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En cuanto le cubrió los labios con los suyos, Jonas sintió, a pesar de que Em estaba más que dispuesta a responder al beso, que estaba distraída. Que seguía pensando y preocupándose por el extraño que había registrado sus habitaciones.

– No está aquí -murmuró Jonas contra su boca-. No regresará. Le lamió y sorbió los labios tentadoramente-. No esta noche. Ni mañana. Ni nunca.

Jonas le mordisqueó el labio inferior, capturando su atención. Con implacable devoción asaltó los sentidos de Em para transportarla, no sin cierta resistencia por su parte, a un mundo de poderosas sensaciones, lo suficientemente intensas para que pudieran atrapar y borrar cualquier pensamiento de la joven, para hacer que se olvidara del perturbador presente, y que durmiera tranquila esa noche.

Ese era su objetivo mientras la besaba con apetito voraz y una inquebrantable determinación, dejándose llevar por la agradable calidez de aquella pasión mutua que les consumía a los dos.

Una mirada a los ojos de Em había sido suficiente para confirmar que ella estaba distraída, inquieta y angustiada; invadida por todas aquellas preocupaciones que se habían convertido en una pesada carga sobre sus hombros. Una carga que siempre había llevado sola. Hasta ahora.

Ahora él estaba allí, para quitarle ese peso de encima; Jonas había reclamado ese papel metafórica y prácticamente. Pero no había nada que pudieran hacer hasta el día siguiente.

Hasta entonces, ella tenía que dejar de pensar, de preocuparse.

Pero una parte de Em seguía estando ausente. A pesar de que había abierto los labios para que él se apoderara de su boca, seguía sin tener la mente en ello.

Sólo había una cosa que él consideraba capaz de arrancarla de sus preocupaciones.

Así que se la dio.

Generosamente.

Desató todo lo que sentía por ella y, a través del beso, le transmitió su deseo, su pasión y su necesidad por ella…, hasta que Em no pudo resistirlo más, hasta que sólo pudo corresponderle; la mujer aventurera que regía su corazón y su alma, se entregó por completo y se dejó llevar por el torbellino de pasiones.

Alzando las manos para enmarcarle la cara, Em se hundió jadeante en la fogosa marea que él había desatado tan temerariamente, intentando mantenerse a flote mentalmente a pesar de que ya se había perdido en el tumulto que ahora crecía entre ellos.

Eso era algo más. Más fuerte y poderoso que lo que había experimentado hasta ese momento. Aquello era un sentimiento puro e intenso, una implacable necesidad que la estremecía, que la habría dejado conmocionada si no poseyese un alma Colyton que la impulsara y que, con ojos metafóricamente centelleantes, gritara «sí».

Jonas la tomó entre sus brazos y le recorrió todo el cuerpo con las manos, no con tierna persuasión sino con descarada exigencia. Sus labios, sus besos, apresaron los pensamientos de Em, liberándola y haciéndola volar, cautivando sus sentidos, que él seducía sin cesar. Entonces la rodeó con sus brazos, con roces ásperos, y con caricias casi bruscas cerró las manos sobre sus pechos.

Sopesó y presionó sus senos a través de la delgada tela del vestido, luego le capturó los pezones y los hizo rodar entre los dedos, pellizcando finalmente los brotes duros y tensos. Sus dedos juguetearon con ellos, provocando ardientes sensaciones que la atravesaron como una lanza, que le hicieron hervir la sangre en las venas hasta que se fundieron en un charco entre sus muslos.

Jonas no le dio tiempo para pensar, no le dio oportunidad de que se le despejara la cabeza y que se liberaran sus pensamientos. Le soltó los pechos y deslizó las manos posesivamente por su cuerpo, por la cintura, por las caderas, hasta capturarle las nalgas con las que se llenó las manos cuando las acarició y amasó de una manera flagrante y provocativa.

Apretando sus caderas contra las de ella, sosteniéndola contra su rígida erección, la arrastró con él hasta que las piernas de Em chocaron contra un lado de la cama.

Durante un buen rato la sostuvo allí, atrapándola entre él y la cama, haciéndola sentir lo que provocaba en él, hasta la última pizca del deseo que rugía en su interior. Y durante todo ese tiempo la besó vorazmente, deleitándose en su boca hasta que ella se sintió mareada y débil.

Luego, Jonas levantó la cabeza y dio un paso atrás, haciéndola girar sobre sí misma, hasta que estuvo de cara a la cama con él a su espalda.

La joven sintió los dedos masculinos en los lazos del vestido. Sintió la mirada de Jonas clavada en sus pechos.

– Mira al espejo -le ordenó Jonas con voz ronca.

Aquella orden -porque fue una orden y no una petición- la hizo alzar la mirada por encima de la cama hacia la pared de enfrente, donde había un tocador con un amplio espejo. Junto a él se encontraba la ventana por la que se filtraban los rayos de la luna; era una noche clara y fresca, y había luz de sobra, por lo que Em podía ver su propio reflejo y el de él, una sombra grande y oscura que se cernía detrás de ella.

Em no podía verle los ojos ni la expresión, pero su rostro parecía transfigurado por la dura pasión que se reflejaba en sus rasgos.

Aquella imagen hizo que le bajara un lujurioso escalofrío de expectación por la espalda.

Una expectación más temeraria que cualquiera que ella hubiera tenido antes.

Una expectación que se incrementó aún más cuando, con una implacable eficacia, Jonas la despojó del vestido, de las enaguas y de la camisola.

Tras dejar caer la ropa al suelo, él volvió a poner las manos sobre el cuerpo de Em, cerrándolas de nuevo sobre sus pechos, haciendo que se quedara sin aliento al ver cómo aquellas manos morenas poseían nuevamente la pálida y sensible piel.

Soltándole un pecho, Jonas le deslizó lentamente la mano por el torso, deteniéndose para extender los dedos sobre el tenso vientre y estrecharla contra sí; la joven sintió la textura de los pantalones de Jonas rozándole la parte posterior de los muslos desnudos y las curvas húmedas de sus nalgas.

Sintió la erección, dura y rígida, contra el hueco de la espalda.

La errante mano de Jonas continuó bajando sin piedad hasta rozar los rizos de su sexo, que en el espejo eran un oscuro triángulo entre sus muslos, antes de acariciarle las caderas y las nalgas.

Entonces, desde atrás, él presionó dos dedos entre sus muslos., acariciándole con pericia los pliegues ya hinchados, antes de separárselos y penetrar lentamente en su interior.

Hasta el fondo.

Em soltó un jadeo y se puso de puntillas. Con los ojos muy abiertos, sintió la mano flexionada de Jonas; él retiró los dedos, para regresar un instante después con más fuerza y firmeza.

Con los sentidos agitados, la joven se tambaleó. Su piel cobró vida mientras él la acariciaba una y otra vez, excitándola sin cesar; pero antes de que alcanzara el éxtasis, Jonas retiró la mano y le soltó el pecho.

– No te muevas.

Su voz era tan áspera y ronca que ella apenas entendió las palabras, pero, con la piel hormigueando bajo la fría luz de la luna, excitada y anhelante, ella esperó, pensando que él se iba a deshacer de su propia ropa. En lugar de desnudarse, Jonas se arrodilló detrás de ella y le quitó las medias y los zapatos.

Em levantó los pies para salirse del charco de ropa e intentó dar media vuelta; ahora estaba completamente desnuda, pero él seguía vestido. Sin embargo, antes de que pudiera girarse y cogerle la chaqueta, él le asió las caderas y la inmovilizó, dejándola todavía de cara al espejo, mientras él se levantaba a su espalda.

Ella miró el reflejo de Jonas. Ese no era el amante tierno y persuasivo que conocía, sino otro hombre. Uno que la deseaba sin piedad, y le mostraba su necesidad desnuda. Un hombre que ahora revelaba la realidad detrás de su fachada.

Jonas miró por encima de los hombros de Em la belleza que había revelado -que era suya por completo- y apenas se reconoció a sí mismo. No había pretendido eso, ni mucho menos lo que una parte de él deseaba con tanto anhelo hacer a continuación. Pero ya estaba escrito y había dado el primer paso. No había tenido intención de dejar caer sus barreras emocionales, liberando de esa manera lo que sentía por ella -lo que siendo sincero consigo mismo, sabía que era amor-con ese resultado, con esa inquebrantable e implacable necesidad de poseerla.