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– ¡Ay! -gritó viendo literalmente las estrellas.

– Estate quieto -le recomendó Filipe, apoyándole el cuerpo-. No te muevas, Casanova.

– Joder -farfulló, con los ojos y los dientes apretados debido al dolor-. Me duele mucho -gimió-. Por debajo de la rodilla.

– Estate quieto -insistió su amigo-. Creo que te has roto la pierna.

El dolor brutal tuvo el poder de despertarlo totalmente. Fue como si la neblina se hubiese despejado de repente y ahora lo viese todo claro. En cuanto se le calmó el dolor, Tomás estiró el cuello e intentó observar la pierna izquierda.

– ¿Está mal?

– ¿Qué? ¿La pierna? -Filipe miró la pierna-. Te va a quedar bien, no te preocupes. Ya viene ahí el médico de la Policía. -Meneó la cabeza y sonrió-: Nunca he visto a un tipo con tanta suerte como tú.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?

Filipe se rio.

– ¿Por qué? ¿Aún tienes la osadía de preguntar por qué?

– No veo de qué…, ay…, te sorprendes.

Su amigo le señaló el enorme peñasco justo al lado.

– Mira: ¿te has fijado bien dónde te caíste? Fueron casi diez metros, ¿qué te crees? Te caíste desde casi diez metros de altura y sólo te rompiste una pierna.

– ¡Estás bromeando!

Filipe apuntó con la cabeza hacia un lado. Tomás miró en aquella dirección y vio un cuerpo tumbado en el suelo.

– Entonces pregúntale a tu amiguito a ver si estoy bromeando.

– ¿Quién es ése?

– Es el ruso con quien te caíste desde ahí arriba.

– ¿Cómo está él?

– ¿Qué te parece?

– ¿Está muerto?

– Más muerto que Tutankamón. -Hizo una mueca-. Tú también lo estarías si no hubieses caído encima de él. El cuerpo del tipo amortiguó tu caída, en eso tuviste suerte.

– Caramba -exclamó Tomás-. ¿Has visto las vueltas que da la vida? Vino detrás de mí para matarme y acabó salvándome la vida.

– Sí, ha sido un tipo legal. Ha dado la vida por ti. -Le guiñó un ojo-. Espero que le devuelvas la gentileza y aparezcas por lo menos en la misa que recen por él, ¿no?

– Vete a la porra. -Miró una cantimplora apoyada en el suelo-. Oye, me estoy muriendo de sed.

Filipe desenroscó el tapón de la cantimplora y le dio de beber. Sorbió el agua con la avidez de un hambriento delante de un banquete. Bebió un trago tras otro hasta que se vació la cantimplora y se sintió medio saciado, pero no del todo; al final, había quedado seriamente deshidratado mientras huía de Igor.

– Caramba -exclamó Filipe al comprobar que la cantimplora se había vaciado-. Realmente tenías mucha sed, Casa- nova. ¿Quieres más?

Tomás hizo un gesto afirmativo.

– Sí -murmuró después, casi sin aliento.

Filipe se dirigió al policía que observaba la escena detrás de él.

– ¿Tiene más agua?

– Creo que sólo en los coches patrulla, que están al otro lado -dijo el australiano-. Voy a buscarla.

El policía dio media vuelta. Tomás vio cómo se alejaba.

– ¿Cómo se enteró la policía de todo esto?

– Es una larga historia.

– Sabes que me gustan las historias largas.

Filipe frunció el ceño.

– ¿Quieres que te la cuente ahora?

– ¿Y por qué no?

Su amigo suspiró.

– La Policía ha estado vigilándonos desde el principio -reveló-. La casa de James tiene micrófonos instalados por todas partes, y ellos siguieron todos los detalles.

Tomás miró interrogativamente a su amigo, con una expresión de perplejidad impresa en el rostro.

– Pero ¿qué demonios de historia es la que me estás contando?

– Bien, estoy contándote lo que ocurrió.

– Pero ¿cómo se enteró la Policía de esto?

– Fui yo quien les di el aviso.

– ¿Avisaste a la Policía? -Meneó la cabeza-. No consigo entenderlo -exclamó, intentando reordenar las ideas-. ¿No eras tú el que decías que, frente a los gigantescos intereses que estaban en juego, no se podía confiar ni en la Policía?

– Lo dije, y es verdad.

– ¿Entonces? ¿Cómo es que aparece la Policía en medio de todo esto?

– Las circunstancias cambiaron y fue necesario alertarlos. Colocaron micrófonos en la casa y observaron la llegada de los gánsteres, además de estar atentos a la conversación que la sucedió.

– Pero ¿por qué razón no los detuvieron enseguida?

– Por varios motivos, Casanova. Era necesario grabar la conversación para reunir elementos que los incriminasen. Por otro lado, teníamos la esperanza de que los rusos revelasen en un descuido quiénes les daban las órdenes.

– Cosa que no llegaron a revelar.

– Pues no, pero al menos lo intentamos. El plan era dejarlos hablar a sus anchas, por lo menos mientras no hubiese un peligro inminente para nuestra seguridad. Después deberíamos llevarlos hasta las Olgas, donde los capturarían a la salida de Walpa Gorge. -Apuntó en una dirección-. Hay allí un claro que habría sido propicio para la intervención, ¿lo ves? El problema fue que un policía resbaló allí arriba, cuando vigilaba nuestro paso por el desfiladero, y los rusos descubrieron la trampa. -Sonrió-. Escapamos por poco, ¿eh?

Tomás esbozó el gesto propio de quien aún no logra entender lo ocurrido.

– Disculpa, pero sigo sin comprender qué te llevó a llamar a la Policía, después de estar años huyendo de ella.

Filipe carraspeó, pensando por dónde empezar. Concluyó que no hay mejor forma de iniciar una narración que empezar por el principio.

– Oye, Casanova, vamos a retroceder en el tiempo -propuso-. Cuando Howard y Blanco aparecieron muertos el mismo día con un triple seis al lado, y James y yo descubrimos que si habíamos escapado se debía al hecho de habernos ausentado inesperadamente de casa, los dos concluimos que teníamos que desaparecer del mapa. La industria del petróleo había descubierto que éramos una amenaza y, por lo visto, había decidido eliminarnos.

– Todo eso ya lo sé.

– El problema es que desaparecer del mapa, como te puedes imaginar, no resulta tan sencillo. Es fácil decirlo, pero no es fácil hacerlo. La verdad es que la industria petrolera dispone de enormes recursos y no les iba a resultar difícil a los tipos que estaban detrás de todo lograr localizarnos, sobre todo porque nuestros recursos son irrisorios cuando se comparan con los suyos. James y yo tenemos algún dinero, pero nada que nos permitiese escapar de un enemigo de tal envergadura.

– Entonces, ¿qué hicisteis?

– Concluimos que teníamos que conseguir un aliado, y deprisa. Una posibilidad obvia era dirigirnos a la Policía, pero, como ya te he dicho, enseguida nos dimos cuenta de que no habría Policía en el mundo que pudiera protegernos durante mucho tiempo. Estuvimos pensando sobre ello, y fue entonces cuando James se acordó del aliado perfecto, alguien que podría tener la voluntad y los recursos para protegernos y hasta para ayudarnos a concluir nuestras investigaciones.

– ¿Quién?

Filipe sonrió, como si quisiera hacer durar el misterio.

– ¿No llegas a imaginarlo?

– Yo, no.

– Piensa bien -lo desafió-. ¿Quién podrá estar interesado en hacer lo posible por frenar el calentamiento global?

– ¿La humanidad?

– Claro que el interés es de la humanidad, idiota. Pero ella no actúa espontáneamente, ¿no? Me estoy refiriendo a un grupo organizado.

Tomás amusgó los ojos, en un esfuerzo por adivinar la respuesta.

– Sólo consigo ver a los ecologistas.

Su amigo se rio.

– Esos hablan mucho, no hay duda, pero no disponen de los recursos necesarios para ayudarnos. Yo estoy hablando de un aliado muy poderoso, lo bastante fuerte para hacer frente a la industria petrolera.