– Creo que es hora de que yo te torture un poco.
– Por favor, hazlo -levantó las manos en burlona rendición.
Ella le dio un beso en la boca, y luego bajó más y más los labios, por el torso hasta su vientre. Después, arrodillándose delante de él, introdujo el miembro viril despacio en la boca. Kel gimió, cerrando los dedos sobre el cabello mojado de Darcy en un intento por controlarla.
El agua parecía potenciar la experiencia de entrar y salir de su boca. A medida que lo aproximaba al vacío, Kel la instó a parar con una mano en la cabeza.
Pero Darcy necesitaba su rendición, quería sentirla y probarla. Al final, con un gruñido frustrado, él se inclinó y la puso de pie.
– No podemos quedarnos aquí -dijo con voz entrecortada-. No tenemos preservativos.
– No necesitamos ninguno.
La miró confundido.
– ¿Estás segura?
– Yo me ocuparé de ti -dijo, acariciándole los abdominales.
– Pero quiero estar dentro de ti.
– Lo harás. Cierra los ojos.
Obedeció y Darcy comenzó a acariciarlo lentamente.
– ¿Te gusta? -murmuró ella-. Dime.
– Oh, Dios -gimió Kel-. No puedo hacer esto.
– Claro que puedes -instó Darcy-. Sólo dímelo.
El guardó silencio un momento largo.
– Estás cálida… y mojada. Y tan compacta que… -contuvo el aliento-. Es como si fuera parte de ti. Estas toda a mi alrededor… y es…realmente increíble -calló al rendirse a su contacto.
Darcy prestó atención a las pistas que le dio su cuerpo, la aceleración de su respiración, la tensión de los dedos en sus hombros.
– Quiero que tengas el orgasmo conmigo -murmuró Kel, bajando la mano para tocarla entre las piernas. Deslizó el dedo por los suaves pliegues de su sexo.
Ella sonrió y aminoró el ritmo para poder alcanzarlo. Era tan agradable tocarlo, compartir su cuerpo con él, disfrutarlo sin miedos ni vacilaciones… Con Kel, el sexo era tan sencillo… solo pasión, lujuria y deseo y nada más. No tenía que pensar en su pasado y en su futuro. Por el momento, era suyo y lo tendría siempre que quisiera.
Llegaron juntos al clímax, temblando en el contacto del otro hasta que ambos quedaron extenuados. Luego, Kel la introdujo con delicadeza en la ducha y los lavó a ambos. Darcy se hallaba tan relajada que apenas podía tenerse de pie y se apoyó en él, rodeándole el cuello con los brazos.
– Llévame a la cama -dijo ella.
La envolvió en uno de los albornoces que colgaban al lado de cada ducha y luego se puso uno él. Kel recogió la ropa que había dejado al lado de la piscina y sacó la llave de la habitación de los vaqueros. Antes de llegar al vestíbulo, subió la capucha del albornoz de Darcy para ocultarla a los ojos del personal que pudieran encontrarse.
Cuando llegaron a su habitación, la ayudó a quitarse el albornoz y la arropó.
Podrían haber hecho el amor. Pero a cambio charlaron abrazados, contándose cada detalle de las aventuras de la infancia y de los primeros amores. Pero con cada detalle que Kel le daba, ella sentía como si ya lo conociera.
En su corazón, lo había conocido desde el primer momento en que se vieron. Y todo lo que le contaba en ese momento no era más que la confirmación del hombre que sabía que era… un hombre que quizá jamás dejara de desear.
Capítulo Cuatro
– Como puede ver, la cocina necesita unos retoques. Unos armarios y electrodomésticos nuevos harían maravillas. Pero la distribución es fantástica y espaciosa.
– No cocino mucho -Kel se acercó al fregadero. Abrió el grifo para comprobar la presión del agua y luego lo cerró. Una ventana encima del fregadero daba a Crystal Lake y al largo césped que conducía hasta el agua-.¿Hay embarcadero? -inquirió.
La agente inmobiliaria asintió.
– Y una antigua caseta para botes, original de la propiedad. Y hay un precioso mirador victoriano justo detras de los árboles.
– Creo que encajaré a la perfección -señaló la ventana-. Bajaré al lago. Vuelvo en unos minutos.
– Tiene una extensión de tierra de treinta metros -indicó ella-. También dispone de una playa arenosa. Y también han construido una bonita terraza de piedra.
Kel atravesó la puerta y bajó al jardín. No había esperado que le gustara el primer lugar que viera. Ni el segundo o el tercero. Pensó que le costaría bastante encontrar una casa.
Al llegar al agua, subió al embarcadero desvencijado. El lago estaba hermoso, en calma y sereno, con el sol centelleando en su superficie. A lo lejos, un pescador se mecía en su embarcación. Saludó a Kel y éste le devolvió el gesto.
– Podría vivir aquí -musitó, estudiando la vista. Podía imaginar a sus parientes yendo a visitarlo, la casa enorme llena con sus sobrinos, pasando los días perezosos en el agua. West Blueberry Lane no sería una mala dirección en la que vivir.
La agente aún lo esperaba en la cocina. Le abrió la puerta y él entró.
– Bueno, ¿qué le parece? -le preguntó.
– ¿Cuánto tiempo lleva en venta? -preguntó.
– Cinco semanas. Hay que cambiarle las tuberías, junto con el tejado, y quizá eso esté asustando a la gente. Creo que tiene un precio un poco elevado. También que puede llegar a venderse pronto. Hay una mujer en la ciudad que ha estado pensándose seriamente hacer una oferta. Así que si está interesado, probablemente debería realizar una antes que ella. Y conozco un banco que tramitará los detalles con rapidez.
Él asintió. Si la agencia sabía quién era él, ella no lo demostraba. La financiación no era un problema, mientras quisiera la casa. Pero se trataba de una decisión importante. Comprar una casa en Austell significaba que iba a empezar su vida después del béisbol… y que lo haría a unos pocos kilómetros de Darcy Scott.
– Hagamos una oferta -dijo Kel-. Ofrezca lo que piden, sin regatear.
La mujer se quedó boquiabierta.
– ¿Nada? ¿Y la financiación?
Él movió la cabeza.
– Puedo pagar en efectivo -indicó-. Voy a realizar un último recorrido, si no le importa.
Aturdida, ella le estrechó la mano y Kel regresó al salón. Quizá estaba siendo demasiado optimista, pero no albergaba ninguna duda de que ahí podría encontrar la paz y la tranquilidad que siempre había anhelado.
Avanzó por el pasillo hacia el dormitorio principal. Trató de imaginarlo recién pintado y decorado, con una cama cómoda. Podía verlos a los dos, acurrucados en la cama un domingo por la mañana. Él preparando el desayuno y pasando el día leyendo el periódico y haciendo el amor. Movió la cabeza. Era gracioso cómo la imagen incluía automáticamente a Darcy. ¿Desde cuándo se había convertido en una parte permanente de su futuro?
Mientras pasaba por los otros dormitorios, pensó en una familia. Siempre había sabido que el matrimonio y los niños no serían una elección apropiada mientras jugara… aunque nunca había encontrado una mujer con la que quisiera casarse. Su carrera de béisbol había ocupado casi toda su energía, dejándolo con poco que ofrecer para compartir. Pero en ese momento disponía de más tiempo, tiempo para encontrar a la persona adecuada.
Salió por la puerta delantera y le echó un último vistazo a la fachada de la casa. Podría ser feliz allí, con o sin Darcy. Pero reflexionó que con ella sería mucho mejor.
Subió al coche y recordó su misión inicial. Comprar preservativos. Había visto una tienda Price Mart justo a las afueras de la ciudad. Aparcó en el aparcamiento casi lleno y antes de bajar se puso una gorra de béisbol, con la esperanza de que sumada a las gafas de sol, lo ayudara a ocultar su identidad. Y más cuando no iba a comprar una tostadora, sino preservativos.
Fue directamente a la zona de la farmacia y buscó entre las estanterías hasta encontrar la marca habitual que usaba. En el último momento, se decidió por una caja adicional, una que prometía un «aumento de placer» para la pareja.