre de las demás, algo que había resultado casi inevitable dada la indiferencia que siempre les habían demostrado sus padres. Esperaba que ahora que Merryn había dejado de cuidar a su tío enfermo, pudiera disfrutar de la oportunidad de trabar relación con algún honesto y atractivo joven. Pero… ¿podría James Devlin ser descrito como tal? Probablemente no. Parecía demasiado peligroso para andar suelto entre inocentes jovencitas.

Alex, mientras tanto, se estaba mostrando extremadamente cortés con Lottie, agradeciéndole el haber organizado un evento tan elegante. A pesar del desagrado que sentía por su persona, a Joanna le intrigaba ver la facilidad con que era capaz de seducir a cualquiera.

– Me abrumáis con tanto honor, señora Cummings -le estaba diciendo.

– Ya se lo había dicho yo -terció Joanna con falso tono dulce-. Dada vuestra aversión a que os traten como un héroe debido a vuestra fama, milord, estoy segura de que detestaréis tanta alharaca.

James Devlin ahogó una carcajada.

– Me temo que Joanna ha dado en el blanco, Alex.

– Seguro que podré soportarlo -murmuró-. La propia lady Joanna se encargará de que todo esto no se me suba demasiado a la cabeza.

– Precisamente vuestra discreción hace que seáis aún más admirado -lo aduló Lottie-. ¡Hasta la última dama de este salón moriría por poder derretir esa helada y distante actitud vuestra!

Joanna reprimió entonces una muy poco femenina carcajada.

– Habla por ti, Lottie. Yo no tengo deseo alguno de empezar una discusión, aunque tus esculturas de hielo podrían resultar muy útiles a la hora de aplacar cualquier ardor.

– ¿Esculturas de hielo? -inquirió Alex.

– Efectivamente. Si todavía no las habéis visto, milord, os sugiero que lo hagáis. ¡Seguro que apreciaréis especialmente la representación de vos mismo descubriendo las irresistibles tierras del Ártico y plantando vuestra bandera con un estilo marcadamente fálico!

Lottie la fulminó con la mirada al tiempo que acariciaba sugerentemente con su abanico la manga del inmaculado traje de Alex, en un intento por distraerlo.

– ¿Seríais tan amable de satisfacer una pequeña inquietud que tengo, milord? -ronroneó-. ¿Es cierto que en una ocasión forcejeasteis con un oso polar y que tenéis cicatrices que lo demuestran? ¡Joanna se niega en redondo a decírmelo!

– Porque no tengo ni idea al respecto -intervino Joanna-. E interés menos aún.

Alex le lanzó otra burlona mirada, que esa vez le hizo ruborizarse. Una reacción que no pudo irritarla más dado que la última vez que había enrojecido debía de haber tenido unos doce años.

– Me decepcionáis, lady Joanna.

– Soy consciente de ello. Vos me habéis dejado obvia la desaprobación que sentís por mí.

– Oh, por favor -insistió Lottie-, enseñadnos esas cicatrices… ¿Son tan impresionantes como la de lord Nelson? Tengo entendido que él también tropezó con un oso en las soledades del Ártico.

– Madame… -Alex apartó firmemente el abanico de su anfitriona cuando sus plumas le hicieron cosquillas en la muñeca-. Me temo que necesitaría conoceros mucho más íntimamente antes de permitirme la licencia de desnudarme en vuestro salón o, para el caso, en cualquier otro cuarto -volviéndose hacia Joanna, le ofreció su mano-: ¿Me haréis el honor de este baile, lady Joanna? Rara vez bailo, pero el cotillion no se me da mal.

– Por mucho que me halague vuestro ofrecimiento, milord -dijo Joanna, sonriendo recatadamente-, me temo que no podremos bailar si lo que ambos deseamos es acabar con los rumores de nuestro affaire. Además de que mi carné de baile ya está lleno.

– Abrid entonces otro y empezad de nuevo. Ansío hablar con vos.

– ¿La palabra «por favor» os es acaso desconocida, milord? -replicó Joanna, molesta por su prepotente actitud-. Es posible que tuviera un mayor deseo con vos si mostrarais un mínimo de cortesía.

Un brillo perverso apareció de pronto en los ojos de Alex, dejándola sin aliento.

– Como gustéis -murmuró-. Ya veis, lady Joanna, que a veces me rebajo a suplicar… siempre que deseo algo lo suficiente.

Sus miradas se enzarzaron durante un largo instante, con una sonrisa asomando a los ojos de Alex. Joanna pudo sentir que el suelo cedía levemente bajo sus pies. Recuperándose, sonrió a su vez.

– Contrariamente que vos, milord -repuso, volviéndose hacia James Devlin-, vuestro primo ha tenido la previsión de enviarme una nota esta tarde solicitándome el primer baile -levantándose, ofreció su mano a Dev-. Señor Devlin, estaré encantada de bailar con vos. Esto es… -vaciló- si no te importa quedarte sola, Merryn…

– Oh, me acercaré a hablar con la señorita Drayton -dijo su hermana-. No te preocupes por mí.

La expresión de disgusto que apareció en el rostro de Alex cuando se dio cuenta de que había perdido aquel lance verbal fue suficiente recompensa para Joanna. Dev le lanzó una mirada medio arrepentida y medio satisfecha.

– Tú nunca pierdes ocasión de recordarme que planificar bien una batalla es ya medio ganarla, Alex -murmuró-. Ésa es tu táctica.

– ¡Os han superado en habilidad, milord! -exclamó Lottie-. Tendréis que bailar conmigo. Al señor Cummings no le importará… toda vez que ya ha abierto el baile conmigo y tiene la costumbre de retirarse enseguida a su despacho.

Levantándose, ofreció su mano con gesto imperioso a Alex y, al cabo de un momento, éste la aceptó. A Joanna le dio un pequeño vuelco el estómago. Lottie, según parecía, estaba decidida a seducirlo, porque ya lo estaba tomando del brazo de manera sorprendentemente íntima, a la vez que lo miraba con un brillo depredador en los ojos.

Aunque motivos para molestarse por ello no tenía ninguno, ya que no solamente había insistido en que ella no era la amante de Alex, sino que prácticamente había incitado a su amiga a que lo sedujera.

Los invitados cedieron un tanto en su amable presión y les permitieron pasar al salón. Joanna era bien consciente de los inquietos susurros y del rumor de las conversaciones, así como de las sonrisas de adulación de las damas que se esforzaban por atraer la atención de Alex.

– Y yo digo, madame -pronunció Devlin, caminando a su lado-: ¿No es extraordinario? ¿Quién habría pensado que precisamente Alex suscitaría una expectación semejante? ¡Esto es casi como escoltar a un personaje real!

– Sospecho que lord Grant es probablemente más popular que el Príncipe Regente -repuso irónicamente Joanna-. La sociedad es muy veleidosa, señor Devlin, y además está muy aburrida. Siempre anda a la busca de la última sensación, y en este momento la última sensación es vuestro primo. Los exploradores están de moda. No dudo de que la moda del año que viene será el papel de pared chino o las razas escocesas de perros.