– Estás delirando.
– Sí, yo deliro, por supuesto… Lucie te provoca algo y por eso quieres protegerla. Canadá está muy lejos.
El móvil del comisario empezó a vibrar.
– Lucie me gusta. Espero que vuestra historia funcione.
– Estás completamente loca, pequeña.
Descolgó. Era uno de sus contactos en la Dirección Central de Información Interior.
– ¿Tienes la información?
– ¿Qué crees? El actual comandante de la Legión es un coronel que se llama Bertrand Chastel. Menudo curriculum tiene el tío.
– Suelta.
– Legionario de carrera, ha formado parte de las más prestigiosas tropas de combate. Para resumírtelo, comandante del 2.° REP en Líbano y luego en Afganistán. A continuación, cambio de rumbo, y se convierte en instructor jefe en el infierno de Guyana, prepara nuevos programas de entrenamiento y forma a la élite de la élite. Parece que le gusta llevar una vida enérgica. Con él, los chavales las pasan putas y la mayoría regresan con el cerebro formateado para el combate, para que me entiendas. De regreso a Francia, pasó dos años en la DGSE, antes de volver a sus primeros amores y convertirse en comandante del 1.° RE, del 4.0 RE y del GRLE hace dos años.
Unas siglas llamaron la atención de Sharko de inmediato. DGSE, Dirección General de la Seguridad Exterior.
– ¿Pasó por el servicio secreto en medio de una carrera de legionario? ¿Qué hizo allí?
– ¿Pero tú te crees que esas cosas las dejan anotadas? Todo esto es información clasificada. Conoce a gente importante, entre ellos a la mayoría de los representantes del CCSD. Estamos en las altas esferas, Shark, y en las altas esferas hay muchas bocas cerradas. Y si las abres, Pandora se te echa a la cara. Ignoro qué tratas de hacer, pero puedo asegurarte que a ese tipo no se le puede atacar.
– Eso es asunto mío. ¿Está en Aubagne en estos momentos?
– Sí, lo he comprobado mediante una falsa llamada.
– ¡Genial! Gracias, Papy.
– Y, por supuesto, no te he llamado nunca y no quiero saber en qué andas. Pero ve con cuidado.
Sharko colgó. Dirigió una mirada vindicativa al asiento de la derecha. Eugénie se había largado, por fin.
Bajó el volumen de la radio, que le estaba poniendo de los nervios. Tras la planicie del campo llegaron los valles suaves, las montañas, los ríos. Valence, Montélimar, Aviñón. Los contrafuertes de Provenza. La temperatura aumentaba, y el sol quemaba la piel a través del parabrisas. Sharko tenía la boca seca, no por falta de agua, sino de Henebelle… Eugénie llevaba razón. La rubita había trastocado sus órganos fosilizados. Algo se cocía en su pecho, su vientre, su estómago. Tenía ahí un nudo y se sentía mal. Mal, porque no debería haber otra persona más que Suzanne. Mal, porque tenía quince años más que Lucie y, a través de los ojos de ella, veía de nuevo los defectos que le habían destruido a él y a su familia. El encarnizamiento, las ausencias y ese deseo de perseguir al Mal, el verdadero Mal, hasta encontrarse contra la pared, agotado, demolido. Ese oficio no tenía salida alguna. Ninguna finalidad y ninguna satisfacción.
El día ya llegaba a su fin. Ocho horas de carretera a cuestas… Ocho horas reflexionando, en parte, acerca de su plan de ataque.
Un puro suicidio. Era consciente de ello.
Poco importaba, ya estaba muerto desde hacía tiempo. Abandonó la autopista del Sol, continuó unos cincuenta kilómetros por la A52 y tomó la salida de Aubagne. Distinguió sucintamente los edificios del centro de reclutamiento de la Legión Extranjera junto a la autopista A501. Unas largas naves blancas, de líneas perfectas y de un rigor absolutamente militar. Unos minutos después tomaba la carretera departamental D2 y luego la vía que le condujo frente a la garita vigilada por un cabo de guardia. Quepis blanco, charreteras rojas, uniforme impecable. Sharko presentó su identificación tricolor.
– Soy el comisario Sharko, de la Oficina Central de Represión de la Violencia contra las Personas. Desearía hablar con el coronel Bertrand Chastel.
El largo nombre de su servicio siempre provocaba una honda impresión. Sharko explicó rápidamente que perseguía a un criminal reincidente que con toda seguridad se había alistado recientemente en sus filas bajo una falsa identidad. Con la finalidad de ser más convincente, enumeró los cargos contra el supuesto criminaclass="underline" violación, tortura… El militar le pidió que aguardara y desapareció en la garita. Sharko supo que se había salido con la suya cuando le vio reaparecer y señalar el aparcamiento.
– Puede estacionar en el aparcamiento de los visitantes, detrás de usted. El coronel le recibirá. Un subteniente vendrá a buscarle. Debe entregarme su arma de servicio.
El comisario obedeció.
Con una carpeta de gomas elásticas bajo el brazo, siguió al suboficial que había ido a buscarle sin cruzar con él ni una palabra. Sobre las paredes inmaculadas del recinto podía leerse en letras doradas el famoso Legio patria nostra. Columnas de hombres de todas las nacionalidades -polacos, colombianos, rusos…- avanzaban al paso a lo largo del patio de armas, al son de cantos militares. Otros, más a lo lejos, vestidos con mono azul y camiseta blanca, descendían por la escalera a toda velocidad, con la urgencia y el miedo grabados en sus miradas. Los novatos…
Su abnegación era escalofriante: esos hermanos de armas de cráneos rasurados y mirada de acero no tenían aún treinta años, y ya estaban dispuestos a morir allí mismo, en aquel momento, por la bandera tricolor.
Súbitamente, un edificio de una única planta llamó la atención de Sharko. En una pancarta podía leerse: «DCILE, División de Comunicación e Información». Aceleró el paso para alcanzar a su acompañante:
– Dígame… ¿Qué es la DCILE?
– Es una célula de relaciones públicas que atiende las numerosas solicitudes de información y organiza los reportajes. La oficina de producción se ocupa de la promoción de la Legión en Francia y en el extranjero.
– ¿Dispone también de un departamento de vídeo? ¿Creación y montaje de films para el ejército?
– Sí. Reportajes, films de promoción o de conmemoración.
– ¿Y de ello se ocupan los propios legionarios?
– Es un estado mayor compuesto por militares. Oficiales y suboficiales del ejército de tierra, principalmente. ¿Más preguntas?
– Es suficiente, gracias.
Sharko pensaba en los asesinos del restaurador de films, Claude Poignet… Uno de ellos era un militar cineasta y seguramente se escondía allí, con los pies calientes dentro de sus botas militares, en alguno de aquellos grandes edificios… Todo encajaba cada vez más.
Llegaron a los edificios del 1er Regimiento Extranjero, sede del Alto Mando y, en consecuencia, del comandante. La autoridad absoluta. Sharko tenía la garganta seca, las manos húmedas y hubiera tenido menos aprensión frente a un asesino sanguinario que frente a un coronel condecorado que, a priori, había dedicado parte de su vida a servir al país. Como profesional, el policía sentía una profunda estima hacia aquellos militares y su sacrificio.
Atravesaron pasillos enmoquetados, el soldado llamó tres veces y se puso firme frente a la puerta cerrada.
– ¡Descanse! ¡Entre!
Tras presentar a Sharko y dar la media vuelta reglamentaria, el subteniente dejó al policía solo frente al coronel, ocupado firmando documentos. El policía estimó que el comandante debía de tener su edad y una corpulencia similar, aunque estaba algo menos gordo y era algunos centímetros más alto. El corte de sus cabellos grises, irreprochable, amplificaba aún más la geometría euclidiana de su rostro. Sobre su uniforme oscuro, una pequeña placa indicaba en letras rojas «Coronel Chastel».
– Le ruego que me disculpe aún unos segundos.
El militar alzó sus ojos de un azul frío y prosiguió su trabajo, sin ninguna reacción particular. El comisario cavilaba. Si el coronel estaba implicado en el caso, si había seguido las noticias acerca del hallazgo de los cadáveres de Gravenchon, a buen seguro reconocería su rostro, su identidad. ¿Acaso se había estado preparando para esa visita desde la llamada del cabo de guardia? ¿O simplemente no le había reconocido?