– Unos colegas de Rouen vendrán a verle en breves momentos, y le harán muchas más preguntas y tomarán notas. No se preocupe, es normal.
Justo antes de salir, precedido de Lucie, se volvió hacia Akim, que no se había movido del sofá.
– De hecho… Su hermano tenía un minúsculo fragmento de cánula de plástico bajo la piel, a la altura del cuello. ¿Sabe si le habían hecho alguna intervención quirúrgica?
– No, no.
– ¿Estuvo ingresado en el hospital?
– No creo. De hecho, no lo sé.
– Gracias. Le prometo que tendrá respuestas. Y los responsables lo pagarán, me ocuparé de ello personalmente.
Y cerró la puerta cuidadosamente tras de sí.
39
Lucie y Sharko se habían instalado en la mesa de la cocina del apartamento de L'Hay-les-Roses. Por el camino habían comprado bollería. Ella mordía su cruasán y él había optado por un bollo de chocolate, que mojaba meticulosamente en su café. Por primera vez desde hacía días, unas nubes de un blanco perfecto moteaban el cielo como un rebaño a través de la ventana. El policía habló entre dos bocados.
– Todo concuerda. Unos cadáveres que es imposible identificar, probablemente unos extranjeros llegados a Francia con lo puesto. Es un caso corriente en la Legión.
– Esa manera tan profesional de convertirlos en cadáveres anónimos y de hacer desaparecer los cuerpos. La descripción que hizo Luc Szpilman, las botas… Unos militares…
– Sin olvidar el análisis segmentario de los pelos, en tres de ellos, que prueba una interrupción en el consumo de estupefacientes las últimas semanas antes de su muerte. Coincide perfectamente con unos chavales que hacen borrón y cuenta nueva de su pasado, unos chavales a los que tratan con mano de hierro. Unos jóvenes legionarios en período de instrucción. Unos novatos.
Sharko se zampó el bollo. Parecía en buena forma, casi feliz.
– ¿Qué era esa historia del documento de identidad desaparecido? -preguntó Lucie.
– Pura lógica. Mohamed Abane tenía una personalidad desequilibrada. Con un pedigrí como el suyo nunca hubiera podido alistarse en la Legión. Los reclutadores hacen la vista gorda en Aubagne con respecto a casi todos los delitos, salvo los crímenes graves: asesinatos, violaciones, desviaciones perversas… Abane falsificó su identidad para alistarse.
– ¿Robándole el documento de identidad a su hermano?
– Exactamente. Lo único que necesitas para presentarte a la Legión Extranjera es un documento de identidad en vigor. Eso es todo. Ése es el único lazo entre tu pasado y tu futuro. Mohamed Abane simplemente se presentó bajo la identidad de su hermano. Los dos se parecen mucho, los reclutadores no se dieron cuenta del engaño y creyeron que trataban con un individuo sin antecedentes.
Sharko resplandecía. Lucie de repente le veía seguro de sí mismo, desbordante de vitalidad. Un hombre que recobraba el gusto por la investigación y el trabajo de calle. Se bebió el café mientras seguía cavilando.
– Todo es casi lógico…
– ¿Casi?
– Sí, casi. Pienso en los cinco novatos asesinados. No hay nada peor que las pruebas de selección, y sobre todo las siguientes diez semanas de instrucción. Es el infierno en la tierra. Te hacen sufrir de todos modos, física y psicológicamente, hasta que te vienen ganas de pegarte un tiro. Es fácil imaginar que uno o dos reclutas se rebelen o se les crucen los cables. Y hasta cabría imaginar una pifia. Un instructor al que no le queda más remedio que disparar, porque a esos chavales se les dan armas de verdad. Pero, en ese caso, ¿por qué les habrían arrancado el cerebro y los ojos antes de enterrarlos?
Disparaba tan rápido que Lucie tuvo que reflexionar unos segundos antes de responder.
– ¿Acaso tratan de ocultar algo mucho más grave que una simple negligencia? ¿O una chapuza? ¿Acaso, detrás de todo ello, están esa película infernal y esas niñas encerradas en una sala que masacran a unos animales?
– Y unas muchachas violentamente asesinadas en África. Egipto, Francia, Canadá. Todo está ligado sin estarlo. El verdadero problema es que la Legión Extranjera no ha puesto los pies en Egipto desde hace más de cincuenta años. Al margen de un parecido en el modus operandi, al margen del fenómeno histérico del que tenemos indicios, no tenemos ningún vínculo entre las dos series de crímenes. Y en cuanto al film, aún es hora de descubrir qué pinta en esta historia.
Lucie se frotó la cara con una mano. El cansancio nervioso era cada vez mayor. Sharko seguía reflexionando en voz alta.
– Son muy eficientes. En Notre-Dame-de-Gravenchon… Allí no hay nada. Ni siquiera un campamento de entrenamiento militar. Hay que comprobarlo, pero estoy seguro de que la Legión nunca ha tenido una base allí. Si hubiéramos hallado los cuerpos cerca de Aubagne, aún, pero allí… Se han cubierto perfectamente.
– Espere un momento. ¿Me está diciendo que no tenemos con qué atacar a la Legión?
– Las acusaciones son graves, y ya sabes cómo funcionan estas cosas. Aunque nuestro razonamiento se sostenga, necesitamos pruebas concretas: testigos, documentos, pistas… Y desgraciadamente no tenemos nada, aparte de nuestras convicciones. Ni mi servicio ni la PJ iniciarán un procedimiento sobre la base de simples conjeturas. Robara o no el documento de identidad, el pasado de Mohamed Abane juega en nuestra contra. La Legión negará rotundamente haber reclutado a ese tipo. Allí no se admiten delitos de sangre. Es una regla de oro.
Un silencio. Lucie se limpió las manos con una servilleta.
– ¿Y si alguien se decidiera a pesar de todo a iniciar un procedimiento contra la Legión, cómo sería?
Sharko dejó caer el brazo frente a él, para mostrar desesperación.
– Expondríamos nuestras conclusiones al ministro de Defensa. En el caso improbable de que eso funcionara, necesitaríamos órdenes judiciales y un montón de papeleo para finalmente tener la ocasión de interrogar a unos tipos elegidos cuidadosamente en el marco de una investigación. Todo eso llevaría tiempo y llegaría a oídos de los altos mandos de la Legión, quienes podrían tomar sus medidas. Y, aun suponiendo que todo eso funcionara, aún quedaría el problema de que es información clasificada. Sin duda alguna, nos las veríamos con un jefe, un coronel o un general, probablemente con capacidad para escudarse en ello o, aún peor, que diría que es alto secreto. Ya tuve ocasión de tratar con esos tipos, hace unos años. Casi es mejor hablar con una pared. La Legión es un cuerpo, la Legión es un espíritu. Incluso en el caso de que algunos de ellos hubieran visto algo, y suponiendo que aún se hallaran en territorio francés, no dirían nada.
Lucie deslizó lentamente su índice alrededor de la taza de café.
– ¿Y si prescindimos del procedimiento?
Sharko la miró con frialdad.
– Ni hablar.
– No me diga que no lo había pensado.
Sharko se encogió de hombros.
– Aún eres demasiado joven para salirte de los cauces. ¿Quieres el consejo de un amigo? No te metas en líos. Tus hijas no te lo perdonarían.
– Déjese de sermones. Vayamos a la brava. Nos presentamos allí y pedimos hablar con el responsable acerca de un sospechoso tras el que andamos, por ejemplo. Si acepta recibirnos, le llevamos hacia nuestro caso de manera sutil. Si realmente está implicado, es probable que reaccione.
– ¿Y cómo va a reaccionar? ¿Crees que dirá la verdad a voz en grito?
– No, pero quizá se ponga nervioso y haga algunas llamadas telefónicas. Le seguimos… Nos plantamos frente a su casa con, no sé… ¿unos micrófonos de largo alcance?
Sharko soltó una risita desagradable.
– Has visto demasiadas veces Misión imposible. Su casa debe de estar plagada de detectores HF. Unos cachivaches del ejército capaces de detectar cualquier emisor de ondas a decenas de metros a la redonda. Seguro que su teléfono es una línea segura y encriptada. La mayoría de esos tipos son verdaderos paranoicos, por eso los eligen. Sé buena y vuelve a la realidad.