– ¿Ellos decían realmente eso?
– En público no, claro. Frente a los micrófonos asumían una posición de gran responsabilidad y parecían realmente preocupados por el calentamiento global. Unos verdaderos estadistas. Pero en privado los veíamos muy bien encogiéndose de hombros y riéndose de lo que ellos mismos acababan de declarar en público.¡La verdad es que les importaba lisa y llanamente un bledo!
– Pero entonces esa conferencia no sirvió para nada…
– Fue una fachada. El problema es que, tal como las cosas se presentan, las emisiones de dióxido de carbono no van a disminuir sino a acelerarse. Por otra parte, ya se están acelerando. Además, Kioto partía del principio ingenuo de que basta con cerrar el grifo del dióxido de carbono para resolver el problema del calentamiento global. -Hizo un gesto brusco con la mano, cortando el aire-. Nada más errado. El calentamiento del planeta es acumulativo. Aunque hoy paremos de emitir dióxido de carbono, y no vamos a parar, el calentamiento proseguirá durante décadas. Se traspasará inevitablemente el valor crítico de 550 ppm y el planeta estará literalmente frito. Ante la actual evolución, me parece seguro decir que llegaremos a traspasar los 1.100 ppm aún durante este siglo. -Adoptó una expresión de impotencia-. Es una catástrofe.
Tomás lo miró a los ojos, inquieto por lo que acababa de escuchar. Parte de esto ya se lo había explicado Nadezhda, pero era chocante oírlo aunque fuese por segunda vez.
– ¿Qué se puede hacer?
Filipe sonrió.
– Justamente fue eso lo que me pregunté a mí mismo en Kioto. ¿Qué se puede hacer?
La interrogación se mantuvo un buen rato flotando entre los dos amigos. Se acercaron a las dos sillas colocadas sobre la arena y se sentaron.
– ¿Entonces?
– Llegué a descubrir que yo no era el único que se había formulado esa pregunta. Había otros técnicos que entendieron el fraude de la conferencia y que se preguntaron qué podrían realmente hacer. En conversaciones en los pasillos o en la cafetería, descubrimos que compartíamos las mismas preocupaciones y formamos un pequeño grupo. -Se rio, con la memoria sumergida en las reminiscencias de Kioto-. ¿Sabes cuál es el nombre que nos dimos?
– Hmm .
– Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis. Piensa a ver si estos nombres te dicen algo: Howard Dawson, Blanco Roca y James Cummings.
Tomás los reconoció.
– Los dos primeros son los tipos que murieron, ¿no?
– Sí. Howard era un climatòlogo de la delegación estadounidense y Blanco un físico integrado en la comitiva española.
– Y el tercero es el inglés que también desapareció.
– Exacto. James fue el consultor científico de la delegación británica.
– Contigo suman cuatro.
– Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis.
– En la Biblia, los cuatro caballeros son los que provocan el apocalipsis…
– En nuestro caso, queríamos ser los cuatro caballeros que impidiesen el apocalipsis.
– ¿Y eso es posible?
– Fue lo que nos preguntamos nosotros. Como climatòlogo, Howard tenía mucha información privilegiada, resultado de observaciones que estaba efectuando por todo el planeta, sobre todo en las zonas heladas. Nos contó que la gran mayoría de los glaciares están ardiendo. Los glaciares de los Alpes ya han perdido el cincuenta por ciento de su hielo y los de los Andes han triplicado la velocidad de retroceso, disminuyendo un cuarto de su superficie en sólo tres décadas.
– Joder.
– La temperatura del suelo en Alaska ha aumentado en el sigloXX entre dos y cinco grados Celsius, y nueve estaciones del Ártico han registrado subidas de la temperatura de superficie del orden de los cinco grados Celsius. El calentamiento global ya ha provocado la desintegración de cinco de las nueve plataformas de hielo existentes en la península Antàrtica. Groenlandia y la altiplanicie tibetana registran fenómenos semejantes.
– ¿Todo eso os lo contó el estadounidense?
– Sí, pero nos dijo mucho más. El Niño, por ejemplo, ¿sabes qué es?
– Lo he leído en los periódicos -dijo Tomás haciendo un esfuerzo de memoria-. Es un fenómeno meteorológico en el Pacífico, ¿no?
– Más o menos. El Niño es la aparición periódica de agua caliente en las latitudes tropicales del Pacífico Oriental. La emersión de estas aguas alimenta violentas tempestades en el Pacífico, inundaciones en California y en el golfo de México, así como sequías en Australia y en África. A lo largo de la historia, el Niño se ha revelado como un fenómeno cíclico, alternando cada cuatro años con la Niña, un fenómeno exactamente opuesto, dado que implica la aparición de agua fría en aquella misma zona. Ocurre que, a mediados de los setenta, se alteró el ciclo y el Niño muestra una tendencia a volver casi permanente, llegando a durar seis años.
– ¿Y los otros océanos? ¿También han sufrido alteraciones?
– Las alteraciones están en todas partes, Casanova. Las olas del Atlántico Norte alcanzan una altura un cincuenta por ciento mayor que en la pasada década de los sesenta. Eso se debe a alteraciones sutiles en la temperatura del agua.
– Hmm.
– Lo que pasa es que descubrimos que el clima es mucho más volátil de lo que antes se pensaba. Pequeñísimos cambios causan alteraciones desproporcionadas en el equilibrio global.
– Una especie de efecto mariposa.
– Así es. Y nadie va a escapar. El Medio Oeste de los Estados Unidos, por ejemplo, que ha sido el granero de América, está en vías de convertirse en un desierto. Y el sur de Europa también. Las olas de calor se han hecho más frecuentes y más largas, y ya se encuentra en marcha un proceso de desertificación gradual en Italia, en Grecia, en España y en Portugal, con el Sáhara creciendo hacia el norte. Esto tiene implicaciones catastróficas. Mira lo que ha ocurrido con las grandes olas de calor de 2003 y 2007 en el sur de Europa. Más allá de los gigantescos incendios que consumieron en Portugal una superficie forestal del tamaño de Luxemburgo, la ola de temperaturas elevadas en 2003 ha provocado una quiebra del veinte por ciento en la cosecha de cereales y ha producido una inflación en los precios del cincuenta por ciento. Y en 2007 fue aún peor, con temperaturas récord que provocaron miles de incendios en Grecia, en Turquía y en los Balcanes. Dubrovnik llegó a ser evacuada y los griegos tuvieron que declarar el estado de emergencia en todo el país cuando los incendios descontrolados mataron a más de sesenta personas en tres días y llegaron a los suburbios de Atenas.
– ¿Crees que esas calamidades se van a hacer frecuentes?
– Ah, no te quepa duda. Estos incendios han sido solamente el preludio de lo que viene, y fíjate en que surgen en un momento en que se advierte que el planeta necesita duplicar su producción alimentaria en los próximos treinta años, con el fin de sustentar a una población que habrá de duplicarse en sesenta años. El problema es que la desertificación, la erosión de los suelos y la salinización están reduciendo la tierra arable a un ritmo de un uno por ciento al año. -Inclinó la cabeza para subrayar este aspecto-. Un uno por ciento al año significa un diez por ciento en una década. Hay quien dice que, dentro de unas décadas, la mitad del globo se encontrará cubierto por el desierto. Los resultados ya están a la vista: el crecimiento de la producción alimentaria alcanzó su pico a mediados de los ochenta y se presenta ahora en franco declive.