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– ¡Y ésa es exactamente la forma en que ellos piensan de nosotras! -exclamó Darcy-. Están las chicas con las que te casas y las chicas con las que juegas.

– Al menos sabes donde estás con el Duque, ¿no? Sólo es sexo -Amanda suspiró, se bebió el zumo de arándanos de Darcy y se puso de pie-. He de irme. Su Alteza viene hacia aquí.

Darcy giró en la silla y vio que Kel se aproximaba. Llevaba una camisa azul suave, unos pantalones caqui y unos mocasines. Aún lucía el pelo mojado por la ducha y no se había molestado en afeitarse, lo que le daba un aire todavía más peligroso.

Cuando llegó a su mesa, se sentó en la silla que acababa de dejar libre Amanda, le dio la vuelta a una taza y se sirvió un café.

– Buenos días -saludó alegre.

– Buenos días -repuso Darcy.

– Se te ve preciosa esta mañana -dijo después de beber un sorbo.

– Para -pidió ella. No podía estar diciendo la verdad. Al llegar a su habitación, había dado vueltas en la cama casi toda la noche, antes de darse una ducha para ir a la reunión con el personal de todos los días a las ocho. Tenía ojeras y se había recogido el pelo en una coleta.

Amanda tenía razón. Parecía como si la hubieran arrastrado detrás de un autobús-. No hace falta activar el encanto a estas horas.

– Al despertar, no estabas allí -comentó él.

Darcy frunció el ceño.

– Me viste marchar.

– En realidad, no me gustó esa parte de la noche -comentó él.

– Creía que ése era el trato.

Él frunció el ceño.

– ¿Teníamos un trato?

– Como la última vez. Todo era de sexo, nada más.

Kel la miró largo rato y movió la cabeza.

– ¿De qué diablos estás hablando?

De pronto ella sintió el estómago revuelto y, aterrada, se preguntó si se habría equivocado. Había dado por hecho que él recordaba la última noche que habían pasado juntos en San Francisco. Que en silencio habían acordado que eso ya había pasado una vez y que estaba a punto de repetirse. Pero quizá se había equivocado.

– Sabes de qué estoy hablando.

Él le cubrió la mano con la suya.

– ¿Estás enfadada conmigo? Espero que no, porque pensaba que quizá quisieras que pasáramos algo más de tiempo juntos -ella apartó la mano-. ¿Juegas al golf? -le preguntó-. Podríamos jugar hoy o dar un paseo. Tengo entendido que por aquí hay unos viñedos estupendos.

Darcy se puso de pie y tiró la servilleta sobre la mesa. Estaba harta de ese juego.

– ¿Me estás diciendo que no recuerdas la noche que pasamos en San Francisco? ¿El bar de Penrose, la botella de champán, el ascensor? Eras nuevo en la ciudad, yo necesitaba una copa para relajarme y terminamos desnudos en tu habitación.

Una lenta sonrisa reemplazó la expresión seria de Kel.

– Recuerdo aquella noche muy bien -bebió un sorbo de café.

– Entonces, ¿por qué fingiste que no la recordabas? -demandó Darcy.

– Hasta que tú lo mencionaste, no estaba seguro de que tú la recordaras, así que no te muestres tan ofendida.

Darcy no supo qué decir. Su indignación se disolvió despacio, sustituida por la inquietante sensación de que lo que habían iniciado la noche anterior no se había acabado. Volvió a sentarse.

– ¿Y ayer me reconociste en la tienda de chocolate?

– Nada más verte. ¿Por qué crees que estoy aquí, Darcy? Los spa nunca me han interesado.

– No se si te interesan o no, pero lo que pasó anoche no se va a repetir.

Con gesto distraído, entrelazó los dedos con los de ella.

– ¿Por qué no? Desde luego, a mí me encantó, igual que a ti, a menos que… -rió entre dientes-. ¿Lo fingiste, Darcy?

– No -trató de no pensar en el modo en que su dedo pulgar le acariciaba el interior de la muñeca.

– Entonces, ¿te lo pasaste tan bien como yo?

Se irguió y retiró la mano.

– Eso depende de lo mucho que lo disfrutaras tú -dijo.

– Un montón -sonrió-. Más de lo que creía posible en tan breve espacio de tiempo. ¿Por qué negarnos esa clase de placer?

– ¿Qué estás sugiriendo? ¿Que sigamos adelante juntos hasta… que tú decidas irte? -la posibilidad debería haberle parecido impensable, pero la verdad era que le resultaba extrañamente fascinante. Una semana de sexo fabuloso con un hombre devastadoramente atractivo. ¿Qué más podía pedir una chica?

Sintió un escalofrío.

– De modo que estaremos juntos el tiempo que te quedes aquí y luego regresaremos a nuestras respectivas vidas, sin ataduras -le dio vueltas a la cuchara de café mientras reflexionaba en la oferta.

– Suena bien -convino él-. Con el entendimiento de que nuestro tiempo empezará a partir de ahora.

– Lo pensaré -murmuró ella.

– Ah, no hagas eso -se reclinó en la silla y movió la cabeza-. Debería ser una decisión sencilla, Darcy. O me deseas o no me deseas. No pienses. Actúa.

– ¿Quién murió y te nombró Yoda? Hay un montón de cosas que considerar en esta situación.

– ¿Como cuáles? -antes de que ella pudiera hablar, continuó-: Así es como lo veo yo. Parece que sentimos una atracción el uno por el otro. No termino de entenderlo, y desde luego me gustaría. El problema es que no puedo estar en la misma habitación que tú sin querer arrancarte la ropa y besar tu cuerpo desnudo. Así que sugiero que nos ocupemos de eso.

– Tengo un trabajo que desempeñar aquí -dijo-. Mi padre viene el fin de semana para realizar una inspección y tengo un millón de cosas que acabar antes de que llegue.

– Pero apuesto que ninguna de ellas tan divertida como yo -se adelantó y le subió el mentón con el dedo pulgar. La besó con suavidad, y su lengua apenas le rozó los labios.

Dios, debería poder resistirlo si lo quería. Después de todo, sabía que había dedicado años a afinar su talento com un montón de mujeres. Para Kel Martin, ella no era más que otra mujer de una larga cola a la que tumbar en la cama.

Entonces, ¿qué le pasaba? Mientras no se involucrara emocionalmente, podría pasar una semana fabulosa con él. Terminar cada día en sus brazos, en su cama, sería una maravillosa decadencia. Y ¿no merecía un poco de placer en la vida?

– He de ir a trabajar -dijo-. Te veré esta noche y te comunicaré lo que he decidido.

– Te estaré esperando -dijo él mientras Darcy se marchaba.

Darcy miró el reloj de pared y se impulsó desde el borde de la piscina. Medianoche. Había pasado todo el día pensando en Kel, y nada que hiciera podía apartarle la mente de la noche que habían compartido.

Flotó boca arriba y contempló el techo de la piscina cubierta. El reflejo de las luces submarinas remolineaba en un patrón sosegado encima de ella. Cerró los ojos. Nadar siempre la agotaba. Cada vez que se enfrentaba a una noche insomne, cuando tenía la mente dominada por las preocupaciones del negocio, iba a la piscina a nadar hasta que la mente se le despejaba y el cuerpo se le relajaba.

Resistirse a Kel Martin era lo que realmente le preocupaba. La tentación de ir a su habitación era casi abrumadora.

Nadó hasta el extremo opuesto de la piscina, donde un enorme ventanal daba a los terrenos del hotel. Fuera, la luna llena flotaba baja sobre el horizonte y un viento fresco sacudía los pinos altos. Al girar como una experta nadadora, captó la visión de una figura que cruzaba la ancha terraza de piedra. Mientras iniciaba otro largo, pensó que sería alguien de mantenimiento.

Pero al regresar a ese extremo de la piscina, vio a Kel de pie. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros desteñidos. Estaba descalzo y con el pelo revuelto, como si acabara de levantarse de la cama.