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– Creo que es inútil.

Señaló con el mentón la cerradura, forzada.

– No toquen el pomo de la puerta. ¿Tienen guantes?

Debroeck, el jefe, sacó varios pares de los bolsillos de su uniforme. Los distribuyó a sus colegas y ofreció un par a Lucie. No dijo ni palabra. Los hombres desenfundaron sus Glock 9 milímetros y entraron en la casa, seguidos de Lucie, que empuñaba su Sig Sauer. El cerrajero se quedó en la calle.

En el interior se oía el zumbido de las moscas.

La frialdad del crimen apareció ante ellos sin la menor advertencia. Lucie arrugó la nariz.

El cuerpo de Luc Szpilman reposaba detrás del sofá y el de su novia sobre los escalones que conducían a la cocina. Un reguero de sangre se extendía detrás de ella.

Asesinados por la espalda, uno y otro, con múltiples cuchilladas.

¿Múltiples? Diez, veinte, treinta cuchilladas cada uno, que habían agujereado el pijama y el camisón, de las pantorrillas a la nuca. No era fácil contarlas.

Lucie se llevó una mano pesada al rostro. Hacía ya tres días que andaba por territorios mórbidos, y eso empezaba a hacer mella. Aquel espectáculo fúnebre era un cuadro fijado en el tiempo, como si los cadáveres fueran a cobrar vida de nuevo de repente y proseguir sus movimientos de huida. Porque estaban huyendo. No era difícil imaginar la escena: probablemente fue de noche. Los asesinos fuerzan la cerradura, al otro extremo de la espaciosa casa, y entran. Tal vez eran las dos o las tres de la madrugada, y creen que Luc Szpilman está solo y dormido. Pero, para su sorpresa, el chaval aparece ante ellos, sentado en el sofá con su novia, liándose un porro, presente aún sobre la mesa baja del salón. Luc reconoce de pronto a uno de ellos, es el tipo de las botas militares que fue a por el film. Los jóvenes son presa del pánico y tratan de huir. Los asesinos los atrapan y les acuchillan por la espalda, una vez, diez veces.

Y luego se encarnizan con ellos, inexplicablemente.

Lucie y los policías se habían quedado inmóviles, replegados en silencio. El más joven de ellos, un aspirante a inspector de apenas veinticinco años, pidió permiso para salir, con el rostro lívido. Trabajaba en la policía local y no en la federal, y estaba poco habituado a ese tipo de casos. Uno va a registrar una casa, un día tranquilo, y se encuentra frente a dos cadáveres cosidos a cuchilladas y asediados por las moscas.

Debroeck tuvo buenos reflejos y evitó que se contaminara el escenario del crimen. La policía belga forma oficiales sólidos y despunta en numerosos campos. Lucie, por su parte, trató de hacer abstracción de los cadáveres y revisó visualmente el entorno inmediato del crimen. Cajones abiertos y muebles por el suelo. Observó que habían forzado una caja fuerte incrustada en la pared. El marco del cuadro que la había ocultado estaba roto en el suelo.

– Primero evitan que Luc Szpilman pueda establecer el retrato robot y, luego, recuperan todo cuanto pueda comprometerles.

– ¿Qué podría comprometerles?

– Los descubrimientos que seguramente había hecho el padre de Luc acerca del film anónimo. Los documentos que tal vez había intercambiado con el misterioso canadiense. Han venido a limpiar. ¡Vaya mierda!

Lucie se dio la vuelta y salió, necesitada de una buena bocanada de aire.

Eran ellos… Los asesinos de Claude Poignet habían seguido con su limpieza, y esta vez sin ritual, sin voluntad de demostrar nada.

Sólo un acto delirante cometido por unas bestias salvajes.

30

Apoyada contra el coche de Kashmareck, Lucie le hacía un resumen. Se había reunido con ella frente al domicilio de Szpilman, poco tiempo después de la llegada de los equipos de la policía científica y de dos forenses. Desde hacía varias horas, personas de uniforme entraban y salían de la vivienda.

Lucie señaló con un gesto de cabeza la puerta abierta.

– Los forenses han estimado la hora de la muerte. Se produjo la misma noche que el asesinato de Claude Poignet. Los asesinos sabían que la desaparición violenta del restaurador de films y el robo de la bobina nos harían regresar aquí, así que eliminaron a la única persona que podía identificarles. En cuanto a la novia… Tuvo la mala suerte de encontrarse aquí y no se anduvieron con chiquitas.

Lucie suspiró.

– El disco duro del ordenador y todos los libros de la biblioteca han desaparecido. Había libros de historia, sobre el espionaje y los genocidios. ¿Acaso Szpilman había tomado notas en sus páginas? ¿Tal vez había una obra en particular que nos hubiera podido poner sobre alguna pista? ¡Lástima, si lo hubiera sabido la primera vez que vine aquí!

– Esos robos me intrigan. El viejo Szpilman era un simple coleccionista.

– Era más que un coleccionista… Investigó sobre ese film, lo analizó al detalle y se puso en contacto con un tipo en Canadá que parece estar muy bien informado. De una manera u otra, los asesinos lo averiguaron.

Kashmareck sacó dos botellines de agua de la guantera refrigerada de su coche y le lanzó uno a Lucie.

– ¿Tú estás bien?

– Perfectamente.

– Tienes derecho a decir que no.

– Estoy bien, de verdad.

– Y tu hija, ¿se encuentra mejor?

– Ehh… sí. Esta mañana ha desayunado muy bien, y a mediodía ha devorado el almuerzo. Gracias a eso le han quitado la perfusión. Ahora, sólo nos falta esperar al veredicto del paso por el baño. La vida es así.

Kashmareck lució en su rostro una sonrisa que aquellos días había escaseado.

– A todos nos pasa. Los chavales están para recordarnos que las prioridades no son siempre las que creemos. Aunque a veces sea difícil, ponen orden en nuestras vidas.

– ¿Cuántos hijos tiene?

– Más de los necesarios. -Miró su reloj-. Bueno, voy a hablar con la policía belga para que tengamos acceso a la información desde Lille al mismo tiempo que aquí. Puedes marcharte. Ve a pasar un rato con tu hija, hasta que aquí se aclaren las cosas. Tienes mal aspecto y los próximos días las cosas aún pueden ponerse mucho peor.

– Vale.

Apretó los labios, inmóvil.

– Sabe, comandante, en este último crimen hay alguna cosa que me da mala espina.

– ¿Qué?

– Sobre el terreno, los forenses han contado treinta y siete cuchilladas en la chica y cuarenta y una en el chico… Tenían heridas por todo el cuerpo, incluso en los órganos genitales. Heridas profundas, de varios centímetros. En algunas ocasiones el arma se hundió hasta la empuñadura, lo han visto por las marcas provocadas por el metal alrededor de las incisiones. Vistas las características de éstas, y la similitud en la manera de clavarlas, piensan que ha sido obra de un único agresor.

El jefe respondió con un silencio. No había nada que decir ni explicar. Lucie le miraba fijamente.

– Eso ya es pura locura, comandante. En sus gestos y en su manera de actuar. Hay algo anormal en la lógica de su proceder. El mismo tipo de gesto irracional de las niñas de la película, hace más de cincuenta años.

31

Eugénie estaba contenta de marcharse, chillaba y saltaba de alegría frente al hotel. Sharko, por su parte, llevaba su maleta hacia el taxi que le esperaba al pie del edificio. Esta vez no contaba con un Mercedes de la embajada para acompañarle. Como convinieron, le había devuelto las fotos a Lebrun en la brigada, a las dos en punto. El comisario agregado a la embajada acudió solo y su corto diálogo no fue muy fluido. Sobre todo cuando Lebrun se percató del hematoma junto a la nariz. Sharko le dijo que había resbalado en la bañera. Sin comentarios…

Solo en la acera, el policía miró a su alrededor, con la vana esperanza de volver a ver a Nahed, de decirle adiós y desearle buena suerte. No había respondido a ninguna de sus llamadas. Probablemente tenía órdenes de la embajada. Con un nudo en la garganta, subió al taxi y le dijo al taxista que le llevara al aeropuerto.