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A pesar de decirse que la débil brisa significaba que no estaban realmente encerradas allí, que no importaba aquella oscuridad, que no había ningún otro ser vivo en aquella caverna, el miedo comenzaba a dominar a Em. Era como un enorme globo en su pecho que le oprimía los pulmones y le impedía respirar.

Pero las gemelas confiaban en que ella las sacaría de allí. No tenía tiempo para desmayarse.

– ¿Aquí abajo hay ratones? -susurró Bea.

– Lo dudo mucho -respondió Em tan despreocupadamente como pudo-. Aquí no hay comida para los ratones. -Ah. -Bea se quedó callada. Entonces intervino Gert. -¿Y tampoco hay arañas?

– Hay demasiada humedad. -O al menos eso esperaba Em. Aquellas espeluznantes criaturas le daban bastante miedo.

De repente la corriente de aire se incrementó. Em frunció el ceño; eso quería decir que se acercaban a la entrada del pasadizo, pero, según sus cálculos, ésta todavía se encontraba a bastante distancia.

¿Podría haber dos pasadizos?

No había visco el o ero, pero la corriente de aire que llegaba hasta ella parecía más fuerte.

Se detuvo para evaluar la situación. Cerró los ojos, concentrándose en la corriente de aire que le daba en las mejillas, y movió lentamente la cabeza de derecha a izquierda.

No… Sus sentidos no la engañaban. El aire fluía ahora desde dos ángulos diferentes.

Había dos pasadizos.

¿Cuál era el que las conduciría a la seguridad de la cámara Colyton?

Recordó que tanto Jonas, como más tarde Henry, habían dejado caer algún comentario sobre los intrincados pasadizos que se interconectaban en el interior de la cordillera y cómo la gente se perdía en su interior y jamás se volvía a saber de ella.

Manteniendo un tono de voz tan despreocupado como pudo, les preguntó:

– ¿Visteis algún otro pasadizo o túnel cerca del que parte del mausoleo?

– Hay otro -dijo Gert-. Otro pasaje como el que el señor Jervis nos hizo tomar. Estaba a nuestra izquierda cuando llegamos a esta caverna.

Dándole gracias a Dios por lo observadoras que eran las niñas, Em asintió con la cabeza.

– Muy bien, así que el pasadizo que conduce al mausoleo es el que está ahora a nuestra izquierda.

Decidir qué dirección tomar con los ojos cerrados era muy desorientador. Los abrió y giró la cabeza para que la brisa que llegaba del túnel que no debían tomar le soplara directamente en la cara. Esa, se dijo a sí misma, es la dirección incorrecta.

Frunció el ceño y aguzó la vista. ¿La estaban engañando sus ojos, su imaginación, o las paredes en el interior del pasaje erróneo comenzaban a iluminarse haciéndose cada vez más visibles?

En medio del silencio, les llegó el resonante sonido de unos pasos.

Un hombre con botas. ¿Hadley o sus rescatadores?

¿O quizás ambos?

Sus agudizados sentidos detectaron dos tipos de pasos diferentes acercándose a ellas. Por un lado se oían las zancadas de alguien que corría, por otro, aunque algo más distante, se oían unos pasos rápidos, apresurados, pero más lentos que los primeros.

El hombre que se encontraba más cerca llegaría por el túnel de la derecha, mientras que el otro, más lento, provenía, del mausoleo.

El único hecho que Em podía discernir por el sonido de los pasos era que los dos hombres llevaban botas de caballero, no las que utilizaban los campesinos para trabajar en el campo.

Hadley, Jervis o como se llamara, llevaba botas esa tarde. Y Jonas siempre las usaba.

Delante de ellas, todavía a unos metros pero no tan lejos como ella había pensado, la pared de la caverna tenía una abertura más discreta, que se definía cada vez más ante sus ojos por el creciente resplandor que iluminaba el túnel.

Los dos hombres portaban linternas.

Uno venía a rescatarlas, el otro era el peligro.

¿Quién era quién?

Gracias a Dios, las gemelas permanecieron en silencio. Em notó que se aferraban con más fuerza a sus faldas.

Con pasmosa claridad se dio cuenta de que aunque ella y las gemelas podían ver perfectamente bien a los hombres, éstos no podían verlas a ellas. Las tres estaban todavía lo suficientemente lejos de las bocas de los túneles como para que no las delatara la luz de las linternas. La caverna parecía un espacio infinito que se tragaba cualquier luz, pero ellas, con los ojos acostumbrados a la oscuridad, les veían claramente…

Em escudriñó a su alrededor. Unos metros atrás, a la derecha, había una hilera de estalactitas. Eran las que les habían bloqueado el paso de la corriente de aire del pasaje de la derecha hasta que las rodearon.

Bajó la mirada a las gemelas, luego las rodeó a cada una con un brazo y se incline').

– No hagáis ningún ruido -les pidió en un bajo susurro.

Las hizo retroceder unos pasos hasta que se refugiaron detrás de las estalactitas de caliza.

– Agachaos -murmuró. Em se agachó, y las niñas también lo hicieron obedientemente a cada lado, acurrucándose contra ella. Em dejó la linterna delante, sobre el suelo de roca. Luego puso los brazos protectoramente sobre los hombros de las niñas, inclinó la cabeza y murmuró-: Quiero que me soltéis por si acaso tengo que moverme. -Sintió que las niñas aflojaban los dedos lentamente, casi a regañadientes, soltando las faldas-. Es necesario que mantengáis las cabezas bajas para que no os vean. Y que os quedéis aquí, escondidas, hasta que yo o Jonas os gritemos que salgáis.

El hombre del pasaje de la derecha corría con gran estrépito hacia ellas.

– Ya sabéis, no hagáis ningún ruido -fue lo último que se atrevió a decir.

Hadley irrumpió en la caverna con la respiración jadeante. Se detuvo unos pasos delante del umbral. Entonces levantó la linterna, describiendo un círculo de luz para mirar con atención el fondo de la caverna.

La luz pasó por encima de sus cabezas, pero Hadley escudriñaba mucho más allá de ellas.

El artista masculló una maldición, luego levantó la voz.

– ¡Emily! -la llamó con un susurro enérgico muy diferente al anterior deje burlón. Cuando sólo le respondió el silencio, continuó-: He cambiado de idea. Salga y la llevaré afuera.

Em contuvo un bufido sarcástico.

El segundo hombre se acercaba por fin a la caverna. Cuanto más cerca estaba, cuanto más claros eran sus pasos, más segura estaba Em de que se trataba de Jonas.

Seguridad. Protección. Salvación.

Em no entendía cómo era posible que él hubiera aparecido con tanta rapidez, pero no podía estar más agradecida.

Aprovechando el eco resonante de sus pasos, la joven se inclinó sobre sus hermanas y murmuró:

– No os levantéis. No os mováis.

Hadley podía oír a Jonas cada vez más cerca; todavía jadeaba y miraba a su alrededor de manera frenética. Después de una última ojeada a la caverna, se volvió para mirar al otro pasadizo.

Pasó un segundo y entonces él bajó la mirada a la linterna. Se movió hacia la entrada del pasaje del mausoleo, luego dejó con cuidado la linterna en el suelo, dejando que iluminara la entrada del otro pasadizo.

Para que iluminara a Jonas cuando entrara en la caverna.

Cuando Hadley se irguió, Em observó que deslizaba la mano derecha en el bolsillo y un segundo después percibió el destello brillante de una hoja afilada. Con paso sigiloso, el hombre se alejó de la linterna y rodeó el círculo de luz.

Acercándose a donde estaban ellas.

Em contuvo el aliento, pero ahora que sólo prestaba atención al pasadizo por el que aparecería Jonas, Hadley ya no las buscaba. Ni siquiera lanzó una mirada a las estalactitas que las ocultaban.

Cuando se deslizó entre ellas y la luz que emitía la linterna, Em pudo observar con más claridad el cuchillo que llevaba en la mano.

El eco de los pasos de Jonas era cada vez más fuerte.

Hadley continuó moviéndose hasta que se detuvo a la izquierda del pasaje que provenía de la cámara Colyton, para estar al otro lado de la luz de la linterna cuando Jonas entrara en la caverna.