– ¿Cien años? -se alarmó Tomás-. Nosotros no tenemos cien años de petróleo por delante.
– ¿Quién le ha dicho eso?
El historiador se quedó desconcertado.
– Bien…, pues…, usted.
– Yo he dicho que el pico del petróleo no OPEP es inminente.
– ¿Y el de la OPEP?
– Oh, ése parece ser abundante, gracias a Dios.¡Loado sea el Señor, el misericordioso! Si nuestras estimaciones son correctas, Oriente Medio y, en particular, Arabia Saudí, están nadando en petróleo. Nuestro pico sólo está previsto para dentro de unos cincuenta a cien años.
– ¿Y esas estimaciones son realmente correctas?
Qarim volvió los ojos hacia arriba, como quien entrega su destino a la Divina Providencia.
– Inch'Allah!
Capítulo 8
Al atravesar el enorme salón, Tomás no se sorprendió en absoluto al encontrarse con Alexander Orlov rodeado de platos llenos de comida. En cuanto regresó de Viena, el historiador entró en contacto con el voluminoso agente de la Interpol y, previsiblemente, éste lo invitó a almorzar en un restaurante de Lisboa.
El local elegido fue una casa brasileña en el Campo Pequeno, una de esas churrasquerías especializadas en cebar clientes hasta dejarlos con los sentidos embrutecidos.
El ruso se levantó pesadamente para saludar al recién llegado. Lo primero que Tomás notó fue que Orlov estaba sudando mucho, señal de que ya llevaba un tiempo comiendo.
– Disculpe por comenzar antes de que usted llegase -gruñó el ruso limpiándose el sudor de la frente y acariciándose la enorme barriga-. Tenía tanta hambre que hasta me dolía el estómago, no se imagina cuánto.
– Ha hecho muy bien, no se preocupe.
El plato de Orlov estaba abarrotado de carne, los filetes sanguinolentos de carnes como la picanha, la maminha y elcupim amontonados junto al arroz y los frijoles negros, condimentados confarofa y una botella de vino tinto del Alentejo ya medio vacía, al lado del vaso lleno. Tomás pidió una caipiriña y se sirvió arroz y frijoles, pero dejó claro que no quería seguir el rito delrodízio [2], sólo dos filetes de picanha.
– ¿Qué tal Viena? -jadeó Orlov, masticando un gran trozo de carne-, ¿Muchos valses?
Tomás meneó la cabeza.
– La música ha sido otra.
– Me imagino. ¿Qué sonata le cantó el tipo de la OPEP?
– Me dijo que Filipe estaba investigando la producción y las reservas de petróleo; se había mostrado particularmente interesado por lo que ocurre en los países de la OPEP.
El ruso frunció los labios impregnados de grasa.
– Tiene sentido -asintió-. Si era consultor de la Galp, es natural que necesitara informarse sobre esos asuntos, ¿no cree?
Tomás esbozó una mueca.
– No sé si tiene exactamente ese sentido.
– ¿Entonces?
– ¿Por qué razón iría Filipe a Viena a hacer preguntas cuya respuesta podría obtener por teléfono o por correo electrónico? ¿Cuál era la necesidad de volar hasta Viena?
Orlov comió un trozo más de picanha.
– Tal vez le apetecía probar unas delicias de la gastronomía austriaca, quién sabe.
– O tal vez en esta historia hay algo más de lo que se dice.
– Claro -exclamó el hombre de la Interpol, y bebió un trago de vino para ayudarse a masticar-. No se olvide de que, después de Viena, su amigo desapareció y, acto seguido, alguien se cargó a los otros dos tipos. ¿El árabe no le dio ninguna pista útil?
– Ni por asomo. Me dijo que el petróleo no OPEP está a punto de cruzar el pico, pero que la OPEP cree que sus pozos siguen llenos.
El ruso paró de masticar por un momento.
– No veo cuál es la relevancia de esa información para nuestro problema.
– Ni yo.
– Entonces, ¿en qué quedamos?
Tomás suspiró.
– Estoy intentando avanzar por otra vía.
– ¿Cuál?
– A través de un mensaje que dejé la semana pasada en un sitio especial que creó el grupo de mi promoción en el instituto de Castelo Branco y que es probable que Filipe consulte. El siempre tuvo un gran espíritu de grupo y seguro que conoce este lugar en Internet.
– ¿Ah, sí? ¿Y lo envió la semana pasada?
– Sí.
– ¿Y ?
Tomás meneó la cabeza.
– Por el momento, nada.
El camarero apareció con la picanha y la caipiriña para Tomás, mientras que otro servía en el plato del ruso más filetes de carne, que había anunciado como solomillo de búfalo. Cuando los dos se fueron, Orlov miró a su interlocutor.
– Si usted no ha descubierto nada, ¿por qué razón me ha llamado para hablar conmigo?
– ¿Quién le ha dicho que no he descubierto nada?
– Bien… Acaba de decírmelo usted…
Tomás se inclinó y cogió su cartera.
– No he descubierto nada sobre Filipe, es verdad, pero tengo novedades relativas a los enigmáticos mensajes que se vinculan con todo este caso.
Orlov frunció el entrecejo, sorprendido.
– ¿Qué mensajes? ¿Se está refiriendo a la señal del Diablo?
– Sí, el triple seis.
– ¿Ha descifrado la señal?
– Creo que sí.
– Vaya, hombre. ¡Muéstreme eso!
El historiador sacó de la cartera el grueso volumen de la Biblia y hojeó las últimas páginas, en busca del texto final del Nuevo Testamento. Lo localizó y se lo indicó al ruso.
– Éste es el Libro de la Revelación, el más enigmático de todos los textos bíblicos, el documento de las profecías. Fue escrito en el año 95 en una pequeña isla del mar Egeo por un hombre llamado Juan. La tradición dice que fue el apóstol Juan, el mismo Juan que escribió el cuarto Evangelio, pero no hay certidumbres al respecto. Existen importantes diferencias de estilo, pero al mismo tiempo se encuentran algunas semejanzas.
– Creía que ese texto se llamaba Apocalipsis.
– Y así es.
Orlov se mostró confundido.
– Pero usted ha dicho que era el Libro de la Revelación.
– «Apocalipsis» es la palabra griega que significa «revelación», ¿me entiende? Decir que el libro final del Nuevo Testamento se llama «Apocalipsis» o «Revelación» es lo mismo.
– Ah, de acuerdo. No lo sabía.
Tomás volvió a mostrar el texto.
– Es un libro aterrador. -Los ojos se detuvieron sobre el primer párrafo-. Comienza con estas palabras: «Apocalipsis de Jesucristo, que para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan». -Levantó la cabeza y repitió-: «Que han de suceder pronto…».
– Hmm… Tenebroso.
Golpeó con el dedo las páginas abiertas.
– Puede estar seguro de que, a lo largo de los siglos, mucha gente quedó presa del pánico por lo que aparece escrito aquí. Y no es para menos. -Hojeó las páginas-. Se trata de un libro de profecías que habla sobre el fin de los días y es el responsable de varias expresiones llamadas apocalípticas, como el día del Juicio Final, la batalla de Armagedón y los cuatro caballeros del Apocalipsis, pero la más famosa expresión que introdujo este texto bíblico fue la propia palabra «apocalipsis», la cual, en su sentido común, dejó de significar «revelación» para hacerse equivalente a decir «fin del mundo».
– Y es ahí donde está también el número de la Bestia.
– Sí, es aquí. -Se puso a buscar el fragmento-. Fíjese en que en el Apocalipsis los números tienen mucha importancia. El texto está lleno de guarismos simbólicos. Da la impresión de que esconde mensajes tras mensajes, como un inmenso holograma.