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Tomás enrojeció y sonrió.

– ¿Uno de los mejores del mundo? Qué exageración…

– De exageración, nada. Yo he hecho los deberes en casa.

– Devoró una empanadilla más-. Lo importante es que eso es útil en la investigación que estoy llevando a cabo para la Interpol.

Tomás cambió de posición en la silla.

– Estamos en una situación desigual, ¿se da cuenta? Usted sabe todo sobre mí y yo no sé nada de usted.

Orlov soltó una carcajada.

– Tiene razón, le pido disculpas. Mi nombre es Alexander Ivanovich Orlov. Nací en San Petersburgo en la época en que mi gran ciudad se llamaba Leningrado. Estuve en el Ejército, fui consejero en Angola y después…

– Ah, ¿fue ahí donde aprendió portugués?

– Sí, fue en Luanda. Había muchos consejeros soviéticos trabajando con los cubanos y el MPLA. -Sonrió-.¡En esa época aquello era una juerga! -Suspiró-. Después fui a trabajar para la Policía rusa, pero el fin del comunismo me hizo ver que mi futuro no estaba en Rusia. La autoridad central se desmoronó y el país quedó entregado a los oligarcas y a las mafias. -Esbozó una mueca y meneó la cabeza-. La corrupción se impuso en todas partes, incluso en la Policía. Preferí irme a quedarme viendo a mis jefes y a mis compañeros vendiéndose por un puñado de rublos. Y quien no se vendía acababa con un tiro en la cabeza. -Mordisqueó una rebanada de pan-. Me postulé entonces para un puesto en la Interpol y acabé yéndome a vivir a Lyon, donde me integraron en el Specialized Crime Directorate, una unidad dedicada a combatir el crimen especializado. -Se llevó la mano al pecho-. Me pusieron a trabajar en casos que afectaban a sectas y cosas por el estilo.

– ¿Sectas?

– Sí, esos chiflados que cometen crímenes por los motivos más estrafalarios que te puedas imaginar. Suicidios colectivos y asesinatos motivados por creencias políticas o religiosas, por ejemplo. -Hizo un gesto con la mano-. Son esos tipos que creen en el Demonio o piensan que está por llegar el fin del mundo…

– Ah, ya veo.

– Estoy lidiando con esos idiotas desde hace siete años. No se imagina los tarados con los que me he tenido ya que ver…

El camarero se acercó con una bandeja. Puso los platos calientes sobre la mesa: dos humeantes caparazones de centollo, y sirvió vino verde helado en las copas. Inclinó la cabeza, deseó buen apetito a los clientes y se retiró.

Los dos comensales probaron el plato, Tomás puso cara de aprobación y ambos alzaron las copas.

– ¿Cómo brindan en ruso? -preguntó el historiador con la copa sostenida con la yema de los dedos.

– Nazdrovie!

Hicieron el brindis y empezaron a comer. Orlov jadeaba cuando se llevaba la comida a la boca, parecía hambriento; daba la impresión de que su vasto estómago era muy exigente y que requería grandes cantidades de alimento.

Tomás alzó el tenedor y apuntó en dirección a su interlocutor.

– Aún no me ha explicado qué tiene que ver eso conmigo o con mi amigo del instituto…

– Allá vamos -dijo Orlov, comiendo con ansiedad dos abundantes bocados más-. Allá vamos. -Observó el plato, que vaciaba a un ritmo acelerado, y llamó al camarero con la mano-. Oiga, tráigame un centollo más, por favor.

Tomás se rio.

– ¡Caramba, realmente tiene hambre!

Orlov se pasó el dorso de la mano por la frente, para limpiarse el sudor.

– No me diga nada, esto es una tortura. -Devoró un bocado más-. Me encanta comer.

– Me he dado cuenta, sí.

El ruso comió dos rebanadas más de pan, ambas generosamente untadas con crema de atún, y las regó con un largo trago de vino verde. Dejó la copa y respiró hondo antes de atacar de nuevo lo que quedaba del centollo.

– Volvamos entonces a tu amigo del instituto.

– Filipe.

Orlov hizo desaparecer los últimos restos de su primer centollo y, después de limpiarse la boca con la servilleta, sacó un sobre de la cartera que había dejado bajo la mesa.

– En marzo de 2002 se dio entrada en la Interpol a una solicitud del FBI para investigar un homicidio. -Abrió el sobre y sacó una fotografía-. Se trataba de la muerte de un científico estadounidense en la Antártida, un experto en climatología. -Mostró la fotografía de un hombre de mediana edad, con los ojos son-rientes tras unas gafas redondas y una barba rala canosa cubierta de hielo. El hombre se encontraba de pie en un paisaje plano, con una hilera de banderas clavadas en la nieve detrás de él y un cielo limpio azul claro por encima-. El profesor Howard Dawson.

Tomás colocó su plato a un lado y analizó la foto.

– ¿Esta fotografía se sacó en la Antártida?

– Polo Sur.

Observó mejor la fila de banderas.

– ¿Esto es realmente el Polo Sur?

– Simbólicamente, sí. -Comió un bocado-. En realidad, la localización exacta del Polo Sur varía todos los años, ¿no?

Tomás miró al ruso interrogativamente.

– ¿Cómo?

– Existen varios Polo Sur. -Apuntó a la fotografía-. Esta se sacó en el Polo Sur ceremonial. Las banderas de los doce primeros firmantes del Tratado Antártico ofrecen el escenario perfecto para registrar imágenes. -Se encogió de hombros-. Pero todo es una escenificación, claro. El verdadero Polo Sur va trasladándose de un lado al otro.

– No entiendo -murmuró Tomás-. Que yo sepa, el Polo Sur está siempre en el mismo sitio.

Orlov meneó la cabeza.

– Existen tres tipos de Polo Sur. -Alzó tres gruesos dedos-. El Polo Sur magnético, cuya presencia se registra mediante agujas magnéticas, está en algún sitio del mar de la Antártida, en la bahía de la Commonwealth. Se desplaza actualmente de diez a quince kilómetros por año en dirección norte.

– ¡Caramba!

– Después está el Polo Sur geomagnético, donde se manifiesta el flujo del campo electromagnético de la Tierra. Este Polo Sur se localiza en la altiplanicie antártica, cerca de la estación rusa de Vostok. -Volvió a apuntar a la fotografía-. Finalmente, existe el Polo Sur geográfico, situado cerca del Polo Sur ceremonial. Cuando nos referimos al Polo Sur, en general significa el Polo Sur geográfico, ¿no?

– Exacto.

– El problema es que el Polo Sur geográfico nunca está mucho tiempo en el mismo lugar.

Tomás frunció el ceño.

– Eso es lo que no entiendo -dijo-. El Ecuador se encuentra siempre en el mismo sitio y el Polo Norte también. ¿Por qué razón habría de ser diferente el Polo Sur?

– Por el hielo.

– ¿Qué tiene que ver el hielo con esto?

– Fíjese, profesor, el Polo Sur está cubierto de hielo, ¿no? Pero ese hielo no se mantiene estático. Por el contrario, se encuentra siempre en movimiento. El hielo en el Polo Sur se desplaza diez metros por año en dirección a América del Sur, lo que significa que la marca del Polo Sur geográfico se aleja diez metros por año del sitio verdadero.

– Ah.

– Esto obliga a que todos los años se calcule la nueva posición del Polo Sur y se coloque la marca en el sitio preciso. Esto implica que, en la práctica, todos los años tenemos un nuevo Polo Sur.

El camarero reapareció con el nuevo centollo, sobre el cual se lanzó Orlov de inmediato y sin cuartel, como si aún no hubiera comido nada. Mientras el ruso masticaba con ansiedad el plato recién traído, Tomás cogió la fotografía que había quedado sobre la mesa.

– ¿Este científico fue asesinado en el Polo Sur?

Orlov emitió un gruñido mientras comía.

– No -dijo, en cuanto tragó lo que tenía en la boca-. Lo mataron en McMurdo.

– ¿Dónde?

– McMurdo. -Deglutió un bocado de comida garganta abajo-. McMurdo es la mayor estación existente en la Antártida. -Casi jadeaba al hablar-. La construyeron los estadounidenses en 1956 como base militar, pero se transformó en estación científica al entrar en vigor el Tratado Antártico. Cuenta con más de mil habitantes durante el verano y doscientos en invierno.