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Vestida ligeramente -un sencillo vestido de seda azul, descalza y con las uñas pintadas de rojo cereza-, les invitó a salir al balcón e hizo que les subieran una botella de champagne Veuve Clicquot. La cama estaba sin hacer y Lucie observó que a los pies de una cómoda había unos calzoncillos de hombre. Sin duda un gigoló por cuyos servicios pagaba.

Una vez sentada, Judith cruzó las piernas a la manera de una starlette fatigada. No se disculpó por su retraso. Sharko no se andaba por las ramas y le mostró su identificación de policía tricolor.

– No somos periodistas, sino policías. Hemos venido para interrogarla acerca de un film antiguo en el que usted participó.

Lucie suspiró discretamente, mientras Judith esbozaba una sonrisa irónica.

– Ya me lo temía. Creo que aún no han nacido los periodistas que puedan interesarse en mí…

Se miró las uñas de reciente manicura durante unos segundos.

– Dejé de rodar en 1955. Han transcurrido ya muchos años para remover el pasado…

Sharko sacó un DVD grabado de su cartera y lo depositó sobre la mesa.

– 1955. Perfecto. Queremos hablar del film grabado en este DVD. Mi colega recuperó la bobina original en el domicilio de un coleccionista llamado Wlad Szpilman. ¿El nombre le dice algo?

– Nada.

– He visto que en el salón hay un reproductor de DVD y un televisor. ¿Nos permite que le mostremos la película?

Repasó a Sharko de la cabeza a los pies con la misma mirada arrogante que dirigía al cámara al principio del cortometraje.

– Desde luego; no me dejan otra opción.

Judith introdujo el disco en el aparato. Menos de diez segundos después, el film comenzó. Plano de la actriz, de unos veinte años, lápiz de labios oscuro, traje de Chanel, mirada fija a la cámara. Manifiestamente, aquel visionado incomodaba a la septuagenaria. Una expresión inquieta tensó sus rasgos. Tras la escena del ojo cortado, empuñó el mando a distancia y apretó la tecla de stop. Se puso en pie rauda y fue a servirse una copa de champagne. Sharko y Lucie se miraron brevemente y se reunieron con ella en el balcón.

La vieja voz espetó, seca:

– ¿Qué desean?

Sharko se apoyó en la balaustrada, dando la espalda al puerto y a los veraneantes que limpiaban sus embarcaciones, a sus pies. Un sol de justicia le daba en la nuca.

– Así que ésta fue su última película…

Ella asintió sin abrir los labios.

– Hemos venido en busca de información, de todo cuanto pueda contarnos acerca de ese rodaje. Acerca de sus fines. Acerca de la chiquilla, las niñas y los conejos.

– ¿De qué me está hablando? ¿Qué niñas?

Lucie sacó una foto de la chiquilla en el columpio y se la tendió.

– Ésta. ¿No la ha visto nunca?

– No, no. Nunca… ¿Actuaba en el film?

Lucie se guardó de nuevo la foto con un regusto de decepción. La parte en la que aparecía Sagnol debió de rodarse de manera independiente de las secuencias de la chiquilla. Judith se llevó la copa a los labios, bebió un pequeño sorbo y volvió a dejar su copa, con la mirada perdida.

– Ignoraba, y aún ignoro, la naturaleza de la película para la que Jacques me contrató. Debía filmar unas escenas de amor y me pagaba una suma cuantiosa. Yo necesitaba dinero y cualquier papel me convenía, y lo que hicieran luego con esas imágenes me importaba muy poco. Cuando se ejerce un oficio como el mío, es mejor no hacerse muchas preguntas.

Señaló la botella con el mentón.

– Sírvanse. Con este calor no se mantendrá frío mucho rato. Hubo un tiempo en el que hubiera tenido que trabajar un mes entero para pagarme una de estas botellas.

Sharko no se hizo rogar. Llenó dos flautas y ofreció una a Lucie, que le dio las gracias con un gesto de cabeza. A fin de cuentas, un poco de alcohol no le sentaría mal tras las peripecias de aquellos últimos días. Judith dejó que los recuerdos afloraran lentamente.

– Nunca hubiera imaginado que volvería a ver esas imágenes…

– ¿Quién era el realizador?

– Jacques Lacombe.

Lucie se apresuró a anotar la información en su cuaderno. Finalmente disponían de una identidad que, por sí sola, justificaba el desplazamiento hasta Marsella.

– Le conocí en 1948, apenas tenía dieciocho años y la cabeza llena de ideas. En aquella época, filmaba las funciones de magia del Trois Sous, una sala de espectáculos parisina, con su cámara ETM P16. Yo me ocupaba de vestir y maquillar a las bailarinas del cabaret.

Remedó los gestos.

– Pintalabios vivo, pelucas rubias, vestidos negros de puntilla transparente, y sin olvidar el cigarrillo largo Vogue… Lo del cigarrillo fue idea mía, ¿saben? Y en aquellos años causó furor.

Su mirada se evadió durante unos segundos.

– Con Jacques tuve una bonita historia que duró un año. Descubrí a un hombre inteligente, adelantado a todos los demás. Alto, moreno y con unos ojos en los que se podía ver el océano. Con una retirada a Delon.

Bebió un sorbo de champagne sin dar muestras de apreciarlo.

– Jacques era un verdadero experimentador del cine, se salía de los caminos trillados. Para él, había dos maneras de ver un film: a través de la narración, del guión, pero sobre todo por su propio soporte, al que los demás cineastas no sacaban partido o ignoraban por completo. Él trabajaba sobre la propia película, que rascaba, agujereaba, rayaba o quemaba. La película no era simplemente una superficie sensible sobre la que impresionar, sino un territorio de inscripción por el que podía transitar el arte. Si le hubieran visto, frente a la película… Era como si abrazara a una mujer.

Sonrió para sí misma.

– Jacques estaba influenciado por las prácticas más antiguas del cine gráfico europeo, como la sobreimpresión de los cineastas surrealistas como Luis Buñuel o Germaine Dulac. La misma secuencia del ojo cortado del principio está directamente inspirada en el film Un perro andaluz de Luis Buñuel y Salvador Dalí. Una manera de rendir homenaje a sus influencias.

Lucie trataba de tomar apuntes, pero la anciana no cesaba de hablar.

– También frecuentaba los círculos de magos de una manera más íntima. Houdini, aunque ya había fallecido, le fascinaba. Recuerdo cómo Jacques utilizaba la cámara aumentando la velocidad de los fotogramas para descomponer los gestos de los prestidigitadores y penetrar en sus secretos. Pasaba horas, días enteros, trabajando sus rushes, encerrado en su pequeño estudio de Bagnolet. También le interesaba mucho la pornografía, y analizaba los planos, los mecanismos del placer desencadenados por la imagen. Conocía la ciencia del montaje, en una época en la que el material disponible era muy rudimentario, y también había inventado un sistema de máscaras que podían acoplarse a la óptica. Realizó numerosos minifilms experimentales, de pocos minutos, en los que lograba captar la atención y desenmascarar la propia relación con la violencia y el arte. Siempre me subyugaba, me sorprendía, me hacía estremecer. El público y el mundo del cine, sin embargo, no se interesaban en absoluto por su trabajo y su talento, y Jacques llevaba mal esa falta de reconocimiento.

Lucie reaccionó de inmediato, aprovechando el flujo de recuerdos.

– ¿Le explicaba sus técnicas? ¿Le habló alguna vez de imágenes subliminales?

– No, sus experimentos los mantenía en secreto. Era su coto vedado. Aún hoy en día, en algunos de sus films recuperados hay procedimientos que ni siquiera los cineastas experimentales contemporáneos son capaces de comprender.

– ¿Y luego?