Em contuvo el aliento, con los sentidos estremeciéndose de placer ante el contacto. Con acalorada deliberación, ella le rodeó el cuello con los brazos y se apretó sinuosamente contra él, recreándose durante un momento en el tacto áspero de su piel y en la dureza de los músculos contra sus suaves curvas, después, con un apasionado abandono, le cubrió los labios con los suyos.
Ofreciéndole su boca y poseyendo la de él.
Luego se movió seductoramente contra su cuerpo, presionando sus pechos, doloridos e hinchados, contra la sólida musculatura de su torso, contoneando y apretando las caderas contra sus muslos para acariciar la rígida vara de su erección con su tenso, terso y anhelante vientre.
Jonas le curvó las manos sobre el trasero.
Acariciándolo, amasándolo provocativamente, haciendo que un ardiente deseo atravesara a Em hasta lo más profundo de su ser.
Luego deslizó los dedos, palpando y acariciando, mientras la piel de la joven se humedecía y calentaba, hasta que finalmente la agarró con fuerza y la alzó.
Ella separó las piernas instintivamente para rodearle las caderas con ellas, y cerró los ojos conteniendo el aliento en un trémulo jadeo cuando él la inmovilizó para introducirse en su interior. Un tembloroso gemido escapó de los labios de Em cuando la sensación, primitiva e innegable, la atravesó.
Se aferró firmemente a Jonas, clavándole los dedos en los hombros. Él la agarró por las caderas para inmovilizarla mientras la reclamaba con implacable firmeza, colmándola por completo. Em se quedó sin aliento, se arqueó y le reclamó, dándole la bienvenida con su cuerpo, abrazándole y reteniéndole, rindiéndose y entregándose a él.
En cuanto estuvo enterrado profundamente en su interior, Jonas la sujetó con firmeza y recorrió la escasa distancia que los separaba de la cama. La tumbó de espaldas sobre la colcha, aunque, manteniéndole las caderas en alto. Siguió curvando posesivamente las manos sobre las cálidas curvas de su trasero, sosteniéndola, encendiendo sus sentidos mientras él se enderezaba. Entonces, con los ojos clavados en los de Em, se retiró casi por completo para volver a hundirse en su interior con un fuerte envite, colmándola con firmeza.
Se sentían diferentes; la sensación de aquella posesión era más intensa y profunda que nunca. Ahora no había nada que distrajera a Em; su mente, todos sus sentidos, estaban concentrados, ávida y codiciosamente, en el lugar donde estaban unidos.
La resbaladiza fricción del constante ritmo que él establecía, cada largo envite que la llenaba por completo, se fue intensificando cada vez más hasta que cada firme penetración envió oleadas de placer a las venas de la joven, tensando todas sus terminaciones nerviosas.
Obnubilándole los sentidos.
Em cerró los dedos, aferrándose a la colcha, y movió la cabeza de un lado para otro mientras el brillante fuego crecía en su interior, escuchando su propio gemido cuando sintió que las llamas la alcanzaban, fundiéndola con ellas e impulsándola hacia el éxtasis.
Pero Em quería a Jonas con ella. Le apretó las piernas alrededor de las caderas para enterrarlo más profundamente en su interior, arqueando la espalda tanto como podía hasta que él también alcanzó la cúspide.
Jonas se quedó sin aliento al sentir que perdía el control, al notar que su cuerpo respondía a la llamada apasionada de Em. Con un jadeo, le soltó las caderas, se inclinó sobre ella y se apoyó en ambos codos para no aplastarla con su peso. Luego inclinó la cabeza y clavando la mirada en la cara de Em, mientras ella se contorsionaba debajo de él, empujó una y otra vez, con más fuerza, con más dureza, haciendo que se rindiera a él.
Como él mismo se rendía a ella.
En respuesta, Em le exigió todavía más, deseando fervientemente que continuara con aquella danza primitiva, con el cuerpo delicioso y ardiente, abierto y entregado a él. Sin que pudiera controlarlo, el cuerpo de Jonas respondió, empujando todavía más enérgicamente.
Una verdadera celebración, sólo que más primitiva, más básica y elemental, creció entre ellos, fluyendo sin cesar hasta donde tan desinhibidamente se unían.
Era una tormenta de pasión, de deseo y necesidad, y de algo todavía más intenso y ardiente.
Las llamas los atravesaron y los envolvieron. Durante un instante cegador, la explosión de los sentidos los impulsó al cielo.
Transportándolos hasta un lugar donde el éxtasis era tan vital como el aire que respiraban; lo inspiraron, inundándose y llenándose de él.
El tumulto se fue desvaneciendo, dejándolos sin aliento mientras flotaban en un mar dorado.
Con los párpados entrecerrados, sus miradas se encontraron y se sostuvieron.
Con los corazones acelerados, palpitando al mismo ritmo como si fueran uno solo, supieron lo que sentía el otro en lo más profundo de sus almas.
Em sonrió. Muy lentamente, el gesto se extendió por su dulce cara, iluminando sus ojos dorados con un matiz verde.
El curvó los labios en respuesta, sintiendo que una risita ahogada retumbaba en su pecho.
Finalmente, se apartó y la alzó, tendiéndola sobre las almohadas; luego se unió a ella.
Se sintió reivindicado, honrado y bendecido…, y estaba seguro de que ella sentía lo mismo cuando se acurrucó contra él, apoyando la frente en su hombro.
La satisfacción le envolvía, una satisfacción que nacía de la certeza de que Em tenía que saber, igual que sabía él, que aquello era real, que lo que había florecido y crecido entre ellos y que ahora fluía como un exquisito elixir a través de sus venas, que el poder que les atrapaba y retenía, indefensos y rendidos, que aquello que les inundaba de dicha, aquel poderoso anhelo, eta el verdadero paraíso en la tierra.
Cuando se hundió en la cama, estrechándola entre sus brazos, y subió las mantas para cubrir las piernas de los dos, Jonas no podía estar más seguro de que aquello, y ella, era su verdadero destino.
– ¡Ejem!
Em levantó la mirada del libro de cuentas abierto sobre su escritorio y vio a Silas Coombe en la puerta del despacho.
– Señor Coombe. -Em echó la silla hacia atrás y comenzó a levantarse-. ¿En qué puedo ayudarle?
– ¡No, no, no se levante, querida! -Sonriendo con afectación, Coombe entró en la estancia, haciendo un gesto con la mano para que volviera a sentarse-. Soy yo quien ha venido a ofrecerle mis más humildes servicios.
Más que dispuesta a mantener el escritorio entre ellos, Em volvió a hundirse en la silla y arqueó las cejas.
– ¿A qué se refiere, señor?
– ¿Me permite? -Coombe señaló la silla ante el escritorio. Cuando ella asintió con la cabeza, él se sentó y se inclinó hacia delante para hablar en tono confidencial-. Es sobre… er… el tesoro Colyton, querida. No estoy seguro de si usted está al tanto, pero soy todo un experto, una autoridad en antigüedades de todo tipo. -Adoptando una expresión de serio erudito, Coombe continuó-: Cynster es un experto en joyas y piedras preciosas… así que debería buscar su consejo en lo referente a esos artículos. Pero una de mis especialidades son las monedas, las monedas antiguas. Estaría encantado de ayudarla a evaluar y a vender los doblones y cualquier otro artículo de esa índole.
A Em no le cupo ninguna duda de que Coombe estaría encantado -muy encantado-de que ella le ofreciera las monedas para valorarlas y venderlas. Sonrió, pero el gesto no se reflejó en sus ojos.
– Gracias por su ofrecimiento, señor Coombe. Le aseguro que lo tendré en cuenta, pero mis hermanos y yo todavía no hemos decidido qué haremos con el tesoro, si lo venderemos o lo conservaremos, o si sólo nos desharemos de una parte… -Em se levantó de la silla con una sonrisa educada en su rostro, pero claramente dispuesta a poner fin a la conversación-. Por supuesto, le informaré si al final decidimos aceptar su amable oferta. Gracias por venir.
Los buenos modales de Coombe le hicieron ponerse de pie. Se la quedó mirando fijamente, abriendo y cerrando la boca varias veces antes de darse cuenta de que ella no le había dejado más elección que aceptar su negativa de buena gana. Recompuso la expresión.