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– ¿Adónde vamos?

– Ya verás.

Cuando el camarero se alejó, el geólogo dejó la carpeta de cartulina azul bebé sobre la mesita de madera oscura y cruzó las piernas, instalándose cómodamente en el sofá.

– Para que entiendas lo que llevo aquí guardado, primero hay algo que tiene que quedarte claro -indicó acariciando la cartulina-. La importancia del petróleo saudí.

– Pero ya lo tengo claro desde hace mucho tiempo -dijo Tomás-, Arabia Saudí es el mayor productor mundial de petróleo.

– No es sólo el mayor productor -insistió Filipe-. Es mucho más que eso.

– ¿Entonces?

– Sin el petróleo saudí, se acaba el negocio del petróleo. El mundo se queda sin energía.

El historiador esbozó una expresión escéptica.

– ¿No crees que estás exagerando un poco? Es evidente que Arabia Saudí, siendo el mayor productor mundial, es un país muy importante en ese negocio, sin duda. Pero de ahí a decir que sin su petróleo el mundo se queda sin energía…, en fin…, hay un gran paso, ¿no te parece?

– Casanova, oye lo que te digo. Sin el petróleo saudí no hay negocio del petróleo.

– Pero ¿cómo puedes afirmar tal cosa?

– Por una razón muy sencilla. Ya hemos visto que el petróleo no OPEP está al borde del pico, ¿no es verdad?

– Sí.

– Cruzando el pico, entra en declive en un momento de creciente demanda mundial, y el planeta acaba dependiendo, esencialmente, del petróleo de la OPEP.

– Hasta ahí lo entiendo.

– La pregunta siguiente es ésta -dijo casi deletreando-: ¿cuánto petróleo hay en definitiva en la OPEP?

Tomás se encogió de hombros, como si no considerase esa cuestión especialmente relevante.

– Qarim me dijo que era lo suficiente para durar cien años.

– Qarim se limitó a repetirte la versión oficial -intervino Filipe-. El problema, el gran problema, ¿sabes cuál es? Es que nadie lo sabe. Desde que la OPEP trata toda la información relativa al petróleo como si fuese un secreto de Estado, y puesto que no hay modo de cotejar sus escasas revelaciones sobre el estado de las reservas de los países que integran el cártel, lo cierto es que nadie tiene la menor certeza sobre cuánto petróleo posee exactamente la OPEP. ¿Entiendes?

– Sí.

El geólogo afinó la voz.

– Pero hay algunas cosas que sabemos sobre varios de los grandes productores de la OPEP. Veamos el caso de Irán, que sólo es el cuarto productor mundial de petróleo. ¿Te haces una idea de cuál es el estado de las reservas petroleras iraníes?

– No.

– Están en declive.

– ¿En serio?

– Irán tiene cuatro campos petrolíferos supergigantes: Aghajari, descubierto en 1936; Gach Saran, detectado en 1937; Marun, en 1963; y Ahwaz, en 1977. Todos ellos ya han cruzado el pico y la producción iraní está descendiendo año tras año.

– ¿Y tú dices que Irán es el cuarto mayor productor mundial de petróleo?

Filipe frunció los labios.

– Es preocupante, ¿no? Y lo peor es que hay más países de la OPEP en la misma situación. Por ejemplo, el único supergigante de Omán, el campo de Yibal, cruzó el pico en 1997. Nigeria también ya ha pasado el pico y, factor muy preocupante, Kuwait ha reducido la tasa de producción del complejo de Burgan, el segundo mayor campo petrolífero del mundo, supuestamente para recuperar la presión de los pozos. La compañía petrolera kuwaití anunció, a finales de 2005, que Burgan estaba exhausto. Y, además de Kuwait, ya se ha cruzado el pico igualmente en Iraq, en Siria y en Yemen.

Tomás se enderezó en el sofá.

– Disculpa, no logro entender -dijo vacilante-. ¿Estás insinuando que también la OPEP ha entrado en declive?

– No -rectificó-. Estoy afirmando que la mayor parte de los grandes productores de la OPEP han entrado en declive. -Alzó el índice-. Pero hay un productor, uno solo, en quien todo el mundo confía para resolver los problemas del abastecimiento petrolero global.

– ¿Arabia Saudí?

– Exacto -sonrió el geólogo-. El reino de Arabia Saudí. Éste es el principal productor mundial de petróleo, la red de seguridad montada por debajo del circo energético, la almohada que amortigua la caída de producción en todo el planeta. -Arqueó las cejas-. ¿Entiendes ahora por qué razón dije hace poco que Arabia Saudí es mucho más que el principal productor del mundo?

– Sí.

– Sin Arabia Saudí no habría energía suficiente para satisfacer las necesidades globales. La economía mundial entraría en una profunda recesión y el caos se extendería por todas partes. ¿Has pensado en lo que sería el petróleo si se volviese tan caro que, en vez de costar ochenta dólares por barril, costase setecientos dólares?

– Sería complicado.

– ¿Complicado? -Filipe se rio-. Sería el fin, amigo mío. -Abrió los brazos-. El fin. -Se inclinó hacia Tomás-. ¿Tú sabes lo que significa el barril a setecientos dólares?

– El acabose.

– Ah, de eso puedes estar seguro -coincidió-. El barril a setecientos dólares quiere decir que, en vez de gastar setenta euros para llenar el depósito de tu coche, por ejemplo, gastarías setecientos. -Dejó que el número resonase en la mente de Tomás-. Setecientos euros para llenar un simple depósito.

El historiador silbó, impresionado ante esa perspectiva.

– Andaríamos todos en bicicleta, ¿no?

– Pues sí. ¿Y te haces alguna idea del impacto que eso tendría en la economía mundial?

– Entraríamos en recesión.

Filipe volvió a reírse.

– Recesión es una palabra ridícula para describir lo que ocurriría en esas circunstancias. Fíjate en que, de las últimas siete recesiones económicas mundiales, seis están directamente relacionadas con reducciones temporales de abastecimiento de petróleo. -Repitió las dos palabras decisivas-: Reducciones temporales. -Hizo una pausa-. Ahora imagina lo que ocurriría si la ruptura no fuese temporal sino permanente. O sea, una ruptura que no fuese coyuntural, sino estructural, sin perspectiva de solución.

– La recesión sería profunda.

El geólogo fijó los ojos en su amigo.

– Casanova, una situación semejante podría acarrear el fin de la civilización, ¿qué te parece? El fin de la civilización.

– ¿No estarás exagerando un poco?

– ¿Tú crees? -Hizo un gesto señalando a su alrededor el ambiente tranquilo y primoroso del bar-. Mira todo esto e imagina lo que ocurriría si hubiese una súbita ruptura del abastecimiento energético. En una situación así, todas las cosas a las que estamos habituados, estos lujos que ya damos por seguros, se evaporarían de un momento al otro. -Comenzó a enumerar los problemas con los dedos, cruzándolos sucesivamente-. No podríamos desplazarnos al trabajo, el transporte de bienes de un lado a otro se estancaría, las fábricas dejarían de recibir materias primas, la producción quedaría suspendida y la distribución también, la economía se paralizaría, las empresas irían a la quiebra en cadena, las personas se quedarían sin medios de subsistencia, se pararía el transporte de alimentos a los mercados, habría alteración del orden público, tumulto, pillajes, los países se volverían ingobernables, el hambre se difundiría por todas partes y nos hundiríamos en el caos.

Tomás consideró el panorama.

– Sería muy complicado.

– Sería el fin de la civilización, Casan ova. -Sus ojos se desorbitaron, dando énfasis a la idea-. El fin de la civilización.

Se hizo un silencio sombrío en la mesa. La conversación se había vuelto aterradora y el historiador, mirando el bar desierto, no pudo dejar de pensar que todo en la vida es, ciertamente, frágil, y que la historia está repleta de civilizaciones que en cierto momento parecieron eternas, inquebrantables, y que al final se desmoronaron de un instante al otro.