Volvió a tragar saliva, se obligó a levantar la linterna y mirar a su alrededor. Estaba segura de que se toparía con alguien -un ser maligno-, pero poco a poco la sensación de estar sola se fue intensificando. Estaba sola con los muertos.
Se recordó a sí misma que todos eran Colyton, sus antepasados. Si alguien tenía algo que temer allí era aquel que quería robar el legado familiar.
Recordando las instrucciones del malhechor, se acercó lentamente a la tumba de su antepasada, de aquella mujer que había tenido la suficiente visión de futuro para guardar el tesoro y esconderlo tan ingeniosamente.
Al llegar a la tumba, levantó la pesada bolsa de lona y la puso donde antes había estado la caja del tesoro. AI soltar la bolsa, las monedas y las joyas tintinearon en el interior.
El ruido resonó en la oscuridad. Em esperó, preguntándose, con los sentidos cada vez más agudizados, desde qué dirección llegaría el peligro. Se giró lentamente y no vio a nadie.
– Emily.
El nombre llegó a ella como un susurro fantasmal. Al principio pensó que se trataba de un producto de su imaginación.
Pero luego volvió a escucharlo, más insistente y ligeramente burlón.
– Emi… ly.
La voz provenía de unos huecos oscuros en la pared, de los túneles que conducían al corazón de la cordillera de piedra caliza. -Emi… ly.
Más insistente todavía. Definitivamente, era la voz de un hombre, no las de sus hermanas. Pero era una voz que ella no reconoció.
La joven vaciló un momento, luego recogió la bolsa de lona y se dirigió a la abertura. Levantó la linterna mientras rogaba por ver a las gemelas, pero lo único que sus ojos percibieron fue las paredes de un estrecho pasaje que no sabía a dónde conducía.
Que se adentraba en una oscuridad total.
– Emily.
Ahora había una nota de reprimenda, casi de desaprobación, en la voz. Era evidente que se suponía que tenía que seguir adelante y adentrarse en el túnel.
El pánico hacía que el corazón se le agitara como un pájaro en el pecho. Sólo de pensar en lo que estaba a punto de hacer hacía que la sangre huyera de su rostro.
Pero no podía desmayarse, no podía hacerlo ni tampoco podía retroceder. Las gemelas confiaban en ella, era su única esperanza.
Se obligó a respirar hondo, a calmar su galopante corazón. Agarró con fuerza la bolsa de lona, cerró firmemente los dedos en torno al asa de la linterna y levantándola, se internó en aquella opresiva oscuridad.
Era ya media tarde cuando Jonas regresó a Grange. Había buscado a Silas y a Potheridge por todas partes sin encontrar a ninguno de ellos. Sin embargo, según le había dicho la señorita Hellebore y la señora Keighley -esta última refiriéndose a Silas-, los dos hombres estaban en el pueblo o, al menos, regresaban a sus camas todas las noches.
Pero parecía como si ambos estuvieran jugando al escondite.
Por lo que era muy posible que uno de los dos, incluso ambos, supieran algo de su ataque.
Estaba bastante seguro de que el hombre que le había golpeado no era Silas, y el sigilo del ataque le hacía dudar que hubiera sido Potheridge; el tío de Em era corpulento y caminaba arrastrando los pies. Jonas dudaba que pudiera moverse silenciosamente en un suelo de baldosas, así que mucho menos en el sendero del bosque.
Pero Potheridge era un matón, y Em había desbaratado sus planes. Por el modo en que le había puesto en evidencia, Harold tenía suficientes razones para actuar con violencia. Y Silas podía estar suficientemente desesperado para considerar que el tesoro era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. Puede que no le hubieran golpeado personalmente, pero no le sorprendería que uno de ellos hubiera contratado a un matón y le hubiera dicho dónde debía esperarle para atizarle.
Lamentablemente, que Silas o Potheridge contrataran a alguien para que hiciera el trabajo sucio era algo que no le costaba mucho creer.
Regresó a su casa por el camino que conducía a la puerta principal. En vez de molestar a Mortimer, rodeó el porche delantero y entró por una puerta lateral. Una vez en el vestíbulo se dirigió a la biblioteca, justo cuando Gladys irrumpía por la puerta de servicio.
– ¡Oh, menos mal que le encuentro! -Se acercó a él a toda prisa, agitando una nota doblada-. Jenny, la doncella del piso superior, encontró esto en el escritorio de su dormitorio. Entonces no estaba doblada, pero la chica no sabe leer y como no estaba segura de si debía tirarla o no, me la entregó a mí. Yo tampoco la he leído, no es de mi incumbencia, pero como observé que es de la señorita Emily, pensé que usted querría leerla en cuanto llegara.
Jonas cogió la nota, la desdobló y comenzó a leerla.
Gladys se dirigió de vuelta a la cocina.
– No es que importe, pero no tengo ni idea de cómo llegó a su escritorio. Por lo que sé, no ha venido nadie esta mañana.
Su voz se desvaneció cuando atravesó la puerta de servicio y la cerró a sus espaldas.
Pero Jonas ya no escuchaba. Tenía los ojos clavados en las palabras llenas de pánico de Em. Sus pensamientos habían sido capturados, captados por lo que ella había escrito y, aunque la última parte de la carta, donde la joven le declaraba su amor, le había llenado de alegría, sus ojos no hacían más que releer las primeras líneas de la misiva.
Apenas podía creer lo que decía.
¿Se había marchado sola a enfrentarse al peligro, a un secuestrador -quizá Potheridge-para rescatar a las gemelas? ¿Iba a entregar el tesoro, el futuro de su familia que tanto le había costado obtener, casi sin esperanzas de sobrevivir? Porque por el tono de las últimas líneas no parecía que tuviera muchas esperanzas de hacerlo.
– ¡Maldita sea! -Apretó los dientes y metió la nota en el bolsillo. Em le había prometido -prometido-que le contaría todos los problemas que tuviera, que los compartiría con él y que le dejaría ayudaría. Cierto, le había escrito esa nota, pero resultaba evidente que ella no había esperado que la encontrara hasta mucho más tarde.
Lanzó una mirada al reloj. Jonas la había dejado a las dos. Acababan de dar las cuatro. Considerando el tiempo que había invertido en buscar a las gemelas, encontrar la nota del secuestrador, llegar hasta Grange para coger la llave, recoger el tesoro y llevarlo a la iglesia, la joven no le llevaba mucha ventaja.
No había terminado de concluir ese pensamiento, cuando ya se dirigía a grandes zancadas a la puerta trasera. Salió al camino y echó a correr. Cuando atravesó el límite de los árboles y alcanzó el sendero del bosque, alargó sus zancadas y corrió más deprisa.
El modo más rápido de llegar a la iglesia era por el camino de la posada.
Sintió un sudor frío en la nuca. Un temor helado floreció y le envolvió el corazón. Sabía que ella pagaría el rescate, que entregaría el tesoro para salvar a sus hermanas… Lo mismo que habría hecho él. Pero los secuestradores eran personas desesperadas, y se mostraban especialmente desesperados por ocultar su identidad. ¿Qué haría el villano una vez que las gemelas y ella le hubieran visto la cara?
La respuesta era demasiado evidente. Corrió todavía más rápido; sus botas resonaban en el camino al compás del latido de su corazón.
¿Había conseguido por fin el amor de Em para que le fuera arrebatado? No. Eso no podía ocurrir. Daría cualquier cosa, incluida su vida, para mantenerla a salvo.
Em se sentía como si la montaña se la estuviera tragando. El estrecho pasaje se extendía sin fin. Apenas era lo suficientemente ancho para que lo atravesara un hombre y se inclinaba suavemente hacia abajo. La oscuridad más allá del círculo de luz de la linterna era tan intensa que parecía tragarse la realidad; el único trozo de mundo que existía estaba contenido dentro de la brillante esfera de luz.