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– Sí, siempre que lo permitan las características topográficas del terreno, como en este caso. El hecho es que los campos se revelaron fácilmente identificables desde el aire. Arabia Saudí presentó un perfil tan interesante que las compañías petroleras acudieron en masa y nació así la Arabian America Oil Company, Aramco, cuyos accionistas eran la Standard Oil, la Shell, la BP, la Mobil, la Chevron, la Texaco y la Gulf Oil.

– Todos grandes tiburones, en definitiva.

– Huy, ni te lo imaginas. Y venían todos con los dientes afilados. Claro que la Segunda Guerra Mundial puso el negocio al baño María; no obstante, en cuanto la guerra acabó, se reanudó la prospección y se fueron descubriendo más campos aún mayores. La Aramco acabó nacionalizada y echaron a los tiburones, pero Arabia Saudí ya tenía, a esas alturas, una posición firmemente establecida en el mapa geoestratégico. -Bebió un trago de cerveza y encaró a Tomás con una sonrisa maliciosa-. Ahora tengo una pregunta para ti.

– Dime cuál es.

– Teniendo en cuenta que Arabia Saudí es el mayor productor mundial, ¿cuántos campos imaginas que producen el setenta y cinco por ciento de su petróleo?

El historiador adoptó una actitud pensativa.

– Qué sé yo… Unos quinientos.

Filipe frunció la nariz.

– Anda, sé razonable -lo exhortó-. Recuerda que el setenta y cinco por ciento corresponde a tres cuartos de todo el petróleo de Arabia Saudí. Es mucho. ¿Crees que quinientos campos llegan para llenar tres cuartos de esa cantidad colosal?

– Tienes razón, pues -coincidió Tomás, rascándose la cabeza, y arriesgó un número que le pareció más realista-. ¿Mil campos?

– No.

– ¿Cinco mil?

– No.

– ¿Diez mil?

– Tampoco.

– Oye, tío. Desisto.

– Inténtalo, anda. Sugiere una cantidad por intervalos, tal vez sea más fácil.

Tomás sugirió un intervalo amplio.

– Entre mil y cinco mil campos.

– No.

– Mira, no lo sé. No tengo la menor idea y no voy a quedarme aquí todo el día soltando números.

El geólogo sonrió y alzó el índice y el medio, como si formase la V de victoria.

– Dos.

Tomás lo miró, sin entender.

– ¿Dos qué?

– Dos campos.

– ¿Cómo?

– Dos campos -repitió Filipe-. El setenta y cinco por ciento del petróleo que produce Arabia Saudí proviene de sólo dos campos.

El historiador meneó la cabeza, como si estuviese aturdido.

– No puede ser.

– Se llaman Ghawar y Safaniya.

– ¿Estás hablando en serio?

– Voy a repetírtelo, Casanova -insistió el geólogo, tan lentamente que casi deletreaba las palabras-. El setenta y cinco por ciento del petróleo saudí lo producen solamente dos campos. ¿Has entendido? Esto significa que el futuro inmediato del mundo depende de algo que se llama Ghawar y de otra cosa que se llama Safaniya.

– ¡Dios mío! ¿Cómo es posible?

– Es así, como te lo acabo de decir.

– Pero ¿tienen alguna noción de eso los Gobiernos occidentales?

– Yo creo que nadie ha entendido muy bien lo que ocurre en Arabia Saudí, amigo. Las personas tienen esa idea fantasiosa de que hay millares de campos casi inagotables dispersos por el desierto, todos ellos con una enorme producción, capaces de dar respuesta a la creciente demanda mundial y a los múltiples problemas de los restantes grandes productores. Lo que nadie ha entendido todavía es que, si la economía global depende esencialmente de Arabia Saudí, eso representa una dependencia en relación con sólo dos campos.

Tomás casi tembló al preguntar:

– Y…, y esos campos, ¿cómo están? ¿Funcionan bien?

– Buena pregunta -repuso su amigo con un tono sibilino-. La verdad es que nadie sabe lo que pasa en Arabia Saudí, ¿no? Los datos son confidenciales y no hay comprobación independiente de la capacidad de producción instalada ni de las evaluaciones de las reservas. Lo único que tenemos son las extravagantes afirmaciones de los saudíes. Nada más.

El historiador apoyó los codos en la mesa y se sostuvo la cabeza con la palma de las manos.

– Dos campos -murmuró, aún estupefacto-. Todo está concentrado en dos campos. -Miró a Filipe con una expresión inquisitiva-. Pero ¿qué demonios de campos son ésos, en definitiva?

El geólogo hojeó uno de los folletos, localizó una imagen con el mapa de Arabia Saudí e indicó un punto en la costa del golfo Pérsico, justo al sur de Kuwait.

– Aquí está Safaniya -dijo-. Es el mayor campo petrolífero offshore del mundo y el segundo más productivo de Arabia Saudí. Lo llaman la Reina de la Arena, porque su extremo sur se sitúa por debajo de las playas doradas de la costa arábiga del golfo Pérsico. Safaniya fue descubierto en 1951 y produce sobre todo petróleo pesado. En el mapa tiene el formato de una gota estrecha, con setenta kilómetros de un extremo al otro.

– ¿Setenta kilómetros? -se sorprendió Tomás-. Es grande, ¿eh?

– Muy grande. Este campo produce aproximadamente un quince por ciento de todo el petróleo del país.

– ¿Sólo el quince por ciento? Pero ¿no has dicho que esos dos campos representan el setenta y cinco por ciento del petróleo saudí?

– Lo he dicho, y es verdad.

– ¿Y el resto, entonces?

– Lo produce el otro campo.

El historiador adoptó una expresión incrédula.

– Estás bromeando.

– Se llama Ghawar y equivale al sesenta por ciento del petróleo existente en Arabia Saudí. Es el único campo petrolífero supergigante del mundo, el mayor depósito de petróleo jamás encontrado en el planeta. Lo llaman Rey de Reyes, pero hasta esa definición peca de demasiado modesta. Si Ghawar fuese un emperador, junto a él los campos supergigantes no serían reyes, sino meros príncipes.

Tomás analizó el mapa del folleto.

– ¿Y dónde está situada esa maravilla?

El geólogo señaló una franja en el desierto, paralela a la costa saudí, junto a Bahréin y a Qatar.

– Aquí -dijo-. Es un campo largo y estrecho, con la forma de una pierna. Si el extremo sur de Ghawar estuviese en Lisboa, el extremo norte llegaría a Aveiro.

– Caramba.

– Son más de doscientos kilómetros de una punta a la otra, y la parte más ancha alcanza casi cincuenta kilómetros. Ghawar entró en actividad en 1951 y, desde entonces, ya ha producido más de cincuenta y cinco mil millones de barriles. -Sonrió complacido-. Sé que es un número de tal magnitud que se vuelve absolutamente incomprensible. Vamos a plantear las cosas de modo más sencillo: en este momento, uno de cada doce barriles consumidos en todo el mundo viene de Ghawar.

– ¡Impresionante!

– La producción de Ghawar se convirtió en un secreto de Estado en 1982; la única información segura que se ha filtrado entre tanto es que este supergigante producía en 1994 el sesenta y tres por ciento de todo el petróleo de Arabia Saudí. Por otra parte, se sabe muy poco más. Pero hay algo de lo que todos tenemos certidumbre: la longevidad del campo de Ghawar está en el corazón del problema de la sostenibilidad del petróleo como fuente energética. Cualquier análisis de la producción petrolífera global pasa inevitablemente por Ghawar. Si este campo sigue siendo rico, queda salvaguardado el abastecimiento mundial. -Alzó la mano como si lanzase un alerta-. No obstante, si por casualidad hubiera problemas en Ghawar… sería el fin de la línea.

– ¿Y los hay? -Hizo la pregunta muy apresuradamente, con un asomo de ansiedad que le alteró el tono.

Filipe no respondió de inmediato. Se inclinó hacia la izquierda, estiró el brazo y cogió la carpeta de cartulina azul bebé, que apoyó en su regazo. Abrió la carpeta y mostró el contenido: eran pliegos de folios con texto en inglés y en árabe, grapadas en grupos.