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El ruso de los chistes se encogió, comprimió los labios y bajó los ojos. Después de aquella reprimenda, estaba claro que no pronunciaría ni una palabra más.

– A donde realmente yo quería llegar era a un proceso llamado,… humpf… fotosíntesis -dijo Cummings, esforzándose por mantener un hilo conductor en su exposición-. En términos generales, la fotosíntesis se produce cuando las plantas transforman el aire, la luz del Sol y el agua en azúcar. -Se volvió hacia la pizarra y dibujó el Sol por encima y una hoja por debajo, con una gota de agua sobre su superficie-. Lo que ocurre es lo siguiente. -Desde el Sol dibujó una flecha que apuntaba a la hoja de la planta-. La energía solar incide sobre la hoja y… humpf… provoca una escisión de las moléculas de agua. El oxígeno y el hidrógeno, que están unidos en el agua, se separan. -Golpeó con el rotulador la gota dibujada sobre la hoja para enfatizar ese punto-. Se separan -repitió-. Ahora, como ya hemos visto, al hidrógeno no le gusta quedarse solo. La energía solar lo ha obligado a separarse del oxígeno, y el átomo de hidrógeno, para recuperar su estabilidad, sale enseguida en busca de un nuevo compañero. ¿Y con quién se encuentra en la planta? Con el carbono. O sea, que el hidrógeno se asocia con el carbono y… humpf… forma un nuevo compuesto, llamado carbohidrato, con quien comparte su energía extra. -Se volvió hacia los asistentes-. ¿Qué nombre les damos nosotros a los carbohidratos?

– Azúcar -respondió Filipe de inmediato, siempre consciente de que nadie más daría la respuesta.

– Exacto -confirmó el inglés-. Algunos carbohidratos, que nacen de la conjunción del carbono con el hidrógeno cargado de energía solar, son conocidos habitualmente como… humpf… azúcar. -Alteró el tono de voz, en un aparte-. De ahí que el azúcar sea muy energético. ¿-Ah, ya empiezo a entender -murmuró Orlov.

– Lo que quiero decir… humpf… es que el azúcar es un depósito de energía solar, la cual se encuentra almacenada en el hidrógeno que compone el azúcar. Esa energía solar puede liberarse después de diversas maneras. -Simuló el gesto de llevarse algo a la boca-. Si yo como una lechuga, por ejemplo, el carbohidrato entra en mi cuerpo y… humpf… se somete a la acción química de mi metabolismo, que funciona como la fotosíntesis al contrario. O sea, que el hidrógeno se separa del carbono y vuelve a juntarse con el oxígeno, y crea una molécula de agua. -Agitó el rotulador en el aire. Y aquí viene lo importante -subrayó-: para poder juntarse al oxígeno, el hidrógeno tiene que deshacerse de la energía solar que almacena. Ese proceso se llama oxidación y… humpf… gracias a él nuestro cuerpo produce calor. El calor es la energía solar liberándose en el momento en que, en nuestro cuerpo, el hidrógeno se separa del carbono de los alimentos y se junta con el oxígeno.

– ¿El calor del cuerpo viene de la energía solar contenida en los alimentos? -se sorprendió el ruso.

– Sí, así es. Pero esta energía del Sol, liberada por el hidrógeno contenido en los alimentos, no adopta solamente la forma de… humpf… calor. También adopta otras formas, como la energía eléctrica, la energía mecánica o la energía química.

– Es, por tanto, lo que nos da fuerza.

– Así es. -Cerró los puños-. La energía de nuestro cuerpo viene de la energía del Sol, almacenada en el hidrógeno. Y lo interesante es que esa energía, en vez de ser liberada, también puede conservarse durante millones y millones de años. -Hizo una seña con el pulgar hacia la ventana-. Por ejemplo, si ningún animal comiese ni se quemasen en un incendio las hojas del wanari que está allí fuera, sino que, en vez de eso, cayesen en el suelo y las fuera cubriendo la tierra, al cabo de mucho tiempo se transformarán en… humpf… carbón. ¿Y qué uso le damos nosotros al carbón?

– Es una fuente de energía -dijo Filipe.

– Exacto. El carbón es una fuente de energía. ¿Y qué tipo de energía es ésa? Es la energía solar, almacenada por el hidrógeno en el momento de la fotosíntesis, que se produce en el momento en que la hoja del wanari… humpf… estaba viva. Cuando echamos el carbón en el horno, se invierte el proceso de fotosíntesis. El hidrógeno suelta el carbono y se asocia con el oxígeno, liberando su energía extra. Y el carbono, que se ha quedado, mientras tanto, solo, también se asocia con el oxígeno, creando el dióxido de carbono, que es liberado en la atmósfera. Esto ocurre con el carbón… humpf… y ocurre con los otros hidrocarburos que se forman a lo largo de millones de años: el petróleo y el gas.

– Si he entendido bien, la energía no está en el carbono -resumió Orlov-. Está en el hidrógeno.

– Así es. Lo que significa que, cuantos más átomos de hidrógeno tiene el hidrocarburo… humpf… más energía contiene ese hidrocarburo.

– ¿Los hidrocarburos no tienen todos la misma cantidad de hidrógeno?

– No, de ningún modo. Por ejemplo, el hidrocarburo con menos energía es… humpf… el carbón. ¿Y por qué? Porque el carbón tiene el carbono y el hidrógeno en la proporción de uno a uno. El petróleo, en cambio, es más energético, ya que, por cada átomo de carbono que posee, existen dos de hidrógeno. Y el gas natural puede liberar aún más energía, puesto que tiene… humpf… cuatro átomos de hidrógeno por cada átomo de carbono. -Miró a sus oyentes-. ¿Esto está claro?

– Sí.

– Entonces prestad atención a esta pregunta… humpf… porque es importante. -Hizo una breve pausa-. ¿Y si, en vez de quemar un combustible que tiene carbono e hidrógeno, quemamos sólo hidrógeno? ¿Qué ocurre?

– ¿Sólo hidrógeno?

– Sí. ¿Y si, en la palabra «hidrocarburos», prescindimos de los «carburos»? ¿Y si… humpf… nos quedamos sólo con los «hidros»?

– ¿Eso es posible?

– ¿Por qué no? Quitamos los carburos de la ecuación y nos quedamos solamente con el… humpf… hidrógeno.

Orlov se encogió de hombros.

– ¿Cuál sería la consecuencia?

Cummings pareció sorprendido con la pregunta.

– A la luz de lo que ya os he explicado,¿¿la consecuencia no os parece… humpf… obvia? Entonces, si la energía del petróleo está en el hidrógeno que contiene y no en el carbono, es evidente que, si yo retiro el carbono de la ecuación, seguiré disponiendo de energía. -Repitió la idea, preocupado por subrayar este punto crucial-: No os olvidéis de que… humpf… la energía está en el hidrógeno, no en el carbono.

– Ya veo.

– O sea, que no necesito carbón, petróleo ni gas natural para nada. Sólo necesito hidrógeno.

– Pero eso es brillante -exclamó Tomás, rompiendo el mutismo al que se había entregado-. Brillante.

Orlov meneó la cabeza, sin entender bien.

– ¿Cuál es la ventaja de eso?

Cummings amusgó los ojos. La cabeza del ruso era dura.

– Oiga: ¿qué provoca el aumento de la temperatura del planeta? -preguntó armándose de paciencia docente.

– Según lo que andan diciendo por ahí los maricas de los ecologistas, la quema del petróleo.

– Que es un hidrocarburo -adelantó el inglés de inmediato-, Fíjese bien en que, cuando se quema petróleo, lo que ocurre… humpf… es que se produce la fotosíntesis al contrario. Es decir, que el hidrógeno se libera del carbono y se asocia con el oxígeno. Como se queda solo, el carbono también se asocia con el oxígeno, y crea un nuevo compuesto. ¿Cómo se llama… humpf… ese compuesto?

– Dióxido de carbono -repitió Filipe sin perder tiempo.

– ¿Y cuál es el compuesto más responsable del efecto de invernadero que provoca el… humpf… calentamiento del planeta?

– El dióxido de carbono -dijo el geólogo como si fuese un disco rayado.

– Entonces, ¿qué ocurre si quitamos el carbono de la ecuación?