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Tomás se rio.

– Ya me viene con esa historia…

– Ya he visto que va de modesto -inclinó la cabeza-. Dígame la verdad: ¿es o no es capaz de descifrar ese enigma bíblico?

El historiador enrojeció levemente y bajó la vista.

– Creo que sí.

El ruso dio un golpe con la mano en la mesa.

– ¡Ah! -exclamó-.¡Lo sabía! -Apuntó con el dedo a su interlocutor-.¡Es un iniciado! Confiéselo, ¿lo es o no?

Tomás se encogió de hombros.

– En cuanto historiador, sí, soy un iniciado. -Señaló la fotografía-. Dado que el triple seis es un mensaje oculto, cualquier historiador con formación en lenguas antiguas puede, en principio, descifrarlo.

– Es su caso.

– Es mi caso.

– Entonces, dígame: ¿cómo se descifra el triple seis? -lo desafió Orlov, hundiendo la cuchara en la última bola de helado.

– Calma, tampoco es tan sencillo. Tendría que estudiar este enigma con cuidado.

– Estúdielo, pues.

Tomás se rio.

– Si tuviese tiempo, lo estudiaría -dijo-. Pero la verdad es que tengo mucho que hacer.

– Nosotros lo contratamos.

– ¿Cómo?

– La Interpol lo contrata.

– ¿Para qué? ¿Para descifrar el misterio del triple seis de la Biblia?

Orlov meneó la cabeza con una expresión divertida.

– No, profesor. Para ayudarnos a despejar todo el misterio en torno a estas muertes. Claro que eso incluye el desciframiento del triple seis, pero va más allá de eso.

– ¿Va hasta dónde?

– ¡Hasta donde haga falta, pues!

El historiador suspiró.

– Oiga, yo no sé si dispongo de tiempo para esto. Tengo una serie de proyectos en marcha y me temo que no estaré disponible para convertirme ahora en un detective. Mi trabajo no es ayudar a la Interpol ni esclarecer asesinatos.

– ¿Cuál es el problema? Que yo sepa, varias instituciones ya lo contrataron en el pasado. Basta con citar la American History Foundation y la Fundación Gulbenkian, sin hablar de cierta agencia estadounidense cuyo nombre no necesito mencionar aquí.

Tomás clavó los ojos en Orlov, como si intentase leerle el pensamiento.

– Está bien informado.

– Soy policía, ya se lo he dicho. -Señaló las fotografías-. Necesito su ayuda para aclarar este caso.

– Y yo ya le he dicho que no sé si tengo tiempo.

– Le pagamos quince mil euros por mes, más cualquier gasto que le surja, incluidos los viajes. Y le damos la inolvidable oportunidad de volver a ver a un viejo amigo del instituto.

– Ah, Filipe. ¿Cuál es, al fin, su papel en medio de todo esto?

Orlov se enderezó en la silla y adoptó una actitud grave.

– Me temo que su amigo está metido en esta historia hasta el cuello.

– ¿Ah, sí? ¿Qué ha hecho él?

– Tal vez apretó el gatillo.

– ¿Filipe?

– Sí.

– ¿Qué lo lleva a afirmar semejante cosa?

– Su nombre se encuentra apuntado en la agenda de las dos víctimas y, en ambos casos, con un triple seis por delante.

– ¿En serio?

– ¿Tengo cara de estar bromeando?

Tomás consideró la revelación.

– Pero eso no quiere decir nada.

– Quiere decir que las dos víctimas conocían a su amigo. Quiere decir que las dos víctimas estaban relacionadas con él a través del número de la Bestia.

– ¿Ya han hablado ustedes con Filipe?

Orlov abrió las manos, como un prestidigitador que acabara de hacer desaparecer una paloma.

– El desapareció. Se esfumó.-Resopló-.¡Puf!

– ¿Y no lo encuentran?

– Es como si nunca hubiese existido. Cuando descubrimos su nombre y el de otro científico en las agendas de las dos víctimas con la señal del Diablo, nos pudo la curiosidad, claro. Para colmo, ésa fue la señal que dejó el asesino junto a los cadáveres. De modo que decidimos ir a interrogarlos de inmediato. -Hizo una breve pausa-. Pero no encontramos ni a uno ni al otro. Se esfumaron al mismo tiempo.

– Realmente extraño.

– Eso no es extraño, querido profesor. -Enarcó las cejas, como si quisiera subrayar su conclusión-. Es sospechoso.

– ¿Y qué otro nombre encontraron en las agendas?

– James Cummings. Se trata de un físico inglés ligado a la tecnología nuclear. Le pedimos a Scotland Yard que lo interrogase, pero la Policía llegó demasiado tarde. Hacía dos días que nadie veía al hombre, ni en su casa ni en el laboratorio en el que trabajaba, en Londres.

– ¿Y Filipe? ¿Qué relación tenía él con todos esos…, todos esos científicos?

– Su amigo también es científico.

Tomás adoptó una expresión de asombro.

– ¿Ah, sí? No lo sabía. ¿Ya qué se dedica?

– Se graduó en Geología y se dedica al área energética. Era consultor de dos empresas portuguesas ligadas con ese sector. -Consultó los nombres en un pequeño bloc de notas-. La…, la Galp y la EDP.

Tomás reflexionó sobre esos datos.

– Ha dicho que Filipe y el inglés desaparecieron, ¿no? ¿Cuándo ocurrió eso?

– En 2002, justo en el momento de los asesinatos.

– ¿Ellos siguen desaparecidos desde entonces?

– Sí.

– ¿Y por qué razón ha esperado hasta ahora para hablar conmigo?

– Porque interceptamos hace días una comunicación entre ellos. Los sistemas de monitorización del proyecto secreto Echelon captaron un e-mail y lo enviaron al FBI, que lo remitió a la Interpol.

Tomás tamborileó sobre la mesa.

– ¿Dónde entro yo en esta historia?

– Espere -dijo Orlov, haciéndole un gesto para indicar que tuviese paciencia-. El profesor Cummings envió originalmente a su amigo el e-mail interceptado. Como se trataba de una comunicación a través de Internet, no tenemos forma de detectar los puntos de origen y de destino. Sólo podemos leer el mensaje.

– ¿Y qué dice ?

– El sentido de una parte es muy claro, pero en la otra parece cifrado. Ahora bien: usted es uno de los mejores del mundo en esta especialidad y por un agradable coincidencia, conoce incluso personalmente a uno de los sospechosos. -Frunció el ceño-. ¿Quién mejor que usted para ayudarnos a esclarecer el caso?

– Hmm -murmuró Tomás, que reflexionó lo que acababa de decirle Orlov-. Por eso la Interpol quiere contratarme.

– Con las condiciones económicas que ya le he mencionado.

Casi inadvertidamente, el historiador fijó la mirada en el bloc de notas del hombre de la Interpol.

– Pero explíqueme: ¿qué dice el mensaje?

Orlov sonrió.

– Ya veo que está ardiendo de curiosidad -observó-. ¿Debo deducir, por su pregunta, que se considera contratado?

– Puede deducirlo, sí. Pero dígame…

El ruso le tendió la mano.

– Entonces, enhorabuena -interrumpió, efusivo-.¡Bienvenido a la Interpol!

Se dieron la mano sobre la mesa, sellando el acuerdo.

– Calma -pidió Tomás-. Que yo sepa, no he entrado en la Interpol. Solamente voy a colaborar con las investigaciones, ¿no?

– Claro, pero eso merece celebrarse, ¿o no? -Orlov cogió la copa de vino casi vacía y la alzó frente a su nuevo colaborador-. Na zdrovie!

– Eso, eso -repuso Tomás, levantando tímidamente su copa-. Pero aún no ha respondido a mi pregunta.

– Recuérdemela.

– ¿Qué dice el mensaje que interceptaron?

– ¿El mensaje entre el profesor Cummings y su amigo?

– Ese mismo.

Orlov consultó el sobre de donde había sacado las fotografías de las víctimas de los asesinatos.

– Mire, aquí tengo una fotocopia. ¿Quiere verla?