De poseerla mucho más profundamente de lo que ya lo hacía.
De hacerla total y absolutamente suya, más allá de toda duda, pensamiento y razón. De mostrarle a Em la realidad, no sólo de su necesidad por ella, sino de lo correcto y lo inevitable que era aquello. De demostrarle que su lugar estaba con él.
Debajo de él.
La parte más primitiva de Jonas había tomado el control sin reservas y ahora iba a hacerlo efectivo.
Jonas se dejó llevar y mientras clavaba la mirada en ella a través del espejo, le rodeó la cintura y la alzó. La colocó de rodillas sobre el borde de la cama y se situó entre sus pantorrillas.
Luego, alargó una mano para reclamar su pecho de nuevo, acariciándoselo de una manera tan posesiva que hizo que la joven contuviera el aliento. La otra mano la deslizó sobre las nalgas respingonas, amasándolas una y otra vez antes de introducir los dedos en la hirviente y resbaladiza hendidura entre ellas. Después, metió un dedo en la cálida funda femenina mientras acariciaba con otro el tenso e hinchado brote que daba fe de la excitación de Em. La acarició allí repetidas veces, sin dejar de penetrarla con el dedo.
La escuchó contener la respiración. La vio cerrar los ojos mientras intentaba tomar aliento con desesperación. Con los labios separados, las mejillas ruborizadas, Em se quedó totalmente inmóvil, dejando que hiciera lo que deseara, cautiva de la sensual sensación que provocaba Jonas mientras preparaba su cuerpo y sus sentidos para la inminente posesión.
En el espejo, la mirada de Jonas recorrió el cuerpo de la joven antes de clavarla en sus ojos.
– Abre los ojos. Quiero que veas lo que te hago.
Em escuchó la orden gutural -la patente orden- y, aunque le costó trabajo alzar los párpados, le obedeció sin titubear. La joven vio su reflejo desnudo bajo la pálida luz de la luna y se dio cuenta de que sus caderas se movían por voluntad propia, contoneándose y meciéndose sobre sus dedos en busca de alivio.
Em se sentía tensa, viva y ardiente; la pasión ardía debajo de su piel. Jamás se había sentido así, tan excitada, con los sentidos tan arrebatados, tan expectantes. Tan en la cúspide de una estimulación mucho mayor.
Una explosión sensorial que la sobrecogería, que la envolvería y la arrancaría de este mundo.
Una sensación que estaba impaciente por experimentar, pero sabía que tenía que esperar a que él eligiera el momento oportuno para darle todo aquello que ella quería realmente.
El. Todo él. No sólo el amante tierno que ella ya conocía, sino también ese lado más oscuro. Ese hombre más fuerte, más primitivo que la deseaba por completo.
Que la necesitaba.
Todo eso estaba grabado en la cara de Jonas, en las rudas líneas de sus rasgos, en el gesto tenso de la mandíbula.
Ella poseía algo por lo que él lo daría todo.
Em estaba bajo su poder, y él bajo el de ella.
Jonas era a la vez el conquistador y el conquistado.
La expectación, cada vez más voraz, cada vez más brillante y afilada, hacía crepitar los nervios de Em, deslizándose por sus venas mientras aguardaba a que Jonas la tomara.
La mirada de Jonas cayó de nuevo sobre su cuerpo y Em sintió el ardor de aquellos ojos oscuros. Entonces, él alzó la cabeza y la vio mirándole.
Le soltó el pecho y le cogió una de sus manos, que hasta entonces yacía olvidada, perdida sobre el muslo de Em, y la llevó a la unión de sus piernas abiertas. Con la mano sobre la de ella, deslizó los dedos de Em sobre la humedad que él había provocado.
– Siente lo mojada que te has puesto para mí -le dijo al oído con un oscuro gruñido.
Ella se estremeció cuando, bajo la mano de Jonas, deslizó las yemas de los dedos entre sus pliegues hinchados, acariciándose a sí misma.
Sintió una imposible opresión en los pulmones y, con los sentidos totalmente centrados en la unión entre sus muslos, Em dejó caer los párpados.
Jonas apretó su mano sobre la de ella, inmovilizándola.
– Abre los ojos.
Em obedeció mientras aspiraba aire desesperadamente, y clavó su mirada en su reflejo, en las curvas, a ratos doradas y a ratos marfileñas, de su cuerpo iluminadas por la luz de la luna.
En la manga oscura que la rodeaba, en los dedos unidos que se perdían entre sus muslos, en la mano que acunaba la de ella.
Satisfecho, él continuó, murmurándole al oído mientras apretaba los dedos más profundamente entre sus pliegues.
– Quiero que te observes mientras te preparo.
A Em no le quedó más remedio que hacerlo; la imagen le cortó el aliento, le obnubiló el sentido. Las sensaciones combinadas de la firme mano que sujetaba sus dedos, enterrándolos en la cálida humedad de sus pliegues, cerrándolos sobre los dos dedos de la otra mano de Jonas que empujaban lenta y repetidamente en su cuerpo, sobre el puño que él curvaba debajo de sus nalgas y sobre la funda que se dilataba ante la invasión, sumergiéndola por completo en las sensaciones que le arrancaron hasta el último pensamiento coherente.
Entonces, la mano que rodeaba la de ella cambió de posición. El curvó el pulgar sobre la palma de Em, haciendo presión sobre el nudo de placer justo debajo de los rizos, aunando las sensaciones que sus caricias provocaban con la del dedo que le acariciaba la palma.
Aquello fue demasiado. La explosión que Em había esperado irrumpió en su interior con una brillante y ardiente llamarada, incendiando sus sentidos, dejándola física y mentalmente jadeante y tambaleante… y aun así no era suficiente.
Sin poder controlarse, se le cerraron los ojos. Y antes de que pudiera reunir la fuerza necesaria para volver a abrirlos, Jonas apartó las manos por completo, dejándola vacía y anhelante. Em notó que se movía detrás de ella y luego sintió que él guiaba la gruesa vara de su erección entre sus muslos, acomodando el glande en la entrada de su cuerpo.
Em abrió los ojos cuando él le rodeó las caderas con un brazo para sujetarla e inmovilizarla antes de empujar dura y profundamente en su interior, en su cuerpo, que se había rendido por completo a él.
Levantando la cabeza, Em emitió un grito jadeante, no de dolor sino de placer. De un placer tan intenso que la arrancó de este mundo y la envió) a un mar de puras sensaciones.
Jonas sintió las oleadas de su clímax acariciándole la verga, pero quería y estaba resuelto a conseguir más de ella, mucho más.
Ahora era la parte más primitiva de Jonas la que le guiaba, la que dominaba por completo a su yo civilizado, y ésta no veía razón para no hacerla gritar de nuevo y todavía con más fuerza.
Se dispuso, todavía totalmente vestido, a la tarea. Sólo se había abierto la bragueta para tomarla, sabiendo que ella notaría, sentiría, la abrasión de la tela de sus pantalones contra las nalgas y la parte de atrás de los muslos, que vería y sentiría la manga de su camisa sobre su terso vientre mientras la sostenía para poder poseerla sin restricciones.
Para poder empujar con tanta fuerza como deseaba, tan profundamente como ella quería.
Y que Em lo quería, estaba fuera de toda duda; el suave jadeo ronco que escapaba de sus labios era música celestial para los oídos de ese hombre primitivo. Em le agarró el brazo con las manos, inclinándose hacia delante con cada empuje. Apartando la otra mano de la cadera de la joven, Jonas la llevó a su pecho y oyó el agudo grito que ella soltó cuando comenzó a juguetear con el pezón sin dejar de poseerla con fuerza.
Ella volvió a gritar, más fuerte esta vez, un grito jadeante que fue una primitiva y sensual bendición. Pero él aún quería más.