Los dos años que llevaba en el hotel, había estado viviendo en una suite, sin saber jamás el tiempo que iba a quedarse. Pero había llegado el momento de forzar la mano de su padre. O bien el trabajo en el Delaford era definitivamente para ella o bien no lo era… y en el primer caso, iba a realizar algunos cambios importantes en su vida. Pensaba comprar una casa y echar raíces.
Se acabó pensar que el Príncipe Encantado la esperaba a la vuelta de la esquina y supeditar sus esperanzas a eso. Cerró los ojos y pensó en Kel Martin.
Sí, era atractivo y habían pasado juntos una noche increíble e inolvidable. Pero ya era cinco años mayor y mucho más lista. Una noche de pasión jamás podría garantizar una vida de felicidad, sin importar lo tentadora que fuera la fantasía.
La puerta de su despacho se abrió y giró en el sillón. Amanda estaba en el umbral, jadeante. Cerró a su espalda y se apoyó contra la superficie de la puerta. Se abanicó la cara con la mano y respiró hondo.
– Adivina quién está en la recepción.
– ¿Mi padre? -sintió un nudo nervioso en el estómago. Aún no estaba preparada para él.
– ¡No! -exclamó Amanda-. ¡Inténtalo de nuevo!
Se sintió aliviada.
– No lo sé. ¿Arnold?¿J.Lo.? ¿Madonna? Recibimos a demasiados famosos. Las celebridades ya no me impresionan. Lo sabes.
– Kel Martin. Ya sabes, el chico que vimos hoy en la chocolatería. Planea quedarse una semana.
Darcy se levantó casi de un salto.
– No le habrás dado una habitación.
– Claro que no. Lo hizo Olivia. Está en la recepción.
– No, no, no -gritó, retorciéndose las manos-. No puede quedarse aquí. Tienes que volver y decirle a Olivia que ha cometido un error. No hay habitaciones; esperamos un grupo enorme. Tendrá que encontrar otro sitio en el que quedarse.
– ¿Y por qué voy a hacer eso? Esta semana tenemos dos bonitas suites vacías. Su dinero es tan bueno como el de cualquiera. Además, tendremos el placer de volver a mirar esa cara magnífica durante siete días y siete noches.
– Es un desastre -insistió Darcy.
– ¿Por qué?
Se movió nerviosa. Amanda no iba a ceder sin una buena razón. Decidió que debía dársela.
– Hace unos cinco años, tuve una aventura de una noche con Kel Martin.
Los ojos de Amanda se desencajaron.
– ¿Dormiste con Kel Martin?
– No dormimos. Pasarnos toda la noche…ocupados. A la mañana siguiente, él se marchó y jamás volví a verlo. Hasta hace una semana, cuando vi su foto en el periódico y descubrí quién era realmente.
Amanda sonrió.
– Fin del capítulo uno. El capítulo dos comienza con Kel Martin ocupando una suite en el Delaford.
– Ahora ya sabes por qué no puedo permitir que se quede aquí. Jamás he sido capaz de quitarme aquella noche de la cabeza.
– Quizá podrías reavivar tu romance o tener otra bonita aventura. Llevas mucho tiempo sin un hombre en tu cama. Si no practicas de vez en cuando, vas a olvidar cómo se hace.
– Jamás tuvimos un romance. Sólo fue lujuria, dos personas quemando un deseo. Pienso informarlo de que no podemos hospedarlo aquí el tiempo que quiere. Además, ahora no tengo tiempo para sexo. Mi padre viene el fin de semana y todo ha de estar perfecto.
– Pero siempre se te han dado de maravilla las multitareas.
– No me estás ayudando -musitó mientras salía de su despacho.
Cuando la habían invitado a entrar en el mundo de su padre, había estado encantada con la oportunidad de demostrarle su valía.
Sólo después de aceptar el trabajo se había dado cuenta de que su padre no tenía planes para que fuera permanente. Sam Scott todavía insistía en que el foco principal de ella debía ser encontrar marido, preferiblemente uno que tuviera interés en formar parte del negocio familiar.
Neil Lange había sido la elección perfecta. Había dirigido el hotel de Beverly Hills de su padre y, para deleite de éste, había mostrado un interés inmediato al conocer a Darcy. Ella había permitido que la encandilara y, durante un tiempo, había creído estar enamorada. Pero había demorado poner fecha a la boda.
Al final, se había dado cuenta de que casarse con Neil era otro intento de complacer a su padre. Y Neil solo había estado interesado en el puesto ejecutivo que conseguiría en la empresa. Después de devolverle el anillo de compromiso, Darcy había decidido que ya había hecho demasiado. Si su padre no podía aceptarla por la persona con talento, decidida y creativa que era, estaba preparada para marcharse para siempre.
Al llegar al vestíbulo, a Kel no se lo veía por ninguna parte. Maldijo para sus adentros cuando sintió que el corazón se le desbocaba. ¿Estaba nerviosa por echarlo o por volver a verlo? Quizá debería evitar una confrontación y esquivarlo toda la semana.
– ¿Lo has visto? -preguntó Amanda a su espalda.
– No.
– Darcy, ¿cuál es el problema?¿Está segura de que él te recuerda?
– Si no me recuerda, entonces, ¿por qué ha aparecido aquí?
Amanda se llevó un dedo al mentón.
– Oh, no sé. Quizá busca pasar unos días relajado. Tal vez desea jugar al golf o disfrutar de nuestro spa. ¿Quién sabe?
– ¿Y si me recuerda? -desafió Darcy-. ¿Y si quiere empezar algo otra vez? Probablemente piensa que me meteré directamente en su cama. Lo que probablemente haría -movió la cabeza-. Si no me recuerda sería aún más humillante, porque desde luego yo sí recuerdo cada centímetro de él.
– ¿Y cuántos centímetros había? -preguntó Amanda llena de curiosidad.
– No me refería a eso -se volvió y agarró a su amiga de las manos-. Por favor, ¿quieres decirle que se marche? Te prometo que te deberé un gran favor.
– No. Es tu problema. Yo soy la directora de los servicios para los huéspedes. No les digo a éstos que se marchen cuando disponemos de habitaciones -apretó la mano de Darcy y la llevó hacia el ascensor-. Está en la Suite Bennington -le dio un pequeño empujón.
Las puertas se cerraron y Darcy se apoyó en la pared. Pensaba echar del hotel al hombre que disfrutaba de la dudosa distinción de protagonizar sus fantasías sexuales más descabelladas. Algo que apenas podía considerarse un delito. Iba a tener que pensar en una excusa plausible para deshacerse de él.
Las puertas se abrieron en la segunda planta y salió.
– Simplemente, hazlo, rápida y limpiamente. Mantén la serenidad profesional.
Caminó por el pasillo hacia la Suite Bennington, luego se alisó la chaqueta y se pasó las manos por la falda. Pero justo cuando iba a llamar, la puerta se abrió.
Kel se hallaba en el umbral, con unos pantalones cortos de surf de cintura baja. Debajo del brazo llevaba la cubitera. Darcy le miró el torso, suave y musculoso y resplandeciente bajo la suave luz del pasillo.
– Hola -dijo él-. Volvemos a encontrarnos.
Darcy subió los ojos a su cara.
– ¿Otra vez? -¡santo cielo, la recordaba!
– ¿No te vi esta mañana en la chocolatería?
Se sintió aliviada.
– He visto que te acabas de registrar. Soy la directora del Delaford y…
– Has venido a averiguar qué necesito -él rió entre dientes, luego se apoyó en él marco y se frotó con pereza el pecho. La observó mirarlo-. Bueno, ¿qué me ofreces…? -se inclinó y clavó la vista en la placa con su nombre-. ¿Darcy Scott?
No había cambiado nada. Seguía siendo demasiado encantador para poder confiar en él. Era bien consciente de la fama que tenía con las mujeres y no pensaba volver a caer otra vez en brazos de él. Respiró hondo.
– En la recepción hay un cuaderno que expone todos los servicios que ofrecemos. En cuanto hayas tenido la oportunidad de mirarlo, estaremos encantados de hacer la reserva que te apetezca. Nos ocuparemos de todas tus necesidades.
– ¿De todas?
Se inclinó aún más y de pronto Darcy fue incapaz de continuar. Quiso retroceder, alejarse de su innegable magnetismo. Pero sintió que la atraía. Necesitaba alargar la mano y tocarlo, sopesar su reacción al contacto.