La otra manera de llegar a las habitaciones de Em era por las escaleras principales, pero Edgar siempre estaba detrás de la barra del bar y, además, mucha gente entraba y salía del salón a todas horas; sencillamente era imposible imaginar que alguien que no tuviera derecho a estar en el piso de huéspedes de la posada hubiera logrado subir y bajar más tarde sin que nadie lo hubiera visto y mencionado el asunto.
En resumen, no podía tratarse de un forastero que hubiera oído las noticias y que de algún modo supiera cómo acceder a las habitaciones de Em y cuándo sería seguro hacerlo; así pues, quienquiera que buscara la llave era un conocido, alguien que estuvo allí la primera noche, alguien que ovacionó y brindó a la salud de los Colyton.
El sospechoso principal era claramente Harold Potheridge. El hombre había rondado por el pueblo, en especial por la posada, lo suficiente para saber dónde, cómo y cuándo debía buscar.
Con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el suelo, Jonas caminaba pensativamente por el sendero del bosque.
Lucifer se había mostrado de acuerdo con su valoración de la situación y le había ofrecido a su mozo, Dodswell, para vigilar a Potheridge. Al escuchar las noticias, Dodswell había estado encantado de encargarse de la tarea, pues era una de esas personas que poseía la extraña habilidad de pasar desapercibida.
Entretanto, Jonas tenía intención de pasar un par de horas resolviendo sus asuntos y, después de almorzar, regresaría a la posada y aprovecharía el momento de la sobremesa para interrogar a Hilda y a sus chicas, en especial a las doncellas y las lavanderas, y averiguar si alguna de ellas había visto a algún intruso en. ¡as escaleras de servicio.
El tesoro estaba seguro mientras la llave estuviera a buen recaudo. La había dejado en su habitación en Grange. A nadie se le ocurriría buscarla allí, y Grange, que contaba con bastante personal, y donde no había gente extraña que complicara el asunto, sería un lugar mucho más difícil de registrar que la posada.
Una rama crujió a sus espaldas.
Comenzó a girarse y…
El dolor estalló en su cabeza.
No vio nada, no oyó nada. Lo último que supo fue que el suelo se acercaba rápidamente a él.
Con una lista de tareas en la mano, Em se dirigía a la cocina de la posada en busca de Hilda para hablar del menú de la semana siguiente, cuando percibió un movimiento más allá de la ventana.
Miró con atención y vio a Jonas tambaleándose y zigzagueando con una mano en la cabeza mientras intentaba cruzar el patio trasero. La joven ya había salido por la puerta y echado a correr hacia él antes de pensarlo siquiera. Hilda, sus chicas y John Ostler le pisaban los talones.
– ¡Jonas!
Em le cogió por la chaqueta y le sujetó con firmeza cuando él se detuvo, tambaleándose, mientras cerraba los ojos presa de un evidente dolor.
– Alguien me golpeó en la cabeza. En el sendero del bosque.
– Apóyese en mí. -John se pasó el brazo de Jonas por los hombros para sostenerle.
Em se apresuró a cogerle el otro brazo y se lo puso sobre los hombros.
– Llevémosle dentro.
Hilda ordenó que prepararan una palangana con agua y algunos paños y corrió delante de Em, Jonas y John, instando a sus chicas a que se apresuraran.
Para cuando Em y John hicieron sentar a Jonas en una silla ante la mesa de la cocina, Hilda ya lo tenía todo dispuesto. Escurrió un paño en la palangana y lo aplicó con suavidad en la cabeza de Jonas. Le separó el espeso pelo y miró con atención; luego volvió a aplicar el paño en la hinchazón.
– Tiene un buen chichón.
Em estaba deseosa de encargarse ella misma de Jonas, pero Hilda era toda una experta.
Jonas hizo una mueca mientras la cocinera le curaba, y luego entrecerró los ojos y miró a Em.
– Envía a John a buscar a Lucifer y a Filing.
Ella asintió con la cabeza. Alzó la mirada y vio que John, que estaba parado en la puerta, había escuchado las palabras de Jonas. El hombre se despidió con un gesto y se marchó.
Cuando Em se volvió hacia Jonas, él buscó su mi rada de nuevo.
– Pregúntale a Edgar quién ha estado en la barra entre las… -Se interrumpió-. ¡Maldita sea! No sé cuánto tiempo he estado inconsciente. -Frunció el ceño con gesto sombrío: luego suavizó la expresión-. Pregúntale a Edgar qué hombres han estado en el salón y no se han marchado antes de las diez.
Em asintió con la cabeza y se fue.
Regresó mientras Hilda envolvía la cabeza de Jonas con un ancho vendaje y ataba los extremos.
– Esto servirá por ahora. Sin duda, Gladys le aplicará algún bálsamo cuando le eche un vistazo a la herida en Grange.
Jonas hizo una mueca.
– Sin duda.
Se escucharon unos pasos apresurados fuera de la cocina antes de que Phyllida, con Lucifer pisándole los talones, apareciera en el umbral. La joven clavó los ojos inmediatamente en Jonas y luego miró a Em.
– No te preocupes, tiene la cabeza muy dura.
Jonas le lanzó una mirada a su hermana y soltó un gruñido.
– Hemos venido por el sendero del bosque -dijo Lucifer-. El asaltante te estuvo esperando. Encontré el lugar donde se escondió, justo al lado del camino. La tierra es lo suficientemente blanda para que las huellas quedaran impresas en ella. En cuanto pasaste junto a él, saltó sobre ti.
– Eso pensaba. -Jonas apoyó la cabeza en las manos-. Estaba absorto en mis pensamientos y no presté atención a nada de lo que me rodeaba. Me registró los bolsillos. Estaban del revés cuando recobré el conocimiento.
– Lo importante -dijo Lucifer-es que quienquiera que te golpeara sabía que estabas en Manor y que tomarías el sendero del bosque cuando salieras de casa.
Phyllida frunció el ceño y se dejó caer en una silla.
– ¿Un vecino?
Lucifer hizo una mueca.
– Ah, menos debe ser alguien que conoce las costumbres de Jonas lo suficiente para saber que, por lo general, toma ese camino.
Em se hundió lentamente en una silla al lado de Jonas. ¿Se convertiría el tesoro Colyton en una maldición?
En ese momento, entró Filing en la estancia y saludó a todos con un gesto de cabeza.
– Acabo de enterarme. -Lanzando una mirada a Em, añadió-: John me ha avisado. No le he dicho nada a Henry, le he dejado estudiando en la rectoría. He pensado que no querrías que supiera nada por el momento.
– No… Sólo serviría para que se preocupara. -Esbozó una débil sonrisa-. Gracias.
Jonas alargó el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano.
– Tú tampoco tienes por qué preocuparte. Tarde o temprano descubriremos a quienquiera que haya hecho esto, a quien quiera que esté buscando la llave para llegar al tesoro. Este pueblo es demasiado pequeño para que alguien pueda ocultarse demasiado tiempo. -Le sostuvo la mirada-. ¿Qué te ha dicho Edgar?
Em hizo una mueca.
– A las diez sólo quedaban el viejo señor Weatherspoon y sus colegas sentados a una de las mesas del salón. No había nadie más, aunque desde entonces ha entrado más gente a tomar algo, pero la mayoría no se queda mucho tiempo a esas horas.
Jonas lanzó un gruñido.
– Eso no ayuda mucho. Y no creo que fuera el señor Weatherspoon quien me golpeó la cabeza. Lucifer se apoyó en la mesa.
– Yo tampoco. En teoría, tiene que haber sido un hombre robusto, alguien que además supiera dónde debía esperarte. Pero ¿se trata realmente de un vecino?
– Incluso aunque robara el tesoro -dijo Phyllida-, ¿qué haría con él? Tendrían que encontrar la manera de venderlo y, aunque supiera cómo hacerlo, es probable que acabáramos atrapándolo. -Negó con la cabeza y miró a Em-. Y además, debo añadir que me resulta muy difícil imaginar a cualquiera de los vecinos robando a uno de los nuestros, y mucho menos a los Colyton. Para el pueblo, para todo el pueblo, tu familia es especial, Em. Todo lo que he oído decir desde que revelaste tu identidad sugiere que todos están encantados, incluso emocionados, de tenerte a ti y a tu familia en Colyton. Y consideran la historia del tesoro como un cuento maravilloso. Cualquier vecino que intentara robarlo se arriesgaría a convertirse en un proscrito en el pueblo, a sufrir el desahucio social, por así decirlo. Así que no creo que sea alguien de aquí.