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– Si he entendido bien lo que me dijiste en Siberia, fuiste a Viena a rehacer mis pasos -observó Filipe, ya suficientemente a gusto para retomar la conversación.

– Sí, fui a hablar con el tipo de la OPEP con quien tú te encontraste en 2002.

– ¿Abdul Qarim?

– Ese mismo. Él me contó que estabas evaluando el estado de las reservas mundiales de petróleo.

– ¿Y qué más te contó?

Tomás hizo un esfuerzo de memoria.

– Bien, me habló sobre la situación de la producción internacional. Me dijo que el petróleo no OPEP está al borde del pico de producción y que, después de eso, la economía mundial acabará dependiendo del petróleo de la OPEP.

– ¿Te dijo cuánto tiempo va a durar el petróleo de la OPEP?

Nuevo esfuerzo de memoria.

– Si mal no recuerdo, dijo que aún duraría muchas décadas. Tal vez un siglo.

Filipe caminaba con los ojos fijos en el suelo, como si estuviese absorto en algo.

– ¿Y te contó algo sobre nuestra conversación?

– Bien, me habló sobre las cuestiones del petróleo y de la energía, pero lo esencial de su mensaje era eso. El petróleo no OPEP va a entrar en declive y el mundo quedará en manos del petróleo de la OPEP.

– ¿No te habló de los documentos técnicos de la Aramco?

– ¿Los documentos de quién?

– De la Aramco. La compañía petrolífera saudí.

Tomás torció la boca.

– No, no me habló de eso. -Miró a su amigo-. ¿Por qué? ¿Debería haberme hablado?

Se detuvieron delante de un semáforo para peatones, encendido en rojo. Los automóviles fluían frente a ellos, acelerando por Park Street, mientras los transeúntes aguardaban su turno para pasar a la otra acera de Pitt.

– En el ámbito de mi trabajo para el grupo que se creó después de Kioto, me correspondía, como ya te he contado, estudiar el problema de la energía -dijo ignorando la pregunta de Tomás-. Me dediqué a inspeccionar los principales campos existentes en el planeta. Fui a Texas, a Rusia, a Kazajistán, al mar del Norte, al golfo de México, a Alaska…, en fin, a donde hubiese grandes pozos de petróleo. Pero, como es evidente, también tuve que visitar los países de la OPEP. El problema es que allí fue mucho más complicado el acceso a la información.

– Son dictaduras.

– Ése no es el problema. Hace mucho tiempo que en los países de la OPEP gobiernan regímenes autoritarios, pero siempre han proporcionado información adecuada sobre sus reservas y la producción de petróleo. Desde 1950, tenían disponibles datos detallados en cuanto a lo que pasaba en cada uno de sus campos. -Miró a Tomás-. ¿Entiendes? Los tipos no se limitaban a proporcionar informaciones sobre la situación general. Daban detalles específicos sobre la producción en cada campo petrolífero.

– ¿Y dejaron de darlos?

Filipe asintió con la cabeza.

– Fue en 1982 cuando los países de la OPEP cerraron el grifo de la información. De un momento al otro, todo lo que se relacionaba con sus reservas y la producción de petróleo se convirtió en un secreto de Estado. La poca información que empezaron a ofrecer era demasiado escasa y difícilmente cotejable. El mercado comenzó entonces a regularse por estimaciones y los datos de la OPEP se tornaron tan poco creíbles que hasta el secretariado de la organización, en Viena, tuvo que registrar las informaciones sobre la producción de la OPEP en esas estimaciones, no en los datos oficiales que aportaban sus propios miembros.

– ¿En serio?

– Es increíble, ¿no? Ni la OPEP cree en los datos que proporcionan sus propios miembros.

– Pero ¿por qué razón adoptaron esa política de oculta- miento?

Filipe fijó los ojos en su amigo.

– Ésa es la gran pregunta, ¿no? ¿Qué llevó a la OPEP a detener el suministro de información sobre su producción petrolífera? O, haciendo la pregunta de otra manera: ¿qué tiene la OPEP que ocultar?

La luz de los peatones se puso en verde y la multitud que se había aglomerado en las dos aceras avanzó y se cruzó en mitad de la calle, como dos enjambres que confluyeran fundiéndose y después alejándose.

– Dime, pues -insistió Tomás, evitando chocar con dos australianos con bermudas color caqui que atravesaban la calle en sentido contrario-. ¿Por qué razón cerró la OPEP el grifo de la información?

– La respuesta oficial es que el petróleo tiene una importancia geoestratégica tan grande que los miembros de la OPEP, para protegerse de las maquinaciones de Occidente, tienen que mantener la información reservada.

– Pero tú no crees en esa explicación…

– No -confirmó Filipe-. No me la creo.

– ¿Por qué?

– Porque es simplista. Porque no es atinada. Porque es un indicio de que la OPEP está ocultando algo.

– Pero ¿qué? ¿Qué es lo que están ocultando?

– Ésa fue la pregunta que me hice repetidas veces. En busca de la respuesta, anduve unos meses volando con destino a las distintas capitales de Oriente Medio y empecé a tener la sensación de que me estaba estrellando con auténticas paredes. Me encontré con un tupido velo de secreto en Teherán, en Bagdad, en la ciudad de Kuwait, en Riad. No te lo puedes imaginar: parecía que estaba hablando solo.

– ¿Se irritaban contigo?

– No, al contrario. Siempre han sido muy simpáticos, me hacían muchos regalos, me ofrecían excelentes cenas, me trataban con gran cortesía, pero, en resumidas cuentas, no revelaban nada. De esas bocas sólo salía la versión oficial de que Oriente Medio dispone de tanto petróleo que el pico de la OPEP no se alcanzará hasta dentro de muchos años.

– Fue exactamente eso lo que me dijo Qarim.

– Ésa es la versión oficial -insistió Filipe-. Hasta que, en mi última visita a Arabia Saudí, me benefició un golpe de suerte. Cansado de estrellarme contra esos sucesivos muros de silencio, decidí intentar hacer una visita al campo de Ghawar, el mayor supercampo petrolífero del mundo. Claro que se trataba de una misión imposible, pero aun así decidí intentarlo. Para poder llegar a Ghawar tuve que dejar de lado el circuito rutinario del Ministerio del Petróleo, de donde no salía ninguna información, y fui a golpear la puerta de un departamento de ingeniería de la Aramco. Acordé una reunión con el jefe del departamento y, al día siguiente, aparecí a la hora fijada en la sede de la Aramco, un edificio de vidrio elevado junto al desierto, en Dhahran. El hombre me recibió con gran cortesía y allí me explicó que no me podía llevar a Ghawar, que eso no era materia de su competencia, que le gustaría mucho ayudarme, pero que no era más que un ingeniero, que tendría que dirigirme a los circuitos normales.

– ¿El Gobierno?

– El Ministerio del Petróleo. Pero ese circuito ya lo conocía yo al dedillo. Lo recorría ya desde hacía algunos meses y nunca me había llevado a sitio alguno. Como resulta fácil de ver, enseguida me di cuenta de que esa tentativa se encontraba, también ella, condenada al fracaso, y me quedé muy desanimado. -Se detuvo un instante para orientarse en la calle y enseguida retomó la conversación-. Ocurre que, ya cerca del final de la reunión, el ingeniero saudí tuvo otra visita y, con una delicadeza de la que sólo son capaces los árabes, salió para hablar con el recién llegado e insistió en que lo esperase en su despacho. -Arqueó las cejas-. ¿Estás entendiendo lo que ocurrió?

– Te quedaste solo en el despacho.

– Eso mismo. Cuando quise darme cuenta, el hombre se había ido y yo estaba solo en el despacho. Para matar el tiempo, me levanté del sofá y me dediqué a ojear los libros y las carpetas que guardaba en los estantes. -Se detuvo en medio de la acera, como si hubiese llegado a un punto importante-. Recuerda que yo no estaba en uno de los habituales despachos de relaciones públicas del Ministerio del Petróleo, en Riad, donde sólo existen folletos de propaganda. Me vi solo en el despacho del jefe de uno de los departamentos de ingeniería de la Aramco, en Dhahran. Se trataba de un lugar de trabajo y los documentos en los estantes no eran meros folletos cantando loas a las enormes reservas petrolíferas de Arabia Saudí, sino verdaderos documentos técnicos. -Retomó la marcha-. Recorriendo con la vista los lomos de las carpetas, di con una titulada Problems in Production Operations, Saudi Fields. El título me pareció curioso, de modo que cogí la carpeta y me puse a hojearla. Lo que encontré, leyendo rápidamente en diagonal las primeras páginas, me dejó espantado de tal modo que, en un impulso, arranqué todas las hojas y las escondí deprisa en mi maletín.