– ¿Y los bosques ecuatoriales? Que yo sepa, están por encima de los veinticinco grados.
– Los bosques ecuatoriales, como el Amazonas o el gran bosque del Congo, constituyen justamente una nueva respuesta de autorregulación de este formidable ser vivo que es la Tierra. Como la evaporación por las altas temperaturas es muy rápida, la Tierra ha creado allí un ecosistema que permite mantener las lluvias sobre el bosque, con lo que obtiene lluvia casi continua, ¿entiendes?
– Ah, entonces el bosque atrae las nubes.
– Eso es. Pero este sistema también sólo es viable dentro de determinados límites térmicos.
– ¿Por qué?
– Debido a las propiedades del agua, Casanova. Una subida de cuatro grados de la temperatura media acelera aún más la evaporación y destruye este equilibrio, y transforma el bosque ecuatorial en un desierto.
– ¿Cómo sabes eso?
– Basta mirar los desiertos, como el Sáhara, por ejemplo. La temperatura allí es tan elevada que toda el agua se evapora demasiado deprisa y los suelos se secan. Pues ¿sabes lo que diferencia a un bosque ecuatorial de un desierto? -Una breve pausa-. Apenas cuatro grados Celsius. Hay sólo cuatro grados de diferencia entre un gran bosque virgen y un desierto, lo que significa que esos cuatro grados traspasan en alguna parte un valor crítico.
– Voy entendiendo.
– De ahí que el aumento de la temperatura global sea un problema muy grande si supera determinado límite térmico. Y lo peor es que hay indicios de que ese proceso ya se ha desencadenado.
Tomás adoptó una actitud aprensiva.
– ¿Cómo?
– ¿Nunca has oído hablar del efecto Budyko?
– ¿Efecto qué?
– Mijail Budyko es el mayor climatòlogo ruso. Descubrió que la nieve refleja en el espacio la mayor parte del calor del sol que incide sobre ella, lo que ayuda a mantener el clima frío. El problema es que, como el dióxido de carbono que han liberado los combustibles fósiles ha elevado la temperatura global, la nieve ha empezado a derretirse, dejando asomar el suelo oscuro que había por debajo. Pero ese suelo, como es oscuro, absorbe el calor, lo que provoca más calor, el cual provoca más derretimiento de nieve, lo que hace que emerja más suelo oscuro que provoca aún más calor, en una espiral sin fin. Ese es el efecto Budyko.
– Nadia me ha hablado de eso.
– Pues ella estuvo implicada en las primeras mediciones que se hicieron aquí, en Siberia. Lo grave es que la temperatura traspasó un límite tal que este tipo de proceso se desencadenó en todo el planeta, incluso en el mar. Sólo en 2005 desapareció el catorce por ciento del hielo permanente del Ártico.¡Catorce por ciento! ¿Sabes por qué? Porque los océanos se están calentando. Como el agua se ha vuelto más caliente, ha empezado a derretirse más hielo, lo que es un problema, porque, como te he dicho, el hielo funciona como un espejo y refleja más del ochenta por ciento del calor del sol. El océano, por el contrario, absorbe más del noventa por ciento de ese calor, debido a que es oscuro. ¿Alcanzas a ver las consecuencias o no? Como el hielo se está derritiendo, hay más océano recibiendo calor, lo que vuelve más caliente al agua y hace derretir aún más hielo, lo que disminuye más la superficie reflectora y ensancha de nuevo la superficie absorbente de calor, en un ciclo vicioso que intensifica el efecto invernadero. Y esto no es todo. Como el océano está más caliente, el agua se vuelve más pobre en nutrientes y en algas. Pero son las algas las que atraen el dióxido de carbono hacia el fondo del mar. Como hay menos algas, el dióxido de carbono queda en la superficie, lo que también agrava aún más el efecto invernadero. Como el calor aumenta, el agua pierde más nutrientes y sobreviven aún menos algas, dejando encima mayores cantidades de dióxido de carbono, que agravan cada vez más el efecto invernadero, y así sucesivamente en una nueva espiral interminable. Es una especie de efecto Budyko marítimo.
– Pero ¿realmente está ocurriendo eso?
– Pues sí. Y en todas partes. Mira los bosques ecuatoriales de los que estábamos hablando hace apenas unos instantes. Como la temperatura ha aumentado, están disminuyendo. El problema es que sin la sombra de los árboles el suelo se calienta más y, en consecuencia, hace calentar más el planeta, lo que provoca una mayor disminución de los bosques y quita sombra a más suelos, que así se calientan más y provocan una mayor disminución forestal, en un nuevo círculo vicioso. Además, ya están ahí las primeras señales de este fenómeno. La Amazonia vivió en 2005 una sequía que no se había dado nunca antes. Se secaron varios afluentes del río Amazonas y hubo que enviar, mediante helicópteros, el agua potable para las aldeas de la gran floresta supuestamente húmeda. ¿Y sabes por qué razón se utilizaron helicópteros?¡Porque el agua de los ríos estaba demasiado baja para la navegación! La sequía de 2005 puede haber sido la primera señal del inminente y catastrófico colapso de la Amazonia, que es inevitable si las temperaturas suben entre tres y cuatro grados Celsius. En esa situación, la floresta se transformará en un desierto. -Señaló la taiga al fondo-. Es necesario, además, mencionar que la muerte de las florestas provoca una brutal liberación de dióxido de carbono, que intensifica el efecto invernadero. Por otro lado, fíjate en que los árboles son la esponja natural que absorbe el dióxido de carbono. Menos árboles implican menor absorción de dióxido de carbono, lo que agrava igualmente el efecto invernadero.
– Pero lo que quieres decir, entonces, es que entramos en todas partes en un ciclo vicioso que provoca cada vez más calor.
– Exactamente eso -confirmó Filipe-. Por eso te digo que, cuando se traspasa determinada temperatura crítica, se desencadenan fenómenos descontrolados. Como ya te he explicado, la Tierra es un ser vivo con capacidad de autorregulación, lo que significa que siempre ha logrado mantenerse próxima a la temperatura y a la composición química más adecuadas para la vida. Lo ha hecho durante tres mil millones de años. Pero ahora, debido a la liberación en masa de dióxido de carbono de los combustibles fósiles, la temperatura se acerca a un valor crítico a partir del cual el planeta pierde capacidad de autorregulación. Y es justamente eso lo que vuelve el calentamiento global potencialmente catastrófico.
Filipe cambió de dirección y salió del agua, yendo hacia las sillas que habían abandonado unos minutos antes. Tomás lo acompañó con actitud pensativa, incómodo con aquel alud de datos aterradores.
– Bien, ya he entendido que la situación es grave -dijo-. Pero ¿cuál es la relevancia de todo esto para nuestra conversación?
– La relevancia, Casanova, es que durante la conferencia de Kioto hubo algunos técnicos que se dieron cuenta de que el acuerdo no era más que una fachada. Se ignoraron deliberadamente las cuestiones de fondo. Kioto reunió a muchos países, cada uno con su propia agenda, pero pocos reflejaban una preocupación genuina por aquello que había motivado la reunión: los cambios climáticos. Por el contrario, nosotros veíamos a los políticos guiñándose el ojo y diciendo que lo que verdaderamente les interesaba no era el calentamiento del planeta, sino el enfriamiento de la economía. Aceptaban todas las medidas que fuesen buenas o inofensivas para su economía y rechazaban todas las que les parecían perjudiciales. Ése era el estado de ánimo dominante. En el razonamiento de los políticos, lo que ocurra dentro de veinte años ya no tendrá que ver con ellos, pues está fuera de su horizonte de reelección. Que resuelvan el problema los gobernantes que vengan después.