Mire el caso del perfume, por ejemplo. Un litro de perfume es infinitamente más caro que un litro de petróleo, ¿o no?
– Creo que sí.
– Hasta el más ordinario de los perfumes es más caro que el petróleo. -Alzó el índice, adornado con un magnífico anillo de diamantes-. Pues yo le aseguro que nuestro modo de vida podría pasar perfectamente sin perfume, pero sería del todo imposible sin petróleo.
– De eso no me cabe duda.
– Todo lo que consumimos, desde un Wiener Schnitzel hasta un zumo de naranja, desde una mísera mesa de madera hasta la consulta de un dentista, desde una sofisticada pantalla de plasma de televisión hasta un billete para ir a la Staatsoper a escuchar a Strauss, todo representa una medida de energía producida y consumida.
– No llego a entenderlo…
Qarim carraspeó.
– Oiga, ¿qué sabe usted de la historia de la humanidad?
– Algo sé -se rio Tomás-. Al fin y al cabo, soy historiador.
El árabe lo miró con los ojos desorbitados.
– ¿Usted es historiador? Pensé que era policía.
– No, soy historiador. Este trabajo para la Interpol, realmente, es sólo una…, una colaboración puntual. Digamos que la investigación parece tener conexiones con enigmas antiguos y fue eso lo que llevó a la Policía a pedirme ayuda.
– Hmm…, entiendo. Entonces, si es historiador, supongo que está al tanto de la relación entre el progreso y el consumo de energía.
Tomás vaciló.
– Es decir, sí y no. ¿A qué se está refiriendo, concretamente?
– Me estoy refiriendo a la organización social en función de las necesidades energéticas.
– Bien… Confieso que ésa no es mi especialidad.
– Es muy fácil de explicar -dijo Qarim con entusiasmo; ésta era, claramente, una materia que conocía a fondo-. Dígame una cosa: ¿por qué cree que los hombres primitivos preferían cazar animales grandes?
– Vaya, eso es fácil. Los cuerpos de esos animales, al ser grandes, tenían más alimento.
– Claro. O, dicho de otro modo, porque las calorías necesarias para cazar se compensaban más fácilmente con un trozo grande que con uno pequeñito de carne. Si matar una vaca exige tanta energía como matar un conejo, es mejor matar a la vaca, ¿no? Esto quiere decir que la valoración beneficio-costo energético ya estaba en la mente de los hombres más primitivos de una forma instintiva. Por esta razón, además, se pasó de una economía de caza a una economía agrícola. Nuestros antepasados se dieron cuenta de que la agricultura ofrecía ventajas en esa relación entre consumo y adquisición de energía.
– Planteado así, me resulta evidente.
– Ahora bien: ¿qué ocurrió cuando comenzó la agricultura? La vida se hizo más fácil y prosperaron las comunidades. La prosperidad trajo más población y nacieron las ciudades. El problema es que cada persona consumía media tonelada de leña al año, de media. Como había mucha más gente que antes, eso implicó la destrucción de superficies cada vez más grandes de bosques con el fin de satisfacer las necesidades de una población creciente. Como los bosques iban retrocediendo, año tras año, se hizo necesario ir cada vez más lejos a buscar cada vez más leña para cada vez más personas. -Arqueó las cejas-. Repara en el problema que eso produjo, ¿no?
– El abastecimiento dejó de satisfacer el consumo.
– Exacto. Para dar respuesta a ese problema, nació la primera economía energética. Las personas no podían recorrer, antiguamente, distancias cada vez mayores para ir a buscar cantidades crecientes de combustible, y decidieron organizar equipos a los que se les atribuyó esa tarea. Pero las nuevas invenciones hicieron disparar aún más las necesidades energéticas. El hierro, por ejemplo. Hacía falta una tonelada de leña para obtener unos míseros kilos de hierro. Como la industria del hierro se expandió, se volvieron enormes las necesidades de leña para fabricarlo. Pero, como había cada vez más gente y menos bosque, en un momento dado esa economía basada en la leña empezó a entrar en quiebra. -Observó a Tomás-. ¿Sabe cuál fue la solución?
– No.
– El carbón. El carbón era muy abundante y fácil de transportar. Además, un kilo de carbón contiene cinco veces más energía que un kilo de leña. Sin el carbón, la Revolución industrial no habría sido posible. La leña no era suficiente para obtener las cantidades de hierro que requería la industrialización. Sólo el carbón lo permitiría. Y lo permitió. Gracias al carbón aparecieron las fábricas, las máquinas, las vías férreas, los ingenios a vapor, los grandes barcos. Esta nueva fuente de energía no trajo sólo más calor y más transportes. Trajo más comida, más ropa, más máquinas, más papel, más de todo. Entramos en un ciclo devorador. Cuanto más se produce, más energía es necesaria. Y cuanta más energía tenemos, más cosas podemos producir. -Le guiñó el ojo-. ¿Entiende por qué razón le digo que cualquier producto es una medida de energía? -Señaló los castaños que otorgaban colorido a las calles de alrededor-. Si sólo tuviésemos leña como combustible, la vida tal como la conocemos no sería posible. -Golpeó el volante-. Hace falta energía para producir toda la riqueza que nos rodea, desde este automóvil hasta cualquier otro bien de consumo.
– Y es entonces cuando aparece el petróleo.
– Precisamente. El carbón ofrecía grandes ventajas sobre la leña y por él se hizo viable la Revolución industrial, pero tenía algunos graves inconvenientes. Para empezar, era muy contaminante. El aire en las ciudades se volvió negro e irrespirable. Además, la energía que producía no era suficiente para los nuevos procesos industriales que aparecieron entre tanto. Fue entonces cuando, una mañana de 1901, una perforación en un pequeño monte llamado Spindletop, en Texas, provocó una erupción de gas y de un líquido negro. El petróleo. Spindletop fue el primero…
– Disculpe -interrumpió Tomás-. Eso no es verdad.
Qarim lo miró con los ojos desorbitados.
– ¿Qué?
– Eso de que el petróleo no apareció hasta 1901. He leído textos árabes antiguos que mencionan la existencia de petróleo.
El árabe se rio.
– Claro que el petróleo ya era conocido. -Miró hacia arriba-. Allah u akbarl Dios es grande e infinita es su sabiduría. Dios crea todas las maravillas y el petróleo es una de sus creaciones. No fue por casualidad que Él lo depositó en Oriente Medio. Dios nos entregó el petróleo para que lo usemos contra los infieles. Mis antepasados, por ejemplo, ya lo utilizaban en la guerra contra los cruzados, aprovechando su facilidad de combustión.
– Entonces me está dando la razón.
– Me temo que no me he explicado bien. Hace mucho tiempo que se sabía que el petróleo existía, es cierto. El problema es que se pensaba que era raro. Ya se tenía conciencia de que el petróleo era más potente, más seguro y más limpio que el carbón, pero se pensaba que no existía en grandes cantidades. En Rusia se producía un máximo de cinco mil barriles por día, y eso ya era algo extraordinario. Pero Spindletop empezó a producir la misma cantidad en una sola hora. ¿Se da cuenta? Spindletop probó que el petróleo era abundante.
– Ah, ya veo.
– Spindletop marcó el inicio de la edad del petróleo. Toda la economía se transformó. Algunos procesos industriales que no eran viables con el carbón se volvieron posibles con el petróleo. Aparecieron los automóviles, que permitieron que las personas viviesen lejos del sitio donde trabajaban. No hace falta que le explique el impacto urbanístico y social que ese fenómeno trajo aparejado, ¿no?
Tomás se rio.
– No es necesario ser un científico para darse cuenta de ello.
– Y yo le pregunto: ¿dónde está concentrada esa riqueza?