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– El segundo problema estaba aquí, en Rusia. El calentamiento global es una catástrofe para muchos países, pero no para éste. -Señaló en dirección a las montañas y a la taiga, al otro lado del lago-. Aquí en Siberia, por ejemplo, los inviernos más moderados y cortos sólo tienen ventajas agrícolas. Además, si la tundra se derrite, será más fácil y barato explotar el petróleo ruso del Ártico. El hielo queda más fino y las perforaciones se vuelven más sencillas. El petróleo corresponde a un tercio de las exportaciones de Rusia, por lo que este país, que es el tercero entre los mayores emisores mundiales de dióxido de carbono, no tiene ningún interés en poner fin al calentamiento del planeta. Por el contrario, sólo tiene que ganar con ello.

– Bien, una posición como ésa mina cualquier esfuerzo por controlar las cosas.

– Sin duda -coincidió Filipe-. Pero aún había un tercer problema. Kioto impuso muchas obligaciones al mundo industrializado, que es el que emite la mayor parte del dióxido de carbono que está causando el calentamiento global, pero ignoró a los países en vías de desarrollo.

– Eso me parece lógico, ¿no? -intervino Tomás-. Si el mundo industrializado es el que está causando el problema, es el mundo industrializado el que tiene que resolverlo.

Su amigo hizo una mueca.

– No es del todo así -corrigió-. Los países en vías de desarrollo amenazan con convertirse en grandes emisores de dióxido de carbono.

Tomás se rio.

– ¿Estás insinuando que países como Mozambique son una amenaza para la estabilidad climática del planeta?

– Mozambique, no. Pero China y la India, sí. -Se inclinó en la silla-. A ver si entiendes una cosa: todo acto económico es un acto de consumo energético. -Señaló el vaso con el líquido anaranjado en las manos de Tomás-. Por ejemplo, ese kvas. El kvas es una bebida dulce y poco alcohólica hecha con cebada y centeno. Eso significa que han hecho falta tractores para cultivar y recoger la cebada y el centeno. Pero los tractores se mueven a gasóleo. Después ha habido que destilar la bebida. Para hacerlo se ha usado energía eléctrica, gran parte de la cual se produce recurriendo a combustibles fósiles. A continuación ha sido necesario fabricar la botella, y eso ha exigido calor generado en los hornos por los combustibles fósiles. Finalmente, se ha transportado la botella de kvas hasta el supermercado y de ahí hasta este campamento yurt, y ello sólo ha sido posible consumiendo más combustible. -Golpeó con el índice el vaso de Tomás-. Si hace falta energía para producir esa parte insignificante de kvas que tienes en la mano, imagina la energía que es necesaria para generar cada uno de los trillones de bienes que toda la humanidad produce diariamente: hamburguesas, patatas, frutas, juguetes, ropa, automóviles y…¡yo qué sé!

– Lo que quieres decir es que cada bien que consumimos resulta de una cadena de operaciones que consumen energía.

– Así es. O, en otras palabras, la actividad económica y la energía son dos caras de la misma moneda.

– El yin y el yang.

– Una no existe sin la otra. -Volvió a recostarse en la silla, ya puesto el énfasis en su idea-. Esto significa que el crecimiento económico requiere energía y esta energía genera crecimiento económico, un proceso que nadie desea ver interrumpido. Repara en este ciclo: la riqueza despierta el deseo de hacer compras, las compras generan demanda, la demanda requiere más fábricas y más materia prima, las fábricas y la materia prima producen más bienes, la producción de bienes genera crecimiento económico, el crecimiento económico despierta el deseo de hacer compras, las compras generan demanda…, y así sucesivamente. -Al volver al punto de partida, sonrió-. Actividad económica y energía son dos caras de la misma moneda.

– Lo he entendido. Pero ¿qué tiene que ver eso con China y con la India?

– La fuerte relación entre la energía y el crecimiento económico es algo que apenas entienden los ciudadanos europeos o estadounidenses. Estamos de tal modo habituados a la abundancia que no vemos que los dos cosas son en realidad la misma. Aceptamos todo como quien acepta el aire que respira, es como si fuese un derecho adquirido. Pero quien vive en los países más pobres tiene perfecta conciencia de la importancia de la energía para conseguir que la vida vaya hacia delante. Les falta todo y sobre todo les falta energía, razón por la cual le dan mucho valor. Ellos saben que necesitan de la electricidad para iluminar el aula o para hacer funcionar una bomba de agua potable, y saben que necesitan del gasóleo para hacer que se mueva el tractor que requiere la cosecha que les saciará el hambre, o ir en camioneta hasta el pueblo y vender sus productos en el mercado. Los países más pobres tienen perfecta noción de la importancia de la energía para generar el crecimiento económico.

– ¿Y entonces?

Filipe deslizó la mano por los rizos de su pelo claro.

– Ocurre que China y la India están decididas a romper las barreras del desarrollo. -Señaló hacia atrás, en dirección al sur-. Veamos el caso de nuestros vecinos chinos. Durante décadas, la China de Mao Tse Tung cultivó un enorme desprecio por la industria automovilística, que consideraba un símbolo de la burguesía decadente. Todo el mundo andaba a pie o en bicicleta, y la pobreza era generalizada. Pero cuando Mao desapareció, las cosas cambiaron. El nuevo liderazgo chino entendía que tenía que generar crecimiento económico y el país empezó a valorar lo que antes despreciaba. Los chinos produjeron y vendieron automóviles por primera vez en 2002, entrando en tal frenesí consumista que la General Motors previo que una quinta parte de su producción estaría cubierta por el mercado chino. Todos los años hay más automóviles en China, hasta el punto de que el país tiene ahora siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo. Millones y millones de chinos consideran que tener un automóvil es un símbolo de estatus social. -Inclinó la cabeza-. ¿Llegas a imaginar el impacto que ello tiene en la economía energética mundial?

– Bien, significa que hay un jugador más en este mercado, ¿no?

– Casanova, no estoy hablando de un país cualquiera. Estoy hablando de un país con mucha gente. Más de mil millones de personas. -Subrayó la cantidad, sílaba a sílaba, y sus ojos se desorbitaron-. Son más de mil millones de personas que quieren andar en coche, son más de mil millones de personas que quieren consumir combustible, son más de mil millones de personas que emiten enormes cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera.

Tomás se rascó la cabeza.

– Nadia ya me había hablado de eso-dijo-. Es un problema, ¿no?

– ¡Un problemón! China ya ha superado a los países industrializados en la demanda de electricidad y de combustibles industriales y el país es, en este momento, el segundo mayor consumidor de energía del mundo, y se está preparando para superar en breve al primero, los Estados Unidos. Los chinos están devorando los recursos energéticos con una ansiedad increíble. Para alimentar esa hambre insaciable, han entrado con fuerza en el mercado de consumo del petróleo, desequilibrando la oferta y la demanda, y están invirtiendo fuertemente en el carbón, el combustible fósil que más gases emite e intensifica el efecto invernadero. Dentro de un tiempo, China será responsable de dos quintas partes de todo el carbón quemado en el planeta y una séptima parte de toda la electricidad producida, gran parte de ella generada por la quema de carbón o de petróleo. En resumidas cuentas, China emitirá en breve una quinta parte de todo el dióxido de carbono lanzado a la atmósfera.

– Caramba.

– Ahora añade a China todos los países que se quieren desarrollar. Añade la India, Rusia y América Latina. Todos aspirando a tener automóviles, frigoríficos, aire acondicionado, televisores…,¡todo! Imagina el impacto que esto tiene en la producción de calor y en el consumo de los recursos energéticos existentes.