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– No necesariamente -apunté yo, atando cabos rápidamente en mi cabeza.

– SON LA MISMA PERSONA. NO EXISTE NINGÚN OTRO ERICH KOCH EN LOS CENSOS DE ALEMANIA DESDE 1875. -Es curioso que ya nos hayamos encontrado con tres nazis en esta historia -dije extrañada-, Fritz Sauckel, Helmut Hubner y Erich Koch. Todos estrechamente relacionados con el mundo del arte y con el cuadro de Krilov.

– Ésa es la cuestión -advirtió Roi-. Estoy convencido de que hemos tropezado con un asunto espinoso que, por el momento, escapa a nuestra comprensión, pero que podría llegar a afectarnos directamente si es que Helmut Hubner forma parte de esta intriga.

:-¿Y qué hay de nuestro cliente ruso? ¿No convendría saber algo más acerca de él? -propuso Cávalo.

– ¿Vladimir Melentiev…? Sí, desde luego, también habrá que investigarle. Es evidente que su interés por el cuadro de Ilia Krilov ha sido el detonante de esta situación en la que ahora nos vemos envueltos. Quizá debimos informarnos un poco más antes de aceptar su encargo.

– ES POSIBLE QUE NO SEPA NADA DEL LIENZO DE KOCH.

– ¡Vamos, Láufer! -protestó Cávalo-. Recuerda que estaba dispuesto a pagar el precio que le pidiéramos por el Krilov, fuera el que fuera. ¡Esa actitud no parece precisamente inocente!

– SIEMPRE Y CUANDO EL LIENZO DE KOCH TENGA ALGÚN VALOR QUE PUEDA INTERESARLE, COSA QUE DUDO PORQUE SU CALIDAD ES PÉSIMA.

– Por cierto, Roi -atajé-. No nos has contado lo que te dijo tu amigo Uri Zev.

– ¡ Ah, es cierto! Bien, veréis, esperad que coja mis notas… Sí, ya está, aquí las tengo. Al parecer la escena representa el momento en que el profeta Jeremías es liberado del cautiverio. Para quien tenga una Biblia a mano, la historia se puede leer en Jeremías 38,1-14. Al profeta lo metieron en la cisterna de Melquías, hijo del rey Sedecías, por profetizar desgracias variadas para el pueblo de Israel. Esa cisterna no tenía agua pero sí bastante lodo y allí Jeremías debía morir de hambre. Un eunuco etíope de la corte intercedió ante el rey y consiguió que lo sacaran de allí. Y eso es lo que puede verse en la pintura.

– ¿Y qué quieren decir esas letras hebreas escritas en la cartela? -pregunté.

– ¡ Ah, eso Uri no pudo decírmelo! El alfabeto es hebreo, desde luego, pero el texto es totalmente incomprensible.

– ¡FANTÁSTICO!

– Láufer, quiero que pongas del revés las bases de datos del mundo entero si es necesario, pero averigua todo sobre Erich Koch, Fritz Sauckel, Vladimir Melentiev y Helmut Hubner. Yo indagaré la vida de Ilia Krilov hasta conocer sus pensamientos y a los demás os ruego que le deis vueltas al cuadro de Koch hasta que no quede un detalle por analizar. El Grupo de Ajedrez puede haberse metido, sin saberlo, en algún feo asunto de consecuencias imprevisibles, así que, damas y caballeros, ¡a trabajar! Les espero a todos el próximo domingo, día 11 de octubre, a la misma hora, en el mismo sitio y con el password «Gobi». Y recuerden: la máxima seguridad es la máxima ventaja. Si alguno cae, caemos todos. Pasé todo el día en la tienda, ocupada en mil pequeños asuntos, pero a las ocho de la noche, cuando conecté la alarma y bajé la persiana metálica antes de irme a casa, el cuadro de Koch retomó en mi cabeza el protagonismo absoluto. Ezequiela estaba viendo la televisión en el salón y cosiendo, a punto de cruz, unos cuadritos que luego enmarcaría para colgarlos en la pared de su habitación. La casa estaba caldeada y había café recién hecho en la cocina.

Sin quitarme la chaqueta y sin tan siquiera dejar el bolso en el perchero, entré en el despacho y, encendiendo la luz de la lámpara, pulsé los interruptores del ordenador y de la impresora. Mientras el equipo se ponía en marcha y ejecutaba las tareas programadas, me serví una taza de café y me cambié de ropa. Luego regresé al despacho, comprobé que no tenía correo y arranqué el programa Photo-Paint, uno de los mejores para la manipulación de imágenes y, desde él, cargué la fotografía escaneada del Jeremías de Koch visto de frente. Puse papel fotográfico en la impresora y efectué una primera estampación ajustando automáticamente el contraste, la saturación y el brillo con la opción de máxima calidad. Al cabo de un rato (y de un paquete de papel y un cartucho de tinta en color), tenía el despacho lleno de ampliaciones de segmentos del cuadro puestas encima de los muebles e incluso pegadas con cinta adhesiva por las estanterías y las paredes.

Había cogido la vieja y abultada Biblia de la familia, encuadernada en piel negra y ya deforme, y me estaba paseando por el despacho con el dichoso mamotreto en los brazos y leyendo en voz alta el texto de los catorce primeros versículos del capítulo 38 de Jeremías:

Oyeron Safatías, hijo de Matan; Guedelías, hijo de Pasjur; Jucal, hijo de Selemías, y Pasjur, hijo de Melquías, que Jeremías decía delante de todo el pueblo: «Así dice Yavé: Todos cuantos se queden en esta ciudad morirán de espada, de hambre y de peste; el que huya a los caldeos vivirá y tendrá la vida por botín. Así dice Yavé: Con toda certeza, esta ciudad caerá en manos del ejército del rey de Babilonia, que la tomará.» Y dijeron los magnates al rey: «Hay que matar a ese hombre, porque con eso hace flaquear las manos de los guerreros que quedan en la ciudad, y las de todo el pueblo, diciéndoles cosas tales. Este hombre no busca la paz de este pueblo, sino su mal.» Díjoles el rey Sedecías: «En vuestras manos está, pues no puede el rey nada contra vosotros.» Tomaron, pues, a Jeremías y le metieron en la cisterna de Melquías, hijo del rey, que está en el vestíbulo de la cárcel, bajándole con cuerdas a la cisterna, en la que no había agua, aunque sí lodo, y quedó Jeremías metido en el lodo…

La puerta del despacho se abrió de golpe y yo me detuve en seco, quedándome congelada como el fotograma de una vieja película, con el libro en la mano izquierda y el puño derecho amenazando a los magnates.

– ¿Te pasa algo? ¿Por qué das esos gritos y hablas tan fuerte? -preguntó Ezequiela con preocupación. -Estoy leyendo la Biblia. Ezequiela enarcó las cejas, abriendo mucho los ojos, y salió dando un suspiro.

– Tú no estás bien.

… metido en el lodo -continué-. Oyó Abdemelec, etíope, eunuco de la casa real, que habían metido a Jeremías en la cisterna. El rey estaba entonces en la puerta de Benjamín. Salió Abdemelec del palacio y fue a decir al rey: «Rey, mi señor, han hecho mal esos hombres tratando así a Jeremías, profeta, metiéndole en la cisterna para que muera allí de hambre, pues no hay ya pan en la ciudad.» Mandó el rey a Abdemelec el etíope, diciéndole: «Toma contigo tres hombres y saca de la cisterna a Jeremías antes de que muera.» Tomando, pues, consigo Abdemelec a los hombres, se dirigió al ropero del palacio, y tomó de allí unos cuantos vestidos usados y ropas viejas, que con cuerdas le hizo llegar a Jeremías en la cisterna. Y dijo Abdemelec el etíope a Jeremías: «Ponte estos trapos y ropas viejas debajo de los sobacos, sobre las cuerdas.» Hízolo así Jeremías, y sacaron con las cuerdas a Jeremías de la cisterna, y quedó Jeremías en el vestíbulo de la cárcel.

El cuadro de Koch representaba exactamente el momento en que el profeta comenzaba a ser sacado de la cisterna con las cuerdas. Por más que amplié la pintura hasta un mil seiscientos por cien (el máximo que permitía el programa), por más que ajusté la búsqueda de colores y por más pruebas que hice de todas clases, no encontré nada escondido, ni disimulado, ni insinuado en la pintura, aparte de lo que podía verse a simple vista. Y lo único que podía verse a simple vista era la cara de odio del profeta Jeremías.

A las once y media de la noche, Ezequiela vino a darme las buenas noches. Toda la casa quedó en silencio, salvo por el ruido de la impresora, que no paraba de sacar las copias que yo le iba pidiendo con todas las pruebas y cambios posibles efectuados en la imagen. A las dos de la madrugada tenía tal dolor de cabeza de fijar la vista en la pantalla, que tuve que tomar un analgésico para poder seguir trabajando. A las tres abandoné el diseño gráfico y decidí que era hora de realizar estudios bíblicos. ¿Quién era Jeremías? ¿Por qué le metieron en la cisterna? ¿Qué tenía ese profeta judío que había despertado el interés de un gauleiter nazi antisemita?