– ¿Por qué? ¿Por el efecto acumulativo del dióxido de carbono?
– Sí. Pero también por otra cosa de la que aún no te he hablado. El metano.
– ¿Qué metano? ¿De qué estás hablando?
– El dióxido de carbono es un poderoso gas de efecto invernadero, pero no es el peor. El verdadero demonio es el metano que se encuentra oculto en el fondo del mar o debajo del hielo, contenido por el frío o por las altas presiones. El metano es veinte veces más poderoso que el dióxido de carbono como gas de invernadero. Ocurre que, si la temperatura sube, se desencadena un proceso que libera el metano, trayéndolo a la atmósfera.¡Ese sí que será el comienzo del desastre! Una vez el metano esté fuera, el calentamiento de la atmósfera se acelerará exponencialmente. Se supone que eso ocurrió en la extinción marítima del Paleoceno, cuando desapareció todo lo que vivía en el fondo de los océanos, hace más de cincuenta millones de años.
– ¿Y cuándo comienza el metano a ser liberado?
Filipe se llenó los pulmones antes de responder sombríamente.
– Ya ha comenzado.
Se hizo el silencio en la playa. Tomás se frotó la barbilla, intentando dirigir esta nueva revelación.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Su amigo hizo un gesto en dirección a la taiga, del otro lado del lago.
– Está ocurriendo aquí, en Siberia -dijo-. El hielo de la tundra ha comenzado a derretirse y por debajo se encuentra el metano. Como en esta región se ha disparado la temperatura, fuimos a ver lo que está pasando en los lagos que se han descongelado. Lo que vimos nos dejó aterrados: el metano ya ha comenzado a burbujear. Está liberándose a un ritmo cinco veces superior al que preveían las estimaciones más frecuentes. A medida que el hielo vaya retrocediendo en Siberia, más metano saldrá al exterior.
– ¿Y ahora?
– El efecto Budyko también se ha desencadenado ya en el metano. Hay quien cree que es como si ya hubiésemos empujado la piedra y ésta ya estuviese rodando por la cuesta. El efecto acumulativo del dióxido de carbono podrá volver inevitable el colapso de la Amazonia. Si la gran floresta desaparece, se liberarán 250 ppm en la atmósfera, lo que nos llevará a una subida de cuatro grados Celsius. En ese umbral, el equilibrio podrá revelarse imposible, dado que se acelerará la liberación del metano siberiano. Ello nos catapultará inexorablemente a una subida de seis grados que, a su vez, liberará el metano marítimo. -Suspiró-. Si eso ocurre, superaremos los niveles de la gran extinción del Pérmico.
– ¡Dios mío!
– Es imperativo que la temperatura no suba más de dos grados, de modo que no desencadene el proceso que llevará al planeta a traspasar el umbral del metano. Hay quien piensa que esto ya no es posible, dado que el proceso ha adquirido una dinámica propia, pero la mayor parte de los científicos cree que aún estamos a tiempo. Para que se produzca el freno, no obstante, la emisión de gases de efecto invernadero tiene que cruzar inmediatamente el pico y bajar un noventa por ciento hasta 2050. Hay que evitar los 550 ppm, cueste lo que cueste.
– Pero ¿tienen los políticos conciencia de lo que está pasando?
Filipe sonrió sin ganas.
– Nadie tiene conciencia de nada, Casanova. -Meneó la cabeza-. Lo más increíble, para mí, es cómo se ha difundido esta indiferencia general. No sé si ya te has fijado, pero suele existir un gran contraste en las reacciones de los expertos y del público en relación con un tema determinado. Cuando se enfrenta con un gran cambio, el público tiende a alarmarse mucho más que los expertos.
– ¿Te parece?
– Claro. Piensa en la cuestión nuclear, por ejemplo. Las personas que no entienden bien las cuestiones relacionadas con la energía nuclear se asustan más que los expertos, que conocen el tema a fondo y se sienten más tranquilos. -Carraspeó-. Pero en este caso es al contrario. El público parece muy relajado con la cuestión del calentamiento global, mientras que los expertos se sienten presa del pánico. Del pánico, ¿has oído? -Casi deletreó la palabra «pánico»-. Cuando los científicos del panel de la ONU confirmaron públicamente que, en las próximas décadas, las tormentas van a hacerse más violentas, que el desierto se extenderá por más de la mitad del planeta y que el nivel del mar subirá diez metros o más, ¿qué debiera haber ocurrido? Creo que la CNN tendría que haber interrumpido la emisión con gran aparato, millones de personas deberían haber salido a la calle aterradas a exigir cambios inmediatos en la política energética, los dirigentes políticos tendrían que aparecer en televisión para anunciar medidas de emergencia con el fin de afrontar tal catástrofe. ¿No crees que ésa sería una reacción normal?
Tomás aún estaba recuperándose del choque de las revelaciones sucesivas y balanceó mecánicamente la cabeza.
– Es posible que tengas razón.
– Pero no fue eso lo que ocurrió, ¿no? Los científicos hicieron un anuncio de esta dimensión y…,¡y sólo faltó ver a las personas bostezando de aburrimiento! ¿Te parece eso normal? -Volvió a menear la cabeza-.¡Y los políticos, que deberían tener cierta prudencia, siguen igual! Por ello nos quedamos muy preocupados por la postura que detectamos en los gobernantes, todos ellos con la filosofía del dejar pasar y el conformismo de quienes piensan que los que vengan que apaguen la luz y paguen la cuenta. Primero en Kioto, y después en encuentros que fuimos teniendo a través del tiempo, nosotros cuatro nos dedicamos a conversar sobre el mayor desafío que hoy afronta la humanidad: ¿será posible impedir el apocalipsis?
Tomás se inclinó en la silla, traicionando una ansiedad mal disimulada.
– ¿Llegasteis a alguna conclusión?
– Concluimos que necesitábamos hacer una evaluación rigurosa de dos cosas fundamentales, ambas relacionadas entre sí: el calentamiento del planeta y el estado de las reservas mundiales de petróleo. Y necesitábamos desarrollar un plan energético alternativo para que entrase en vigor cuando las condiciones fuesen propicias.
– Eso parece muy ambicioso.
– Y lo es. El trabajo se reveló verdaderamente ciclópeo, y nosotros, en resumidas cuentas, no éramos más que cuatro gatos locos. Afortunadamente nuestros talentos se complementaban, de manera que decidimos dividir las tareas. Howard logró un puesto importante en la Antártida, donde el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta y donde se encuentran los mejores registros paleoclimáticos, y fue allí a desarrollar nuevos trabajos para entender mejor la alteración del clima. James y Blanco eran físicos con gran capacidad. Blanco era más teórico; James, más práctico. Ambos se quedaron encargados de buscar soluciones tecnológicas innovadoras. Y yo, que me siento como pez en el agua en el área energética, me dediqué a la evaluación de las reservas globales de combustibles fósiles, para poder indicar cuál es el momento psicológico adecuado para avanzar con las soluciones que James y Blanco llegasen eventualmente a desarrollar.
– ¿Y fue eso lo que estuvisteis haciendo todo este tiempo?
– Sí, aunque no de una forma totalmente autónoma. James y Blanco trabajaban mucho en equipo, mientras que yo me encontraba más próximo a Howard. Llegué a ir a la Antártida a ver los trabajos paleoclimáticos a los que él se estaba dedicando. -Su mirada se perdió en la memoria de ese viaje-. Aquello es muy curioso, ¿sabes? Una de las cosas que descubrí es que penetrar en las capas de hielo es como viajar en el tiempo.
– ¿En qué sentido?
– El hielo de la Antártida está formado por capas sucesivas de nieve, ¿no? Esas capas se van acumulando unas encima de las otras a lo largo de millares de años. Pero cada capa de nieve contiene pequeñas burbujas de aire, lo que significa que, si hiciéramos un agujero lo suficientemente profundo en el hielo y recogiéramos una capa que tiene doscientos mil años, podríamos detectar en ella burbujas con el aire existente en ese periodo y analizar su contenido. Así es como se sabe, por ejemplo, cuál es el nivel de dióxido de carbono que existía en una determinada época en la atmósfera, y cuál era la temperatura media en ese momento. Howard me mostró un trozo de hielo extraído a tres mil quinientos metros de profundidad en la base de Vostok, en el centro de la Antártida. El análisis de ese hielo mostró que el planeta está ahora cerca del punto más caluroso del último medio millón de años.