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Al otro lado del cristal, el desdichado comandante entraba en el túnel magnético. Lucie estaba contenta de haberse librado de aquel rato de angustia. Ver la película ya era, en sí misma, una experiencia suficientemente dura.

– ¿Qué le parece ese film de 1955? -preguntó ella.

– Impresionante, desde todos los puntos de vista. Desconozco la identidad del director, pero se trata de un genio, un pionero. A través del sistema de imágenes subliminales y de sobreimpresiones, ya incidía en las zonas del cerebro primitivo. El placer, el miedo, el deseo de enfrentarse a lo prohibido. En 1955, ese procedimiento era absolutamente innovador. Ni siquiera los publicitarios estaban en ello. Y quien se adelanta a los publicitarios es claramente un genio.

Aquellas mismas palabras las había pronunciado Claude Poignet.

– ¿Y la mujer mutilada, y el toro? ¿Se trata de trucajes?

– Lo ignoro. No es mi especialidad y me he interesado más en el carácter misterioso de la construcción de ese film que en su contenido… Discúlpeme, pero mi asistente nos indica que todo está a punto.

Beckers se dirigió a unos monitores. Lucie pudo ver, en una pantalla, lo que debía de ser el cerebro de su comandante. Una bola palpitante en la que radicaban las emociones, la memoria, el carácter, lo vivido. En otra pantalla, Lucie pudo ver la primera imagen del film digitalizado, aún en pausa. El científico hizo algunos ajustes.

– Adelante… El principio es simple. Cuando entran en actividad, nuestras neuronas consumen oxígeno. El IRMF simplemente colorea ese consumo.

El film comenzó. La animación de la actividad cerebral del comandante se aureoló de colores, y el órgano pareció transformarse en un arco iris que iba del azul al rojo. Algunas zonas se encendían, se apagaban o se desplazaban como fluidos en tubos translúcidos.

– ¿Cree que Szpilman hizo lo mismo con su antiguo director hace dos años? -preguntó Lucie-. ¿Utilizó estas máquinas para analizar el film?

– Sí, es probable. Como le he explicado a su jefe por teléfono, en su momento mi antiguo director me habló brevemente de esa experiencia. Y de un film que, por lo menos, era extraño. Pero no investigué más.

Beckers volvió frente a su pantalla y comentó las imágenes en directo:

– Cualquier imagen que penetra en nuestro campo visual es eminentemente compleja. Primero la trata la retina, luego se transforma en un flujo nervioso que el nervio óptico dirige hacia la parte posterior de nuestro cerebro, al nivel del córtex visual. En ese estadio, varias áreas especializadas analizan las diversas propiedades de la imagen. Los colores, las formas, el movimiento y también el carácter de las imágenes: violento, cómico, neutro o triste. Lo que puede ver aquí no nos permite adivinar qué imagen observa el individuo, pero los datos permiten establecer algunas de las características que le he enumerado. Hoy en día, algunos expertos en neuro-imagen se divierten adivinando la naturaleza de un film simplemente a partir del análisis de ese amasijo de colores: comedia, drama o película de terror.

– ¿Y qué análisis puede hacerse de este film?

– Globalmente, una violencia extrema. Concéntrese en esas zonas…

Señaló con el dedo algunos lugares de la representación eléctrica del cerebro.

– Se iluminan de vez en cuando -constató Lucie-. ¿Son las imágenes subliminales?

– Sí. He cronometrado los momentos de su aparición. Una imagen oculta corresponde siempre a la iluminación de esas zonas. De momento, se trata de los centros del placer… Puede adivinar fácilmente el motivo. La actriz, desnuda, en posturas sexuales osadas. Esas manos enguantadas que la acarician.

Lucie se sentía incómoda al penetrar, en cierta medida, en la intimidad profunda de su superior jerárquico. El comandante ni sospechaba que en aquel momento estaba viendo imágenes subliminales de la actriz tal como vino al mundo. Y aún sospechaba menos que su cerebro hacía de las suyas y podía desencadenar alguna reacción fisiológica embarazosa.

El film digitalizado proseguía. Lucie recordó lo que Claude Poignet le enseñó en la moviola. Se aproximaban a otro tipo de imágenes: el cuerpo de la actriz despedazado sobre la hierba, con el gran ojo escarificado en su vientre. Beckers desplazó el índice sobre la pantalla.

– Ahí estamos. Ésa es la activación del córtex prefrontal medio y órbito-frontal, así como de la articulación témporo-parietal. Acaban de proyectarse las imágenes violentas, hábilmente ocultas en escenas aparentemente tranquilas. Hasta ahora, todo es coherente. Pero esperemos un poco…

Habían visto tres cuartas partes de la duración del film en blanco y negro. La chiquilla acariciaba un gato, sentada en la hierba, rodeada en todo momento de aquella extraña niebla y de un cielo negro.

Una escena neutra que, a priori, no despertaba emoción alguna.

– Ya está… Las señales del cerebro se aceleran, incluso fuera del minutaje preciso que he establecido para cada imagen oculta. Sucede lo mismo con la amígdala y las zonas del córtex cingular anterior. El organismo se prepara para una reacción violenta. Es esa angustia que usted debió de sentir al ver la película. Deseo de huir, tal vez, de detenerlo todo.

Los colores estallaron en el cerebro de Kashmareck antes de llegar a la escena del toro. Había destellos por doquier. Unos segundos más tarde, recuperó una actividad más pausada. Beckers agitó sus apuntes.

– Los circuitos de reacción a las imágenes violentas se activan justo a los once minutos y tres segundos, y dura alrededor de un minuto. Y lo curioso es que en esa parte de la película no hay ninguna de esas imágenes subliminales que se añadieron a la película original. Ni la mujer desnuda, ni la mujer mutilada. Nada de nada.

– ¿Y de qué se trata, entonces?

– De un procedimiento alambicado de imágenes ocultas que juega con la sobreimpresión, los contrastes y la luz. Creo que las imágenes subliminales, al igual que el círculo blanco, en la parte superior izquierda, son simplemente señuelos. La evidencia que permite disimular el verdadero mensaje oculto. Inconscientemente, el ojo se siente permanentemente atraído por ese punto molesto, lo que evita que se concentre demasiado en otras partes de la imagen y que exista la posibilidad de descubrir la estratagema.

El cineasta tomó precauciones para despistar a los más observadores.

Lucie ya no podía aguantarse. El film la aspiraba, la poseía.

– Enséñeme esas imágenes ocultas.

– Aguarde a que su comandante se reúna con nosotros.

Lucie no pudo evitar volver a ver la escena del toro, mientras Beckers se instalaba frente a otro ordenador. A la policía se le puso la piel de gallina, sobre todo cuando en un primer plano vio la mirada de la chiquilla, fría, vacía de cualquier sentimiento. Una mirada de estatua antigua.

Unos minutos más tarde llegó Kashmareck. Estaba tan blanco como la tapa del escáner.

«Una película extraña», fueron sus palabras. Él también había sido sacudido, manipulado, afectado y probablemente buscaba una explicación a su estado. Beckers repitió brevemente las palabras que acababa de intercambiar con Lucie y tecleó en su teclado. Apareció un programa de tratamiento de vídeo. El científico abrió el film digitalizado con el programa y se desplazó hasta los once minutos y tres segundos. Unas imágenes casi idénticas aparecieron unas tras otras, como en una película observada al trasluz frente a una bombilla. Con el ratón, Beckers señaló una zona de la primera imagen, en la parte inferior izquierda.

– Siempre hay que observar las partes de contraste débil. En la niebla, el cielo negro, las zonas muy oscuras, omnipresentes en el film en todo momento. Se trata de unas astucias visuales que permiten a nuestro cineasta desarrollar su lenguaje secreto.

Hacía que el cursor del ratón se desplazara rápidamente sobre la pantalla y apoyara así sus explicaciones: