– Sí, esto va a ser complicado.
– ¿Complicado? -Filipe casi se escandalizó con la elección de la palabra-. Caminamos alegremente hacia la catástrofe, aceleramos por la autopista del suicidio y ni siquiera nos damos cuenta de ello. El consumo de energía y la emisión de dióxido de carbono no se están reduciendo, sino acelerándose. Y acelerándose exponencialmente. Toda la economía energética, de la producción al consumo, se está poniendo patas arriba, con el equilibrio de la oferta y de la demanda al borde de la ruptura. Además, el clima se muestra totalmente alterado. El calentamiento de los últimos cincuenta años se ha duplicado en intensidad en relación con los últimos cien años, y el nivel del mar ha subido diecisiete centímetros en el sigloXX. Llueve más en el este del continente americano y en el norte de Europa, y llueve menos en el sur de Europa, en África y en Asia. Desde la década de los setenta ha aumentado la actividad de los ciclones en el Atlántico Norte, y en 2005 se ha producido el primer huracán en la costa occidental de Europa, el Vince, que entró en el norte de Portugal ya como tormenta propia de los trópicos. Desde que hay registros meteorológicos, nunca se había visto un huracán en esos parajes. Y lo mismo ocurre en el Atlántico Sur. Un huracán llamado Catarina cruzó la costa brasileña en 2004, un fenómeno tan inédito que a los meteorólogos brasileños les llevó algún tiempo creer en lo que les mostraban las fotografías del satélite. -Hizo una breve pausa-. El panel intergubernamental de científicos creado por la ONU estableció en 2007 que las temperaturas del planeta subirán en este siglo entre uno y seis grados, y que, en general, los fenómenos meteorológicos se volverán más extremos: lluvias más fuertes, sequías más graves, vientos más violentos, tormentas más brutales. -Meneó la cabeza-. Y lo peor es que el clima podrá estar a punto de cruzar un valor crítico, ¿entiendes? Un valor más allá del cual se desencadenan fenómenos que volverán inhabitables importantes partes del planeta.
– ¿Qué valor crítico? ¿Estás hablando de los 550 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera?
– También estoy hablando de eso, pero estoy hablando sobre todo de lo que ocurrirá cuando se supere determinada temperatura.
– Bien, supongo que todo se volverá gradualmente más caluroso, ¿no?
– No, no es así. La naturaleza está concebida de tal forma para que, en ciertos puntos críticos, se produzcan alteraciones abruptas. Y son los valores térmicos los que determinan muchas veces esas alteraciones. Por ejemplo, el agua se mantiene líquida a medida que la temperatura baja, pero, cuando se llega al grado cero, se vuelve de repente sólida. ¿Lo ves? El grado cero es un valor crítico, a partir del cual todo cambia.
– Sí, lo entiendo. Pero ¿adónde quieres llegar?
– Lo que estoy intentando explicarte es que lo mismo ocurre con el clima. A partir de cierta temperatura, las cosas cambian radicalmente y el planeta puede volverse inhabitable para gran parte de la vida actualmente existente, incluida la humana.
Tomás adoptó una expresión escéptica.
– Espera -dijo-. Una cosa es que sepamos que el agua se vuelve repentinamente sólida con grado cero; otra es decir que las alteraciones del clima serán tan bruscas que la propia supervivencia de la humanidad está amenazada. ¿No crees que estás exagerando un poco?
La primera respuesta fue un suspiro paciente. Filipe se levantó de la silla y se desperezó.
– Ven, Casanova -dijo comenzando a caminar por la arena de la playa-. Voy a mostrarte una cosa.
Capítulo 18
Las aguas del Baikal iban a abrazar la arena con olas suaves; el lago era manso y en la superficie oscura se veían puntitos brillantes, como diamantes que reflejasen el centelleo del sol en el crepúsculo. Filipe se quitó los zapatos y recorrió la orilla, chapoteando en el agua.
– Ven aquí -invitó-. Disfruta del agua.
Tomás también se quitó los zapatos y pisó el líquido burbujeante, pero se detuvo de inmediato.
– Está fría. -Se quejó, dando rápidos saltitos de vuelta a la arena.
Su amigo se rio.
– No huyas, pedazo de maricón. Ven aquí al agua.
– ¿Estás loco?
Filipe se agachó y sumergió la mano en el lago.
– Crees que está fría, ¿eh?
– Helada.
El geólogo se enderezó y sacudió la mano mojada, salpicándose los pantalones y el jersey.
– Y, no obstante, esta agua fría es esencial para mantener a nuestro planeta vivo.
– Ya estás exagerando -exclamó Tomás-. Todo el mundo sabe que la vida prefiere el agua caliente.
Filipe comenzó a caminar por la orilla del lago, siempre chapoteando con los pies en el agua, mientras Tomás mantenía una distancia prudente a su lado, acompañándolo por la arena.
– Déjame que te explique una cosa, Casanova -dijo Filipe, con los ojos fijos en las olitas que se deshacían a sus pies-. Aunque no nos demos cuenta de ello, la Tierra es un ser vivo. De la misma manera que el ser humano es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, las células, la Tierra es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, la fauna y la flora. Por ejemplo, si la temperatura cambia mucho en la Luna o en Venus, eso es indiferente para esos astros, dado que ambos están muertos, no son más que piedra y polvo. Tanto les da que haga mucho frío como mucho calor, los astros muertos son como esculturas de mármol. Pero las alteraciones térmicas no son indiferentes para la Tierra, que se encuentra viva y que, por ello, está constantemente regulando su temperatura y composición. ¿Sigues mi razonamiento?
– Hmm… Más o menos.
– Una de las cosas que la ciencia ya ha reconocido es que la Tierra, como cualquier ser vivo que la habita, tiene la capacidad de autorregularse. -Alzó el dedo para hacer una salvedad-. Pero, también como cualquier ser vivo, eso sólo ocurre dentro de determinados parámetros de temperatura. -Dio un puntapié en una ola, provocando un burbujeo aparatoso-. En el caso del agua, se ha descubierto que la temperatura crítica son los diez grados. Cuando la temperatura sube por encima de los diez grados, el agua tiende a quedarse libre de nutrientes, lo que perjudica la vida. De ahí que las aguas tropicales sean tan transparentes y límpidas: no tienen nutrientes, a excepción de una limitada cantidad de algas. Esas aguas son al mar como los desiertos son a la tierra. Por el contrario, los bosques del mar son las aguas del Ártico y del Antàrtico, dado que esos océanos polares tienen temperaturas inferiores a los diez grados y, por ello, pueden encontrarse nutrientes por todas partes.
– Disculpa, pero eso no es del todo así -argumentó Tomás-. Que yo sepa, existe mucha vida marina en las aguas tropicales.
– Sólo en profundidad, Casanova. -Señaló hacia abajo-. Sólo en el fondo, donde la temperatura es inferior a los diez grados, la vida marina encuentra nutrientes.
– Hmm.
– Eso significa que la mayor parte de los océanos son desiertos.
– ¿Estás hablando en serio?
– Muy en serio -insistió Filipe-. Las aguas por encima de los diez grados en la capa superior cubren el ochenta por ciento de la superficie de agua en el mundo. Quiere decir que el ochenta por ciento de la superficie del mar es un desierto.
Tomás torció la boca.
– No tenía la menor idea.
– Las implicaciones de este descubrimiento son graves. Si la temperatura global sube, el porcentaje de agua caliente aumentará, lo que tendrá como consecuencia el ensanchamiento del desierto marítimo.
– Entiendo.
Filipe se movió en su lugar.
– Ahora presta atención, Casanova, porque esto es importante. -Hizo un gesto que abarcó el horizonte verde en Oljon y la taiga en la otra margen del lago-. Este fenómeno de desertificación en el mar también se produce en la tierra. Se ha descubierto que las temperaturas críticas en el exterior no son los diez grados, como en el mar, sino los veinte. Cuando la temperatura desciende por debajo de los veinte grados, como ocurre en invierno, el agua de la lluvia se mantiene mucho tiempo en la tierra y el suelo se conserva húmedo, lo que facilita el crecimiento de la vida. Pero cuando, en verano, las temperaturas medias rondan los veinte grados, el agua de la lluvia tiende a evaporarse rápidamente y los suelos se secan. La Tierra, en cuanto ser vivo que se autorregula, ha respondido a este problema haciendo que la estación de las lluvias se dé justamente en verano. La lluvia más frecuente compensa la evaporación, ¿me entiendes? Pero, cuando la temperatura media sube por encima de los veinticinco grados, la evaporación se vuelve demasiado rápida y, a no ser que la lluvia sea casi continua, la tierra se transforma en desierto.