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Entonces, ella cayó hacia delante, apoyándose en un brazo.

El se retiró, la alzó y, poniendo una rodilla sobre la cama, la hizo tenderse bocabajo en la colcha.

Sólo tardó un largo minuto en quitarse la ropa. Se sentía demasiado acalorado, demasiado grande y comprimido; tenía la piel recalentada y los músculos tensos y tirantes. Em seguía con los ojos cerrados y la mejilla apoyada sobre la blanda cama. No se movió cuando, desnudo, Jonas se acostó junto a ella.

Ignorando la palpitante urgencia de su erección, él le puso una mano en el hombro, deslizándole la palma por la espalda hasta la cintura, rastreando suavemente las exuberantes curvas de la cadera y las nalgas, acariciando la piel desnuda y todavía ruborizada que estaba descaradamente expuesta a su mirada.

Él se romo su tiempo para recrearse con la visión de ese cuerpo dispuesto para la pasión, para que lo tomara y llenara con el aguijón de su deseo, con aquella rabiosa necesidad que crecía por momentos, Jonas asió las caderas de Em y la hizo arrodillarse sobre la cama, abierta para él. Se alzó sobre ella, y medio apoyado en un brazo, se colocó entre sus muslos y reacomodó las caderas contra sus nalgas.

Em estaba más que preparada.

Jonas se introdujo lenta y profundamente en ella y cerró los ojos cuando las sensaciones le abrumaron, cuando la apretada funda femenina volvió a ceñirle, bañándole con su pasión.

La sensación de la piel desnuda contra su ingle le había excitado antes, mientras estaba vestido. Al montarla ahora, piel desnuda contra piel desnuda, la sensación resurgió más provocativa aún, más intensamente primitiva.

Más profundamente excitante cuando ella se movió para unirse a él en aquella danza primitiva. Cuando Em movió las caderas contra él, debajo de él, Jonas deslizó toda la longitud de su miembro en su funda hasta que pensó que se mareaba, hasta que crepitaron las llamas y un fuego devorador le asaltó, haciéndole consumirse en la pasión.

Y en ella.

Al estremecerse sobre Em, inclinó la cabeza dejando que le reclamara la liberación. La sensación de la funda femenina en torno a él, ordeñando cada gota de su simiente, hizo que lo atravesara un fuego ardiente que le inundó la mente hasta casi hacerle desvanecer.

Exhausto, más saciado que nunca, Jonas cayó sobre ella. Y sintió que su parte primitiva, satisfecha por fin, se retiraba y le liberaba.

Sintió cómo la espalda de Em subía bajo su pecho cuando ella respiró hondo. Con el corazón todavía palpitando, con los músculos estremeciéndose bajo su piel, Jonas le besó suavemente el hombro y se dejó caer sobre el colchón a su lado, totalmente rendido.

Rendido a ella, y al sueño.

Medio cubierta por el cuerpo de Jonas que como una enorme y cálida manta de músculos la aprisionaba contra el colchón, con aquel peso reconfortante y tranquilizador sobre ella, Em suspiró mentalmente y se dejó llevar por un mar dorado. Nunca antes había sido así, tan flagran temen te posesivo. Nunca había sentido nada comparado con aquella dicha saciada que le recorría las venas, deslizándose a través de su cuerpo, llenando y reconfortando su corazón y su alma.

Se sentía completamente deseada, completamente necesitada, como si hiera una parte fundamental, en la vida de ese hombre,

Relajada y reconfortada en un mundo nebuloso entre el paraíso y la tierra, Em pudo por fin pensar… y ver claramente. La claridad y la subsiguiente certeza la invadieron. Ella había estado haciendo preguntas para saber qué era el amor, pero ahora sabía que era a la vez igual y d. iteren te para todo el mundo, para cada pareja.

Para ella y para Jonas, el amor -ahora lo sabía con certeza-siempre había estado allí. Era la desinteresada devoción que había hecho bajar las defensas de Jonas, dejándola ver lo mucho que ella significaba para él. No dudaba que Jonas había tenido la intención de reconfortarla y distraerla, pero cuando se enfrentó a la fuerza de su deseo, él no se había contenido y había hecho lo necesario para captar su atención por completo.

Aquel interludio había significado muchas cosas: posesión, compasión, excitación y amor.

Algo que seguía sintiendo en el tierno beso que él le dio en el hombro.

Y en la forma en que la abrazaba mientras dormía.

El mensaje que él le había revelado en esos acalorados momentos había sido más claro que el agua. La quería, la necesitaba, y daría cualquier cosa que ella o el destino le exigiera para tenerla, abrazaría, protegerla y cuidaría.

Desde el momento en que le conoció, su dedicación a esos dos últimos aspectos había sido inquebrantable. Pero sólo esa noche Jonas le había permitido ver cuánto significaba ella para él. Y Em sabía que aquella revelación no era algo que pudiera tomarse a la ligera; era algo a lo que aferrarse, a lo que anclarse, en lo que sostenerse; un mástil de certeza que le hacía verlos a los dos atravesando todas las tormentas de la vida.

Mientras la luz de la luna derramaba su tierna bendición, sobre ellos, ella se dio cuenta de algo que le hizo esbozar una sonrisa.

Una creencia que era inquebrantable e incuestionablemente clara.

No había que tomar ninguna decisión.

El amor, para ellos, era algo seguro, algo que compartirían y protegerían.

Su corazón y su alma sabían, que aquello era verdad y, como era una Colyton, también lo sabía su mente.

CAPÍTULO 19

Todos estuvieron de acuerdo en que el tesoro se encontraba en el lugar más seguro.

A la mañana siguiente, tras reunirse con Lucifer y Phyllida en Colyton Manor, Jonas se dirigió a Grange por el sendero del bosque.

Tras dejar a Em al amanecer, se había dirigido a casa para cambiarse de ropa y pensar. La noche anterior se había desarrollado de una manera totalmente distinta a la prevista; al proponerse distraer a Em del intento de robo, Jonas se había olvidado de que él mismo tendría una reacción a lo ocurrido al pensar que ella habría corrido peligro si se hubiera tropezado con el ladrón en plena acción. Su respuesta a ese pensamiento había hecho que su parte más primitiva tomara el control de inmediato. Más tarde se había sentido un tanto preocupado por la reacción de Em, pero por la sonrisa satisfecha que curvaba los labios de la joven cuando él abandonó su cama esa mañana, sabía que no le había hecho daño.

Y estaba agradecido por eso. Dado su estado actual, Jonas sabía que no sería capaz de aceptar ningún intento de distanciamiento por parte de ella con cierto grado de ecuanimidad.

Después de considerar la situación, había ido a Colyton Manor para desayunar y poner al corriente a Lucifer, Phyllida y el resto de la familia de los últimos acontecimientos.

El aspecto más preocupante del asunto era que el intruso había elegido el momento oportuno para llevar a cabo el robo. Quienquiera que hubiera registrado las habitaciones de Em conocía no sólo la existencia del tesoro, sino también su escondite. En concreto sabía que la única manera de entrar en la celda de la posada era con la llave. Jonas había examinado la cerradura de la celda antes de abandonar la posada esa mañana y no había encontrado marcas en el cerrojo ni la más mínima señal de allanamiento.

Todos los habitantes del pueblo sabían que la celda era inexpugnable. Todos los que habían estado en la posada cuando llevaron el tesoro habían podido verlo y sabían dónde estaba guardado.

Sabía que el día anterior, la historia comenzó a extenderse más allá de los límites del pueblo, pero cuando la habitación de Em fue registrada, sólo la conocían los que vivían en la localidad, aquellos que se enteraron de la existencia del tesoro la primera noche, por lo que debía de ser uno de ellos quien había intentado robar la llave.

Aunque las habitaciones de Em estaban vacías la mayor parte del día, no ocurría lo mismo con la escalera de servicio y las zonas adyacentes. Alguien que no perteneciera al personal de la posada sólo podría colarse allí en un determinado momento sin ser descubierto.