– No, ¿por qué?
– En ese caso será usted quien pase por el escáner, si no tiene inconveniente.
El rostro de Kashmareck se ensombreció.
– Hemos venido por el film. Por teléfono me pareció que había descubierto algo.
– En efecto, pero la demostración puede ser la mejor explicación. Esta noche la máquina está libre, así que más vale aprovechar la ocasión. Una sesión de IRMF [4] en un cacharro que cuesta varios millones de euros no es algo que podamos permitirnos cada día.
El hombre parecía sediento de ciencia y ardía de impaciencia por utilizar sus juguetes. En cierta manera, Kashmareck iba a servir de conejillo de Indias y probablemente alimentaría las estadísticas por las que se pirran todos los investigadores. Lucie dio unas palmaditas en el hombro de su jefe y le dirigió una sonrisa.
– Lleva razón, nada mejor que un buen baño de rayos.
El comandante soltó un gruñido y aceptó seguir el protocolo. Beckers se lo explicó:
– ¿Ya ha visto el famoso film?
– Aún no he tenido tiempo, acabamos de descargarlo desde nuestros ordenadores. Pero mi colega me ha explicado el contenido durante el viaje hacia aquí.
– Muy bien, así tendrá ocasión de verlo. Pero lo verá en el interior del escáner. Mi asistente le espera. ¿Lleva algún aparato dental, algún piercing?
– Ehh… Sí.
Miró a Lucie, dubitativo.
– Aquí, en el ombligo…
Lucie se llevó la mano a la boca para no reírse. Se volvió e hizo ver que observaba los aparatos, mientras el científico proseguía su explicación.
– Quíteselo. Le instalaremos y se pondrá unas gafas que, de hecho, son dos pantallas pixelizadas. Durante la proyección del cortometraje, los aparatos registrarán su actividad cerebral. Por favor…
Kashmareck suspiró.
– ¡Dios mío, si me viera mi esposa!
El policía se alejó y se reunió con un hombre en bata, que le esperaba. Lucie y el científico se dirigieron a una especie de sala de control, repleta de pantallas, ordenadores y botones de colores. Parecía el interior del Enterprise, la nave de la película Star Trek… Mientras instalaban a Kashmareck, Lucie hizo la pregunta que la reconcomía:
– ¿Qué va a suceder?
– Veremos la película al mismo tiempo que él, pero directamente en el interior de su cerebro.
A Beckers le divirtió la sorpresa que provocó en su interlocutora.
– Hoy, teniente, estamos en camino de desvelar importantes misterios del cerebro. En particular en lo que concierne a las imágenes y los sonidos. El truco de cartas más viejo del mundo, el de la adivinación, pronto acabará en el fondo de un desván.
– ¿Qué quiere decir?
– Si le muestra una carta a su colega mientras está en el escáner, puedo adivinarla simplemente observando la actividad de su cerebro.
Abajo, el comandante se tumbaba sobre la mesa, no demasiado tranquilo. El asistente acababa de ponerle unas extrañas gafas de montura cuadrada y cristales opacos.
– ¿Está tratando de decirme… que puede leer el pensamiento de la gente?
– Digamos que ya no es una quimera. Actualmente somos capaces de proyectar en pantallas pensamientos visuales simples. Cuando uno ve una imagen concreta, hay miles de pequeñas zonas del córtex visual, que llamamos vóxeles, que se iluminan e identifican de manera prácticamente única la imagen en cuestión. Gracias a complejos cálculos matemáticos, podemos asociar una imagen a una cartografía cerebral, y lo archivamos todo en una base de datos. De esa manera, en cualquier momento podemos utilizar el sistema en sentido inverso: a cada conjunto de vóxeles visualizado por IRMF corresponde en teoría una imagen. Si ésta se halla en nuestra base de datos podemos restituirla y, por lo tanto, mostrar los pensamientos.
– ¡Asombroso!
– ¿A que sí? Desgraciadamente, nuestra unidad más pequeña, el vóxel, equivale a cincuenta milímetros cúbicos y contiene alrededor de cinco millones de neuronas. A pesar de la potencia de nuestro escáner, es como si viéramos la forma de una ciudad desde el cielo, sin poder discernir la organización de sus calles o la arquitectura de los edificios. Pero se trata de un paso gigantesco. Desde que un científico genial tuvo la idea, hace algunos años, de que unos voluntarios que servirían de muestra bebieran Coca-Cola y Pepsi en un escáner, ya no hay límites. Se les vendaron los ojos y se les preguntó qué refresco preferían antes de dárselos a probar. La mayoría respondían que preferían Coca-Cola. Pero en esa experiencia a ciegas, esas mismas personas respondían que preferían el sabor de la Pepsi. El escáner nos mostró que una zona del cerebro, llamada putamen, reaccionaba más con la Pepsi que con Coca-Cola. El putamen es la zona donde radican los placeres inmediatos, instintivos.
– Así pues, la campaña de publicidad de Coca-Cola hace que la gente crea preferirla mientras que, en el fondo, su organismo prefiere Pepsi.
– Exactamente. Hoy en día, todas las grandes compañías de publicidad solicitan acceder a nuestros escáneres. El neuromarketing permite incrementar la preferencia de marcas, maximizar el impacto de un mensaje publicitario y optimizar su memorización. Hemos podido descubrir las zonas del cerebro implicadas en el proceso de compra, como la ínsula, que es la zona del dolor y del precio, el córtex prefrontal medio, el putamen o el cuneo. Pronto bastará con que un anuncio entre en su campo visual o sonoro para que tenga impacto en su cerebro. Aunque sus ojos y sus oídos no presten atención, habrá sido concebido de manera que estimule los circuitos de memorización y el proceso de compra.
– Es espantoso.
– Es el futuro. ¿Qué hace usted cuando está cansada, teniente? La vida es cada vez más exigente, más extenuante. Se refugia usted en su casa, frente a sus pantallas, y se relaja. Abre su cerebro a las imágenes, como un grifo, con una conciencia reducida, casi dormida. En ese momento se convierte en un blanco perfecto y le inyectan cuanto quieren en la cabeza.
Era a la vez fascinante y horrible. Un mundo gobernado por la imagen y el control del inconsciente, burlando la barrera racional. ¿Se podría seguir hablando de libertad? A la vista de cómo actuaban sobre los cerebros todos aquellos instrumentos, Lucie volvió a pensar en el fantasma del optograma: aquél era el tema y ya no parecía tan fantasmagórico.
– ¿Así que no estaría equivocada si dijera que una imagen puede dejar una huella en el cerebro?
– Es eso exactamente, ha entendido la base de nuestro trabajo. Ustedes estudian las huellas digitales y nosotros las huellas cerebrales. Toda acción deja un rastro, sea cual sea. La cuestión radica en saber descubrirlo, y disponer de los instrumentos que permitan explotarlo.
Lucie pensó en las técnicas de investigación de la policía científica, centradas en torno al crimen. Allí hacían lo mismo, pero con la materia gris.
– Evidentemente, aún estamos en la Edad Media de esa técnica, pero a buen seguro dentro de unos años existirán aparatos que permitirán visualizar los sueños. ¿Sabe que en Estados Unidos ya se ha planteado la posibilidad de disponer de escáneres cerebrales en los tribunales? Figúrese que esas máquinas pudieran proyectar los recuerdos de un acusado. Ya no habría mentiras, los veredictos siempre serían fiables… Y qué decir de otros terrenos, como la medicina, la psiquiatría, la toma de decisiones en una empresa. También hay neuropolítica, que ofrece la posibilidad de acceder a los sentimientos íntimos suscitados por uno u otro candidato entre los electores.
Lucie recordó el film Minority Report. Era vertiginoso, pero se trataba de la realidad del mañana. Una violación de las conciencias. El realizador de 1955, con sus imágenes subliminales, ya se hallaba en ese proceso. Tal vez había comprendido mucho antes que nadie el funcionamiento de determinadas zonas del cerebro.