– Los países en vías de desarrollo se niegan a detener la emisión de dióxido de carbono, dado que necesitan de los combustibles fósiles para desarrollar sus economías. El caso más preocupante es el de China, donde el automóvil está sustituyendo a la bicicleta como principal medio de transporte. -Hizo una pausa, como subrayando lo que iba a decir-. Tomik, en China hay mucha gente. -Desorbitó los ojos-. ¿Te imaginas a toda esa población yendo en coche?
Tomás consideró la idea.
– Pues sí, es un gran problema, sí.
– Y lo que está en cuestión no son sólo los automóviles. Lo peor es que los chinos han decidido basar su infraestructura en el carbón, que emite mucho más dióxido de carbono que el petróleo. Se han propuesto construir más de trescientas nuevas centrales de carbón hasta 2020. Es una catástrofe. Según nuestros cálculos, ese año China será la mayor estufa de todo el planeta.
– ¡Entonces esto no va a parar!
– Pues parece que no.
La rusa cogió un bolígrafo y escribió tres letras en el mantel de papel que cubría la mesa.
– ¿Sabes qué es esto?
– No.
– Son las iniciales de «partes por millón» o ppm. Es una forma de medir el dióxido de carbono en la atmósfera. Establece la relación entre el número de moléculas de gas con efecto invernadero y el número total de moléculas de aire seco. Por ejemplo, 200 ppm significa que hay doscientas moléculas de gas con efecto invernadero en cada millón de moléculas de aire seco.
– Muy bien. ¿Y?
– Nuestro planeta tuvo, en sus orígenes, una atmósfera repleta de dióxido de carbono, como Venus, lo que imposibilitaba la aparición de vida animal en la Tierra. Ocurre que el mar y las plantas son absorbentes naturales del dióxido de carbono, por lo que ambos empezaron a actuar y, a lo largo de millones de años, hicieron disminuir el dióxido de carbono en la atmósfera. Los estudios paleoclimáticos muestran que el dióxido de carbono es responsable de la mitad de las alteraciones térmicas del pasado. Cuando había mucho dióxido de carbono en la atmósfera, la temperatura tendía a subir. Cuando disminuía, la temperatura tendía a bajar. Ya hace quinientos años que el dióxido de carbono alcanzó el mínimo de 270 ppm. Pero la expansión de la presencia humana, con la consecuente destrucción de los bosques y la quema de leña, a la que se añadió después la quema de carbón y de petróleo para la obtención de energía, hizo aumentar el dióxido de carbono hasta los 380 ppm actuales.
– ¿Eso es mucho?
– Es sólo el valor más alto de los últimos seiscientos cincuenta mil años.
– Caramba. ¿Y tú dices que continúa creciendo?
– ¡Continúa, y mucho! Si solidificásemos todo el dióxido de carbono que lanzamos actualmente a la atmósfera, crearíamos una montaña de dos kilómetros de altura. Una montaña por año, Tomik. -Suspiró-. Pero lo peor ocurrirá cuando un día superemos el valor crítico.
– ¿Qué valor crítico?
– Los 550 ppm. -Abrió los brazos, como si abarcase un gran objeto-. Imagina que estás en la cumbre de una montaña y comienzas a empujar una gran piedra, primero con poca fuerza, pero aumentándola gradualmente. Al principio la piedra no se mueve, ¿no? Pero, cuando la fuerza con que se empuja supera un valor crítico, la piedra empieza a moverse. Primero despacio, hasta que adquiere una dinámica propia y ya no necesita que se la empuje para rodar cuesta abajo, provocar un alud y destruir una aldea al fondo del valle. -Amusgó los ojos-. Fíjate, fue al superar un valor crítico de fuerza cuando logré hacer que la piedra se moviera. Después la catástrofe se produjo ya sin mi ayuda. -Golpeó con el dedo en la mesa-. De esto estoy hablando. A medida que lanzamos carbono a la atmósfera estamos empujando el clima a que supere un valor crítico. La mayoría de los científicos considera que el valor crítico son los 550 ppm de carbono. Cuando superamos ese valor crítico, nos asamos.
– Tenemos actualmente 380 ppm, ¿no? -confirmó Tomás-. Eso significa que aún estamos lejos de los 550 ppm. -Se encogió de hombros-. Aún tenemos tiempo más que suficiente para parar antes de alcanzar ese valor.
– Me temo que no va a ser tan sencillo.
– ¿Entonces?
– En primer lugar, nadie sabe a ciencia cierta cuál es el valor crítico. Hay quien piensa que ya lo hemos superado y que la catástrofe es ahora inevitable. Un estudio publicado en Estados Unidos en 2009, sostiene que seguirá habiendo cambios térmicos aun mil años después de haberse interrumpido del todo las emisiones de dióxido de carbono. Y hay quien considera que el umbral crítico está en los 400 o en los 450 ppm, aunque el consenso científico apunte, en realidad, a los 550 ppm. Pero, aunque el valor crítico sea éste, tenemos que acordarnos de que el efecto es acumulativo. Si, gracias a algún milagro, lográsemos parar ya hoy con la emisión de dióxido de carbono, aun así su concentración atmosférica se mantendría durante un milenio, dado que ése es el tiempo que tardan el mar y las plantas en reabsorber esa cantidad del compuesto.
El rostro de Tomás se contrajo en una estudiada expresión de asombro.
– ¿Cuánto?
– Un milenio.
– Joder.
– Fíjate en que, como el efecto es acumulativo, estamos sintiendo ahora la concentración generada en los últimos cincuenta años. La actual concentración se sentirá en los próximos años. Si parásemos hoy con la emisión de dióxido de carbono, aun así la concentración mantendría una media de un ppm y medio por año, hasta alcanzar los 450 ppm en 2100. -Levantó el índice en señal de advertencia-. Eso si parásemos hoy.
– Ya veo.
– Lo peor es que ya no logramos parar. China se está industrializando y la India también, y esos dos países necesitan combustibles fósiles para su desarrollo. Por otro lado, los grandes productores mundiales de dióxido de carbono, los Estados Unidos y Europa, se han habituado a las comodidades que proporciona la actual economía energética y no prescinden de ella, dado que tienen que asegurar la continuación de su crecimiento económico. Y está también nuestra Santa Rusia, el segundo mayor productor del mundo de dióxido de carbono, con sus graves problemas de contaminación y con su tecnología obsoleta, que seguirá emitiendo este compuesto como quien produce panecillos. ¿Sabes en qué resulta la suma de todo esto?
– En más calor.
– En mucho más calor -confirmó ella acentuando el «mucho»-. Los estudios paleoclimáticos muestran que en el Plioceno, cuando los niveles de dióxido de carbono llegaban a los actuales 380 ppm, la temperatura del planeta era casi unos tres grados más calurosa. Pero, como la tendencia mundial es de aceleración en las emisiones de dióxido de carbono, tenemos que prepararnos para algo mucho más grave. Al ritmo actual, la concentración atmosférica de este compuesto alcanzará los 1.100 ppm en 2100.
– ¡Dios mío!
– Los modelos climáticos consideran imperativo que estabilicemos la situación en los 450 ppm. Eso acarrearía un calentamiento moderado, con alguna línea de la costa sumergida en el mar, un aumento de la desertificación, una intensificación de la violencia de las tormentas y más incendios forestales, pero nada demasiado serio. Podríamos sobrevivir. El problema es que los 450 ppm ya no son posibles, dado que sólo nuestras actuales emisiones van a elevar acumulativamente la concentración de dióxido de carbono hasta ese valor en 2100. Pero como a las actuales emisiones tenemos que añadir además las futuras, yo diría que la situación ya está descontrolada.
Tomás se mordió el labio, angustiado.
– Y de qué manera -asintió sombríamente-. Estamos cercados.
– ¿Entiendes ahora cuál es la relación entre el negocio del petróleo y el calentamiento del planeta?