– Susan, la madre de las gemelas, conocía la existencia del tesoro. No estoy segura de si tenía constancia de la rima, pero las gemelas la conocen desde su más tierna infancia, igual que Issy, Henry y yo.
Brincando delante de ellos, Bea se dio media vuelta para añadir:
– Fue el señor Jervis quien le dijo al oficial de policía, después de que mamá se fuera al Cielo, que deberían enviarnos a vivir con Em en casa de tío Harold.
– ¿De veras? -Por la expresión que puso, aquélla era una información que Em desconocía-. Bueno, eso fue muy amable de su parte.
Gert soltó un bufido.
– No lo hizo porque fuera amable. Le oí decir que esperaba que eso supusiera más carga para ti. -Se volvió a mirar a Em-. Pero nosotras no somos una carga para ti, ¿verdad?
– El señor Jervis no es bueno -dijo Em-. Y no deberíais creer nada de lo que dicen los hombres malos.
Cuando, más reconfortadas, Gert y Bea volvieron a mirar hacia delante, la joven intercambió una mirada aún más significativa con Jonas.
El aminoró el paso, igual que ella.
– Parece como si Hadley, o Jervis, si es ése su nombre de verdad -susurró Jonas mientras las gemelas continuaban avanzando a paso vivo-, quisiera el tesoro, pero no hubiera tenido intención de buscarlo. Apareció unas semanas después que tú; no le habría sido difícil contratar a alguien para que le avisara cuando dejaras la casa de tu tío. ¿Conocía Susan tu plan para marcharte de allí en cuanto cumplieras veinticinco años?
Em asintió con la cabeza.
– Issy y yo le escribíamos con frecuencia… era un secreto a voces entre Susan y nosotras.
– Así que Jervis también lo sabía, e imaginaría que, con las gemelas a tu cargo, te sentirías cada vez más presionada y que te largarías de allí en cuanto pudieras.
– Y tenía razón -admitió Em-. La actitud de Harold hacia las niñas fue la gota que colmó el vaso.
Cuando llegaron a la cámara Colyton, encontraron a Thompson y a Oscar sentados sobre las tumbas, balanceando las piernas mientras esperaban. Se pusieron en pie cuando las niñas se acercaron corriendo a ellos, hablando de hombres malos, linternas y puñales.
Thompson miró a Jonas arqueando una ceja.
El señaló el túnel con un gesto de cabeza.
– Hadley está inconsciente en la caverna en la que desembocan los dos túneles.
– Ahora mismo vamos Oscar y yo a buscarle. -Thompson cogió la linterna que había dejado sobre una tumba cercana.
– Ten -dijo Jonas tendiéndole la suya a Oscar-. Tendréis que bajar uno por cada túnel, pues Hadley podría subir por uno mientras bajáis por el otro.
Thompson asintió con la cabeza, sonriendo ampliamente sin disimular su regocijo ante la expectativa.
– No podrá eludirnos. -Volviéndose hacia Em, Thompson le tendió la bolsa de lona-. Creo que esto es suyo, señorita.
– Gracias. -Em cogió la bolsa, suavizando con una sonrisa lo que hasta entonces había sido una expresión seria.
– Nos vamos a buscar al villano. -Con una inclinación de cabeza y un saludo, Oscar se dirigió al túnel más alejado, dejando el otro para su hermano.
Cuando la luz de sus linternas se desvaneció, Jonas cogió la que sostenía Em. Ignorando el dolor que irradiaba desde su hombro, la alzó y condujo a las tres hermanas por los sinuosos escalones hasta la cripta, y de allí a la iglesia.
Allí encontraron a un buen grupo de rescatado res preocupados por ellos y a punto de bajar a la cripta para ayudarlos; con Filing, Issy y Henry a la cabeza. Cuando oyeron los pasos apresurados de las gemelas en los escalones, todos se quedaron callados y aguardaron. Cuando irrumpieron en aquel escenario de expectante quietud, las gemelas se convirtieron con rapidez en el centro de la atención. Contaron su historia, así como la de Em y Jonas. Tras intercambiar una mirada irónica con Jonas, Em dejó que las niñas distrajeran a todo el mundo.
También se mantuvieron en silencio cuando, dejando allí a
Thompson y a Oscar, todos se dirigieron a la posada. Allí había todavía más vecinos que esperaban impacientes escuchar el resultado del secuestro y la petición de rescate. Después de que Edgar hubiera ido a buscar a Thompson a la herrería, había regresado para atender la taberna. Em observó que había demasiada gente en la posada para lo que debería haber sido una tranquila tarde de jueves.
Todos esperaban ver a Jervis -alias Hadley-cuando Thompson y Oscar le llevaran allí, pero se quedaron con las ganas.
– No lo hemos encontrado -les informó Thompson cuando llegó-. Llegué un poco antes que Oscar a la caverna, pero ya no estaba allí. No pasó por nuestro lado o al menos no pudimos verlo. No nos adentramos demasiado ya que nos imaginábamos que él no podría ir muy lejos sin una linterna que le iluminara el camino. Así que regresamos y cerramos tanto la puerta de la cámara Colyton como la de la cripta. -Thompson le dio la llave a Filing-. Creo que es mejor que la tenga usted, señor Filing. Por si acaso alguien quiere bajar más tarde para comprobar si está esperando para salir.
– Creo que será mejor bajar mañana -intervino Oscar-. Después de una noche en la cámara Colyton, se mostrará mucho más pacífico.
Em observó que todos asentían conformes, aunque unos eran más renuentes que otros a dejar a Jervis abandonado allí hasta la mañana siguiente. Sus intentos para hacerse con el tesoro -atacar a Jonas, secuestrar a las gemelas y finalmente a ella, y volver a herir a Jonas- habían enfurecido a todos los vecinos como si hubiera atacado directamente al pueblo.
Em se sintió a la vez reconfortada e inspirada al saber que su familia y ella eran consideradas ahora parte de la vida del pueblo.
Una de las primeras personas que surgió de la multitud fue Gladys. Una vez que le señalaron la herida de Jonas, el ama de llaves apretó los labios y se marchó. Poco después se desvaneció el bullicio inicial e, ignorando la opresión que le producía la discusión pendiente y la tensión que había entre ellos, Em agarró a Jonas del brazo.
– Ven a la cocina para que pueda curarte el brazo.
El soltó un bufido, pero permitió que le condujera a la cocina. Ella le indicó que se sentara en una silla ante el fuego, donde se cocinaba la cena de esa noche. Hilda colocó unos paños y una palangana de agua caliente sobre la mesa; Em escurrió uno de los paños y, tras torcerlo, se puso a humedecer la chaqueta y la camisa en la zona de la herida para poder quitárselas.
Cuando finalmente estuvo sin camisa, Jonas volvió a sentarse en la silla, mirando con los ojos entrecerrados la herida que tenía en el hombro. Em la estudiaba con atención, mascullando para sus adentros; luego comenzó a limpiarla con cuidado. A pesar de todo, él no podía evitar sentirse orgulloso de sus cuidados, de aquella sencilla prueba de afecto.
Sintió cada suave roce, cada apretón tranquilizador de los dedos de la joven contra su piel herida, disfrutando del momento, de todo lo que significaban aquellas atenciones, todas sus connotaciones, debilitando su determinación de sacar a colación la pospuesta discusión.
Sabía que Em le amaba. Lo sabía porque podía sentirlo en el roce de su mano cuando le secaba el hombro con tiernos toquecitos.
– Esto -dijo Hilda, acercándose con un tarro de bálsamo-le ayudará a curarse.
Em cogió un poco con los dedos y extendió el bálsamo de hierbas sobre la piel lacerada. Finalmente, puso una gasa sobre la herida y la sujetó con unas vendas.
Justo cuando Jonas se dio cuenta de que ya no tenía ropa que ponerse, Gladys apareció por la puerta trasera con una camisa y una chaqueta que reemplazaban las que habían quedado inservibles. Em ni siquiera había pensado en eso.
El agradeció la ropa limpia, se puso en pie y se vistió con rapidez. Hilda y Gladys regresaron al salón de la posada. Jonas se volvió hacia Em y la miró directamente a los ojos.
– Gracias.
Apartando a un lado los paños y la palangana, la joven se encogió de hombros.
– Es lo menos que puedo hacer después de que te hayan herido por defenderme. -Le lanzó una mirada al hombro-. ¿Estás mejor? El movió el hombro con cuidado. -Sí. Ya no me duele tanto.