Subieron las escaleras del sótano y regresaron al salón, que aún seguía abarrotado de gente. Algunos de los que habían ido a la posada para, averiguar qué estaba pasando, se habían quedado a cenar. Cuando Em entró en la cocina, se encontró a Hilda dando órdenes como un general en medio de un caos organizado.
– Les están esperando en el comedor del primer piso para cenar -informó a Em-. A usted, al señor Tallent y al señor Cynster. La señora Cynster ya está allí con el señor Filing, Henry y sus hermanas.
Sin más dilación, Em subió las escaleras junto con Jonas y Lucifer. Los demás ya estaban sentados a la mesa, esperándoles. Tan pronto como lomaron asiento, Joshua bendijo la mesa. Em nunca antes había estado tan agradecida por la generosidad de Dios. En cuanto las dos doncellas terminaron de servir la mesa, la joven les dio permiso para que fueran a cenar a la cocina, dejando que la familia, así como Jonas, Filing y los Cynster, hablaran con total libertad.
Aunque Issy, Henry y ella misma aún trataban de asimilar su golpe de suerte, las gemelas estaban mucho menos impresionadas. Las niñas siempre habían imaginado que el tesoro Colyton sería algo maravilloso. La realidad sólo había demostrado estar a la altura de sus expectativas. Por consiguiente, ya habían tramado algunos sorprendentes planes para gastarlo.
La alegría y el entusiasmo de las chicas eran contagiosos. Las dos horas siguientes transcurrieron velozmente; Em apenas tuvo tiempo para pensar mientras era bombardeada con sugerencias como «deberíamos comprar una casa en Londres» y «tenemos que comprar un barco para navegar a las Indias», y prácticamente le fue imposible mantener una conversación educada.
Phyllida lo entendió. Captó la mirada de Lucifer y le señaló la puerta. Luego se volvió hacia Em y le dio una palmadita en la mano.
– Debes de estar aturdida y confusa. Mi consejo, y estoy segura de que Lucifer estará de acuerdo conmigo, es que no te precipites. Date el tiempo que necesites para asimilar las cosas…, para reflexionar y considerar todas las opciones antes de tomar cualquier decisión. -Phyllida sonrió y Em vio entonces lo mucho que se parecía a Jonas-. Has encontrado el tesoro y está a salvo, y tanto tú como tu familia estáis aquí, en Colyton. -Phyllida miró a Jonas y a Filing, que discutían algún asunto con Lucifer y, poniéndose lentamente en pie, añadió-: estoy segura de que a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que tanto tú como Issy, Henry y las gemelas sois bien recibidos aquí.
Em sostuvo su mirada oscura e inclinó la cabeza.
– Gracias, es un buen consejo.
Phyllida se acercó a su marido, y se fueron. Dejando a Issy y Joshua a cargo de las gemelas, Em insistió en bajar y dejarse ver -como era su deber de posadera- en el salón de la posada.
Jonas suspiró, pero no intentó disuadirla. La acompañó escaleras abajo, y se sentó en la barra del bar con los demás hombres para charlar y beber una cerveza, mientras observaba a Em moviéndose de un lado para otro, comprobando que todo estuviera en orden, charlando con algunas damas y regresando a la cocina para comunicarle algo a Hilda antes de volver a aparecer detrás de Edgar en la barra.
Sospechó que era la manera que tenía Em de obligarse a salir de su aturdimiento. Buscar y encontrar el tesoro había sido muy excitante, pero descubrir la extensión del legado de sus antepasados había sido toda una sorpresa. Una sorpresa muy comprensible, que dejaría estupefacta a cualquier dama pero más especialmente a una que se había pasado los últimos meses al borde de una incipiente miseria y que lo había arriesgado todo en pos de un sueño.
Un sueño que se había convertido en una maravillosa realidad.
Por supuesto, él estaba muy tranquilo y bastante orgulloso. Ahora que ella había encontrado el tesoro, aquella riqueza recién descubierta serviría para soslayar el buen número de dificultades que ella había encontrado para aceptar su proposición de matrimonio. A Jonas nunca le había importado que Em no tuviera dinero, pero sabía que a ella sí le importaba. Ahora tendría una dote decente, suficiente para aceptar su proposición sin la menor objeción.
El futuro de Henry y sus hermanas estaba asegurado, y Em pronto se dedicaría a pensar en él y en su propuesta matrimonial.
Pronto le dedicaría más tiempo a él y al lugar que él deseaba que ocupara en su vida.
Jonas se sentía claramente en paz con el mundo cuando, después de que los últimos clientes se marcharan y echaran el cerrojo a la puerta de la posada, siguió a Em escaleras arriba hasta sus aposentos.
Ignorando la vela que estaba encendida en el tocador del recibidor, Em le condujo por la salita hasta el dormitorio. Él la siguió, observando con cierto júbilo la determinación de la joven, que no vacilaba en llevarle allí.
Em aminoró el paso, luego se detuvo en medio del dormitorio y se volvió hacia él. La luz de la luna entraba por las ventanas sin cortinas, arrojando un brillo plateado y nacarado sobre la estancia. Lo miró a la cara y luego bajó la vista.
– Si no te importa, creo que es mejor que seas tú quien guarde esto.
Siguiendo la dirección de su mirada, él vio la pesada llave de la celda sobre la palma de su mano. Algo se paralizó en su interior.
Transcurrió un instante antes de que él se obligara a preguntar.
– ¿Estás segura?
– Segura de confiar el futuro de su familia en sus manos.
La joven curvó los labios, plateados bajo la luz de la luna.
– Sí, estoy segura. Cógela, por favor. Puedes esconderla en Grange. Hay demasiada gente entrando y saliendo de la posada estos días, en especial ahora que tenemos inquilinos. -Ella respiró hondo, alzó la cabeza y lo miró a los ojos-. Me sentiré mucho más tranquila sabiendo que la tienes tú.
Jonas alargó la mano hacia la de ella y cogió la llave. Al clavar los ojos en los de Em, vio la absoluta confianza de la joven en él. Se metió la llave en el bolsillo de la chaqueta y alargó los brazos hacia ella.
Em dejó que la atrajera hacia su cuerpo, se puso de puntillas y le enmarcó la cara con sus pequeñas manos, mirándole directamente a los ojos. Luego le besó llena de anhelo, tentándole lentamente; no había dudas de que aquello era una invitación.
Los dos tenían mucho que celebrar.
Él la abrazó, estrechándola contra su cuerpo, donde estaba su lugar. Le devolvió el beso con un hambre feroz, tan alborozado y extasiado como ella.
Mientras intentaban saborear el momento, compartir el triunfo y, sobre todo, celebrar el éxito y todo lo que conllevaba.
Em lo siguió en cada paso del camino mientras él los conducía inexorablemente hacia las llamas de la pasión. Ese era, claramente, un momento que saborear, una noche en la que reconocer, aceptar, abrazar y dar gracias por los dones recibidos.
Sí, el tesoro Colyton era uno de ellos, pero durante su búsqueda habían descubierto algo más importante, más imperecedero que el oro y las joyas e infinitamente más precioso.
Em le ofreció su boca y él la tomó, reclamándola con firmeza, apoderándose apasionadamente de ella. Entonces, Jonas le entregó las riendas y dejó que fuera ella quien tomara la iniciativa mientras él le desataba las cintas y le desabrochaba los botones del vestido.
La ropa cayó al suelo.
La de ella, la de él, hasta que sólo hubo un charco de tela a sus pies iluminado por la luz de la luna.
Hasta que Em quedó desnuda, ansiosa y llena de deseo ante él.
Jonas dejó que la joven le descalzara, luego se rindió a las apremiantes exigencias femeninas y permitió que se arrodillara ante él para bajarle los pantalones.
Con rapidez, Jonas se deshizo de la camisa que Em había desabrochado y la miró a los ojos, observando las desenfrenadas pasiones, las consideraciones y especulaciones que brillaban en ellos. Antes de que la joven pudiera obrar de acuerdo a ellas, Jonas se quitó los pantalones, la agarró por los hombros y la hizo ponerse en pie, envolviéndola entre sus brazos.
Rozando piel contra piel.